Tuesday, 16 de April de 2024

Jueves, 28 Julio 2016 01:42

El “Triángulo Rojo” penetra en el tejido social




Written by  Javier Arellano Ramírez

A la Memoria de Carmelo y Jimmy.


La población de Cañada Morelos probablemente no llega a los 50 mil habitantes.

 

Las familias se conocen por generaciones; los abuelos fueron amigos de los otros abuelos; los tíos y los primos se entrecruzan en innumerables ocasiones en los árboles genealógicos. Es una población tan pequeña que en sus noches puede escucharse el sonido de las hojas de los árboles, el viento y los ladridos de un perro allá en la lejanía.

 

La noche del lunes 25 de julio, poco después de las 20 horas, dos autos entraron velozmente a la comunidad y de inmediato se dirigieron a la calle donde se encontraban dos adolescentes. En unos segundos tres sujetos se bajaron y encañonaron a los muchachos para obligarlos a subir a uno de los vehículos.

 

A la mañana siguiente, martes 26, los cuerpos de los dos jovencitos Carmelo Moreno Alducin de 17 años de edad y Jimmy Moreno Alducin de 16 años de edad fueron encontrados a escasos 15 kilómetros de la población. Fueron ejecutados con certeros disparos de calibre .45 en la cabeza.

 

¿Qué pudieron hacer dos adolescentes de 15 y 16 años que los llevó a ser asesinados de esta manera? ¿Qué falta pudieron cometer ante el feudo del crimen organizado?  ¿Cuál era su pecado?

 

Hace unos días la Delegada Federal de la Secretaría de Gobernación Ana Isabel Allende Cano expresó que “mujeres y niños” ya participan en el negocio del robo, tráfico y venta de hidrocarburos extraídos de ductos de Pemex. Esto es una realidad.

 

No sabemos si los adolescentes, prácticamente unos niños de Cañada Morelos estaban involucrados o no. Tampoco si sus familias lo estaban. No existen evidencias de ello.

 

Lo que sí es un hecho es que el tejido social; las familias, los abuelos y los nietos; los hermanos y sobrinos de distintas familias de Palmar de Bravo, Palmarito, Quecholac, Acatzingo están participando de este negocio. Familias enteras tienen como un ingreso extra la venta de combustible robado.

 

Estamos ante un fenómeno que ya se había visto en Michoacán o en Guerrero. En municipios como Uruapan, Apatzingán, Pátzcuaro, Michoacán; lo mismo que en Atoyac de Álvarez, Coyuca de Benítez, Tecpan de Galeana, Guerrero, el crimen organizado penetró en el tejido social como un líquido se escurre entre paños y trapos.

 

Familias enteras tomaron las actividades delictivas como una forma de subsistencia y sobrevivencia. Comenzaron a habituarse a la violencia cotidiana; a tomar como “normales”, como “comunes” el asesinato de aquel vecino, el “levantón” de aquel pariente. La familia comenzó a cohabitar con la violencia, ante la ausencia total y absoluta de aquel ente llamado Estado.

 

Sí, el crimen organizado permeó y penetró en el tejido social; tal y como ahora sucede en los municipios y pequeñas poblaciones que componen el “Triángulo Rojo”.

 

Puebla, pese a estos graves síntomas aún está a tiempo de detener el crecimiento de la delincuencia organizada. Todavía prevalecen las condiciones para regenerar el tejido social tradicional y arrebatarlo de los tentáculos del crimen.

 

Ojalá la cúpula del poder político tenga la voluntad de hacerlo, antes de que hayan más víctimas inocentes como Carmelo y Jimmy.

 

Como siempre, quedo a sus órdenes en cupula99@yahoo.com, sin mx.

 

 

 

  

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