Wednesday, 24 de April de 2024


La meritocracia en tiempos del cólera




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Hace varios años se publicó un estudio en México en donde se evaluaban las habilidades de las personas respecto a sus posiciones laborales.

Se descubrió por ejemplo que dos de cada tres trabajos los obtenían personas no calificadas pero que por sus relaciones se colocaban en ellos. Una situación que impacta de manera negativa y devastadora en la productividad y de rebote, en la equidad tan anhelada para los mexicanos. No sé si las cosas han cambiado significativamente en los últimos años. El remedio es la meritocracia y como tal significa que las personas obtienen lo que su esfuerzo les da. Ni más ni menos. Es un sistema que debería acompañar cada esfuerzo colectivo.

 

 

Si un empresario decide darle el timón del negocio a su hijo o hija, está bien. Es su dinero y finalmente el capital familiar pertenece a su apellido. En caso de quiebra, la desolación será íntima con algunas afectaciones colaterales para los empleados, pero no pasará de allí. En cambio, cuando se trata de recursos de terceros y oportunidades individuales las cosas cambian. Una empresa u organización que recibe financiamiento externo, de inmediato se somete a otras reglas. Los gobiernos que administran los recursos de la comunidad tienen el mismo talante. Por esta razón es importante evaluar lo siguiente.

 

 

El caso de la #ladyprofeco, el niño verde, la #ladypemex, etc. son sintomáticos y solo acrecientan el enojo popular por los llamados juniors de la política.Son miles de personas que por años se esfuerzan esperando su oportunidad para participar y ser considerados a algún puesto de elección popular y que se encuentran de repente con que el hijo del jefe los rebaso por la izquierda. La frustración de esa persona no puede ser mayor. Sin embargo hay algo peor que esto, ¿Quién asegura que el niño o la niña afortunados son realmente lo que la sociedad necesita?, pues nadie, y de igual forma la corresponsabilidad es igual a cero. La democracia solo funciona cuando las personas más capacitadas son elegibles (que no necesariamente elegidas) para un puesto.

 

 

Algo similar ocurrió, y lamentablemente sigue ocurriendo con los docentes. Muchos mexicanos se prepararon con las mejores herramientas esperando un día recibir la tan anhelada base magisterial para desayunarse un día la noticia de que ni siquiera habían sido considerados. Que el cuate de parranda, compadre u otra maravilla mortuoria había sido el privilegiado por el solo hecho de ser cercano al del “sindicato”. Peor aún, que si tenías el presupuesto para “comprar” la plaza ya la habías hecho. ¿Cómo sería nuestro país si algún día supiéramos quienes reciben las plazas y los méritos que los hacen acreedores a ellas?, pero no me refiero solamente las de nueva creación, sino también aquellas que se generan con las jubilaciones, despidos etc. Miles, que digo miles, millones de niños y padres lo agradecerían. Esta realidad se refleja en los salones de clase, en donde docentes sin méritos y muy gritones tratan de enseñar a nuestros hijos a empujones literarios (la frase de que -la letra con sangre entra- seguramente viene de uno de estos lapsus). El peor síntoma de la incapacidad es la impotencia y la impotencia genera este tipo de violencia educativa. Muchos son los buenos maestros ajenos a esto, pero seguramente los que estén leyendo estas líneas identificarán en su día a día la realidad antes descrita.

 

 

La peor desagracia radica precisamente en que hemos creado instituciones y construido leyes pero lo fundamental, la ética para decidir quienes estarán al frente sigue en pañales.Nuevamente, la meritocracia como sistema es la clave. Mientras esto suceda, seguiremos de cuando en cuando sorprendiéndonos con cada escándalo protagonizado por la hija o el hijo del alguien. Como ciudadanos caminaremos por las calles tratando de entender porque en un país como el nuestro, en donde la madre naturaleza no nos ha negado nada, seguimos coexistiendo con la miseria y la ignorancia. Los sistemas que levantemos caerán una y otra vez con el consiguiente costo social y de recursos materiales que siempre van a asociados a este tipo de acontecimientos. Definitivamente NO encontraremos la cura para nuestros males. Como en el magnífico libro del Gabo, lucharemos contra una enfermedad que por momentos parece que lleva la ventaja, sin reconocer que lo que verdaderamente necesitamos es tan solo un interés genuino por el bienestar de los demás. Aunque le pese a mi hija o a mi hijo (esposo, esposa, prima, hermana, etcétera).

 

 

 

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