Liberales y conservadores se enfrentan en el Congreso


Crónica

 

Viridiana Lozano Ortiz / Miguel Ángel Cordero

 

Ofendida por la iniciativa Bailleres, la diputada convergente Carolina O’Farrill no pudo más: “¿Les gusta rezar?, ¡recen por todas estas almas que llevarán en su conciencia!”, espetó al grupo de diputados prianistas que desde el inicio de la sesión batallaban para conseguir los 28 votos necesarios para aprobar la reforma constitucional.


La tensión se incrementaba conforme avanzaba la sesión. Las galerías se encontraban llenas. Ya no eran organizaciones ciudadanas en contra de la propuesta los que solamente estaban en el pleno. Estudiantes de preparatorias y universidades particulares se apostaron para contrarrestar a quienes pugnaban por el aborto.


Irma Ramos tomó dos pancartas de los manifestantes, se paró atrás de Bailleres y permaneció al frente de los demás diputados con las cartulinas en las manos, hacia arriba. José Manuel Pérez Vega colocó las peticiones de cientos de ciudadanos abajo de la mesa del pleno. Melitón Lozano colocó una imagen de Benito Juárez para recordarle el nacimiento del estado laico al priista sumiso a Acción Nacional.


¡Viva la Familia, por un lado!; ¡Saquen sus rosarios de nuestros ovarios!, por el otro. ¡Sí a la vida, sí a la vida…! ¡…de las mujeres, de las mujeres! Consignas en tropel acompañaron a los diputados hasta que las protestas fueron tan fuertes que ridiculizaron a los legisladores.


Fue entonces cuando el diputado Guillermo González de la Calleja propuso un receso para que la sesión continuara más tarde, sin que se hubiera leído el punto de acuerdo.


Los panistas hicieron un breve cónclave, el miedo de que la iniciativa de ley no se aprobara, se dibujó en sus rostros y dejaron pasar el receso.


Toda la gente en el Congreso del estado se levantó y el volumen de los gritos dejaron mudos a los diputados: “trabajen diputados para eso les pagamos”, “son ocho horas las que nosotros, el pueblo, laboramos”. Hastío, molestia, indignación, todos estos sentimientos se respiraban. El hedor de la indignación sólo era superado por el olor de la indiferencia de los legisladores que permanecieron firmes en su receso.


Tres mujeres jóvenes de prendas holgadas y cabello chino miraron a Othón Bailleres y lo odiaron. Los ánimos se redujeron y todos comenzaron a salir del Congreso del estado.


Rocío García Olmedo había intentado frenar la iniciativa desde sus contactos federales. Las diputadas de la Comisión de Equidad y Género del Congreso de la Unión, lideradas por la convergente Martha Tagle, llegaron al Poder Legislativo local para pedir que la Ley Bailleres no fuera aprobada e incluso advirtieron a la fracción mayoritaria que Emilio Gamboa le pediría al gobernador que la ley fuera rechazada.


La diputada priista se había distinguido por defender los derechos de las mujeres, en el Comité Ejecutivo Nacional del PRI, ante el gobernador, en el pleno. Por eso, cuando se abrazó con Luis Alberto Arriaga —ambos dándose un pésame por la muerte del Estado laico— muchos pensaron que la batalla se había perdido.

 

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A las seis de la tarde la sesión se reanudó, con nuevos bríos. Alrededor de 30 estudiantes de escuelas privadas —sus ropas, su dependencia a sus padres y su acento los delataban—. No sabían en dónde estaban ni por qué: “mamá dónde está el Congreso del estado”, decían mientras casi eran llevados de la mano a la casa morisca. Con bailes y frases gritaban, su voz al ristre, “yo sí me voy me voy a la Villa”.


De la misma forma que en la Historia de México, liberales contra conservadores, otro grupo de las mismas proporciones le hizo frente. Contrarrestaba cada una de las frases sin dejar de proponer las suyas: “aborto sí, aborto no, eso lo decido yo”. Las pancartas firmaban un colorido mosaico que rompía con la gris imagen del pleno. Algunos gritaron “Todos estamos contra el aborto”, la respuesta fue “No somos todos, sí al aborto”. Y continuaron los enfrentamientos verbales, una burda imitación de las porras de dos equipos de futbol antagónicos.


De pronto, la Policía Estatal ingresó al Palacio Legislativo para resguardar la sesión. Los dos grupos antagónicos comenzaban a enfrentarse y de inmediato todos ellos fueron retirados.


Las manos de los manifestantes comenzaron a sudar, el nerviosismo había llegado, porque la fuerza pública lo presionaba, los empujaba, los obligaba a desistir.


Algunas mujeres se acostaron frente a las puertas del Congreso, “¿Van a pasar por encima de mis derechos?” decían sus pancartas. La batalla liberales y conservadores había reencarnado en muchachos de 17 y 20 años, de nivel alto y bajo.


Pero la obligada salida no fue para todos. La mayor parte de los acarreados, los conservadores, representantes del oscurantismo —porque la ley intentó aprobarse en la misma penumbra— permanecieron en el Congreso. No había preocupación en sus rostros, la confianza en el respaldo de los diputados les otorgaba inmunidad. Más no soportaron ni 15 minutos de la diversión que les proporcionaba gritar “maricones” y “asesinos” a quienes sólo pensaban diferente a ellos. Desorientados comenzaron a pedir a sus papis que fueran por ellos. Y así fue, camionetas Mercedes Benz, Liberty y Expedition pasaron por ellos, sin saber que acababan de cambiar la historia de Puebla, sin saber que serían recordados junto con Othón Bailleres, los demás diputados del PRI y el PAN como los conservadores retrógradas del siglo XXI.

 

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Eduardo Rivera se inclinó hacia el oído de Othón Bailleres. La sumisión del diputado tricolor se evidenció en su rostro. El panista le sugería —por su bien— que dejara entrar a la prensa, pues la aprobación de una de las reformas constitucionales más polémicas de la historia reciente del estado, intentó hacerse en las sombras.


El regreso al medioevo se demostraba no sólo en la legislación que mandó el aborto, la eutanasia y las sociedades de convivencia al olvido, sino también en la fortificación del palacio legislativo. Policías estatales cerraron la puerta principal del Congreso del estado y el ingreso al pleno. Los asistentes fueron despedidos por los policías, los reporteros tuvieron que gritar porque se les permitiera trabajar, para que pudieran entrar al pleno y cubrir la aprobación de la llamada Iniciativa Bailleres.

 

¡Diputada Irma!, gritaban los periodistas para entrar. Algunos de ellos fueron agredidos por trabajadores del Congreso, quienes custodiaban las puertas. Fue ahí cuando Rivera Pérez se inclinó ante Tontón Bailleres: “déjalos entrar”.

 

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