Wednesday, 24 de April de 2024


El caso Ayotzinapa no está cerrado procurador. No les creemos nada




Escrito por  Arturo Rueda
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Al presidente le urge dar un “carpetazo”. Le urge desde la primera semana de crisis. Pero la sociedad mexicana no se deja, no nos dejamos, como no se dejan los padres de los normalistas. No nos dejamos porque Ayotzinapa quiere taparse como se oculta la basura debajo de la alfombra. Ayotzinapa es el sinónimo de la podredumbre de las instituciones infiltradas por el crimen. Policías que en vez de servir y proteger, son los enemigos de los mexicanos

No les creemos. Esa es la verdad. No les creemos y tampoco hay forma de hacerlo si Jesús Murillo Karam, como un clavo ardiendo, se aferra a las declaraciones de criminalillos como “El Cepillo”, “El Chereje”, “Duvalín”, “Jona”, “Bimbo”, “Guereque”, “Huasaco”, “El Pato” y “Primo” para convencer a los padres de los 43 normalistas, a la opinión pública nacional e internacional, a millones de mexicanos, así como a organizaciones globales en defensa de los derechos humanos, de que los 43 jóvenes murieron en el basurero de Cocula, donde fueron asesinados, incinerados y sus restos dispersados en el río. Muy poca evidencia el dicho de estos delincuentillos de poca monta, colaborativos en exceso para ayudar a esclarecer el crimen, para cerrar un asunto gravísimo del que pende la credibilidad del gobierno, la estabilidad política de una entidad como Guerrero y la gobernabilidad del país, así como el futuro de México.

 

 

Aunque para la PGR la investigación ha sido plenamente concluida, la física y el sentido común la rebaten. Los peritos argentinos niegan la escasa evidencia de restos incinerados, ya que no estuvieron presentes cuando supuestamente fue recuperada en el basurero de Cocula. Científicos de la UNAM han dejado en claro de la imposibilidad de generar en esas condiciones y con esos materiales la temperatura necesaria para poder calcinar 43 cuerpos en los tiempos señalados por la verdad oficial. Los padres siguen reclamando, con mejores y peores razones, que el gobierno se niega a tocar en sus investigaciones el papel realizado por el Batallón de Infantería con sede en Iguala. Y las reconstrucciones presentadas en video ayer nos hacen recordar el Nintendo con el que Jorge Carpizo McGregor en 1993 presentó las conclusiones del homicidio del arzobispo Posadas Ocampo.

 

 

Peña Nieto dice que “no podemos quedar atrapados” por la desgracia de Ayotzinapa. Pero sus dichos no encuentran cimientos para sostenerse en el terremoto que arrancó la noche del 26 de septiembre. Amnistía Internacional declaró apenas el jueves pasado (22 de enero de 2015) que la investigación de la PGR en el caso de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa “ha sido endeble” y “limitada”. Ni José Luis Abarca ni su esposa, pese a la estridencia, fueron consignados por el homicidio de los muchachos de Ayotzinapa. El único resto analizado en la Universidad de Innsbruck, que supuestamente corresponde a Alexander Mora, ya ni siquiera existe. No hay una tumba, un féretro, unos huesos a los que rezarles.

 

 

En cuatro meses, el gobierno federal dilapidó su credibilidad, de por sí escasa. Declaraciones y declaraciones, tomos y más tomos de investigación, pero Murillo Karam no convence. No lo hizo en su primera conferencia de prensa el 7 de noviembre, el día del #YaMeCansé, ni convenció ayer. En poco más de dos meses, el clima del país no ha mejorado, sino que ha empeorado. El escepticismo nacional, una de las defensas del ciudadano ante el poder, se extiende a organismos nacionales e internacionales. El asunto se perfila a durar muchos años en las cortes internacionales como la ONU, la Corte Interamericana y en una de esas hasta en la Corte Penal Internacional. El peñanietismo tiene una herida de la que sangra profusamente.

 

 

Al presidente le urge dar un “carpetazo”. Le urge desde la primera semana de crisis. Pero la sociedad mexicana no se deja, no nos dejamos, como no se dejan los padres de los normalistas. No nos dejamos porque Ayotzinapa quiere taparse como se oculta la basura debajo de la alfombra. Ayotzinapa es el sinónimo de la podredumbre de las instituciones infiltradas por el crimen. Policías que en vez de servir y proteger, son los “enemigos de los mexicanos”. Los casos siguen saliendo a la luz pública, como los siete policías de Tlaxcala dedicados al secuestro exprés. ¿Cuántos más Peña Nieto? ¿Cuántos Tlatlayas, Ayotzinapas o Tlaxcalas se van a acumular en los cuatro años que le restan al sexenio?

 

 

La credibilidad de un gobierno no puede depositarse en las declaraciones de unos cuantos malhechores. Así, la herida no va a cerrar, y el país continuará desangrándose, lo mismo que el proyecto de restauración tricolor. Peña Nieto y los hombres del presidente han fallado, todos, no hay uno que se salve. Ni credibilidad, ni eficacia, ni honestidad. Ya no tienen nada que ofrecernos en los próximos años. Si esto fuera una democracia de verdad, hace tiempo que el presidente hubiera caído.

 

 

Para la clase política del PRI, así como de sus satélites del PAN y el PRD, Ayotzinapa ya terminó. El “carpetazo” anclado en los dichos de unos delincuentillos es suficiente. Pero no lo es para nosotros, el resto de la sociedad mexicana, que llevamos una herida que no sabemos cuándo va a sanar. Una herida tan histórica como Tlatelolco, con un gobierno tan culpable como el de Díaz Ordaz.

 

 

 

 

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