Thursday, 18 de April de 2024

Viernes, 03 Julio 2015 02:27

Scherer y Zabludovsky, dos caras de la misma moneda que es el periodismo




Written by  Arturo Rueda

Ya en los noventas el noticiero 24 Horas se convirtió en un instrumento obsoleto de control social, y su anchorman estelar durante 27 años fue jubilado. Pero Zabludovsky no se dejó jubilar, y entonces los mexicanos descubrieron que poco a poco los adjetivos se fueron cayendo. Jacobo podía ser otra cosa distinta a la verdad oficial, instrumento del poder, soldado del sistema y emblema del oficialismo. Así, sólo le quedó la etiqueta de Periodista con su programa de radio y sus columnas semanales en El Universal.


Nací en una época en la que por las mañanas sólo se escuchaba a Enrique Montero Ponce, y por las noches, a Jacobo Zabludovsky en sus 24 horas por Televisa. Ambos eran sinónimos de la verdad oficial, y por tanto, de la mentira.

 

Era un mundo sin muchas opciones noticiosas, y en la marginalidad, se podía leer a Julio Scherer y Proceso para entender la realidad del país.

 

Así, los implacables categorizaron a Scherer como “El Periodista” —así, con mayúsculas— y a Zabludovsky como el paradigma de “Periodista Vendido”, el instrumento del poder y el soldado del sistema, emblema del oficialismo.

 

En 1988 se acabó la era del partido único —dijo Jorge de la Vega Domínguez—, y también se derrumbó la Verdad Única de Zabludovsky. La pluralidad en los medios poco a poco se fue imponiendo, y ya en los noventas el noticiero 24 Horas se convirtió en un instrumento obsoleto de control social, y su anchorman estelar, durante 27 años fue jubilado.

 

Pero Zabludovsky no se dejó jubilar, y entonces los mexicanos descubrieron que poco a poco los adjetivos se fueron cayendo. Jacobo podía ser otra cosa distinta a la verdad oficial, instrumento del poder, soldado del sistema y emblema del oficialismo. Así, sólo le quedó la etiqueta de Periodista con su programa de radio y sus columnas semanales en El Universal.

 

Hasta su muerte, Julio Scherer se empeñó en destruir su mito a través de las revelaciones en varios de sus libros en los que narró, al detalle y en propia persona, que ni fue tan santo, ni tan lejano al poder, ni ajeno a las componendas o a los embustes. Fue “El Periodista”, sí, pero varias cosas más aparte de eso.  

 

Scherer y Zabludovsky fueron contemporáneos, y por supuesto, chocaron. Su enemistad, al parecer, fue eterna luego desde que el noticiero 24 horas enderezó una campaña contra el entonces director de Excélsior, siempre dijo Julio, por órdenes directas de Los Pinos.

 

Scherer, personaje de novela rusa como lo definió Enrique Krauze, nunca olvidó el agravio en vida. Y ya muerto, sus herederos tampoco. Ayer, desde Proceso, hicieron un juicio sumario post mórtem a la figura de Zabludovsky. Nada le perdonaron, y todos los textos publicados en su portal se dedicaron a resaltar su docilidad frente al poder, así como su papel de verdad oficial para el país durante tantos años.

 

Al final, creo, Scherer y Zabludovsky son dos caras de una misma moneda que es el periodismo. Nadie es tan santo ni nadie tan villano. Seguramente el lado vanidoso del fundador de Proceso envidió la popularidad nacional que le dio la televisión a su archienemigo, como demostró la fallida alianza con Televisa al principio del sexenio.

 

Y seguramente Jacobo, con la fama efímera de la cámara, siempre quiso el poder verbal de Scherer expresado en sus libros y entrevistas, así como el respeto que generaba a amigos y enemigos.

 

Pero en la era de redes sociales, de los juicios fáciles y sumarios, no faltaron los anatemas en contra de Zabludovsky para quienes les es sencillo condenar sin entender. En una época en la que se acabó la Verdad Oficial, ahora todos la tienen, la expresan y la imponen con 140 caracteres.

 

Scherer y Zabludovsky, ya en la hora de sus muertes, además del sustantivo periodista compartieron un único adjetivo: polémicos, lo que da a entender que quien se dedica al periodismo y no se encuentra en el centro de la polémica, se equivocó de oficio. Horas tranquilas, horas muertas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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