Wednesday, 24 de April de 2024

Martes, 30 Agosto 2016 02:19

Que conste que yo nací odiando a Juan Gabriel




Written by  Arturo Rueda

Juan Gabriel llegó a su consagración cuando pisó Bellas Artes gracias al favor de su amigo Salinas de Gortari. Acompañado de la Orquesta Sinfónica Nacional, debido a los arreglos del maestro Eduardo Magallanes, Juan Gabriel tomó otro nivel como músico. Dejó de ser el marginal del Noa Noa, el provinciano optimista de sus primeros discos, el amigo sudaca de Rocío Dúrcal, el compositor de Paloma San Basilio, el amanerado que quería cantar rancheras. La República de las Letras, representada por Monsiváis, le dio su bendición. La Cofradía de la mano caída tuvo su victoria.


Yo nací odiando a Juan Gabriel. En 1984, su canción Querida sonaba en todos lados y a todas horas. No era la época del YouTube, no podías escapar de la radio comercial ni de Siempre En Domingo. Para acabarla de chingar, el primer disco que sonaba en todas las fiestas eran Recuerdos II y el que le siguió en 1986, Pensamientos. Con Secretos de José José, seguramente fueron los tres más vendidos de la época. Ambos eran la plaga de un niño de ocho años que no entendía por qué los adultos los escuchaban y se ponían a tomar.

 

Naco era el apelativo correcto de aquel a quien le gustara Juan Gabriel y su tonito maricón. Los aspirantes a baby boomers amábamos a Michael Jackson y su tema Thriller, mientras que los nacionales de clase urbana idolatraban a Luis Miguel y a Emmanuel. Pero Alberto Aguilera Valadez, durante mucho tiempo fue la frontera detrás de la que se asomaban cosas naquérrimas como Chico Ché o Los Bukis. ¡Ay nanita!

 

Pero tan rotundo fue el éxito de Querida y Hasta Que te Conocí, que el compositor se dio el lujo de tardarse ocho años en grabar un nuevo disco de estudio, Gracias por Esperar. Ya en los noventa, Juan Gabriel volvió a torturarnos con la repetición ad nauseam de uno clásicos más insaboros, Pero Qué Necesidad Para Qué Tanto Problema —verso al que tantos columnistas poblanos son tan afectos—. Ese disco, con más ánimo house y look de náufrago, acentuó mi repulsión hacia la figura del show man, además que dio nuevas fuerzas al adjetivo naquérrimo a sus fans.

 

Y así estaba condenado a vivir el resto de sus años. Como parte del folclore que retrató Alma Guillermo Prieto en sus crónicas sobre las particularidades de un país en modernización en los años de Carlos Salinas de Gortari. Su disco noventero Gracias por Esperar decepcionó a sus más ardientes fans y no trajo ningún hit del nivel de Querida.

 

Entonces, llegó su consagración cuando pisó Bellas Artes gracias al favor de su amigo Salinas de Gortari. Acompañado de la Orquesta Sinfónica Nacional, debido a los arreglos del maestro Eduardo Magallanes, Juan Gabriel tomó otro nivel como músico. Dejó de ser el marginal del Noa Noa, el provinciano optimista de sus primeros discos, el amigo sudaca de Rocío Dúrcal, el compositor de Paloma San Basilio, el amanerado que quería cantar rancheras. La República de las Letras, representada por Monsiváis, le dio su bendición. La Cofradía de la mano caída tuvo su victoria.

 

Con su concierto de 1990, y los sucesivos de 1997 y 2014, Aguilera Valadez entró en una categoría superior: era un músico de nivel, rebajado ocasionalmente al Palenque o al concierto masivo. Juan Gabriel abandonó para siempre la categoría de naco, naquérrimo, para instalarse como un gusto culposo —dirían los millenials— que siempre se perdonaba. Y más, si uno andaba en la peda.

 

Bajo esas premisas, fue hasta 2007 que me decidí a conocer personalmente al famoso Juan Ga en el Palenque de Puebla para confirmar la leyenda urbana de que sus conciertos podían durar horas y horas. Es cierto, no fue interminable, pero para los estándares de los artistas divas con uno o dos éxitos, el Palenque de Juan Gabriel duró hasta las 4 de la mañana, cerrando con un extraordinario performance del Noa Noa, la marca de la casa.

 

Luego, llegó su primera decadencia y algunos de sus conciertos en Puebla fueron lamentables porque la lesión en la rodilla ya no le permitía moverse ni bailar. Permanecía sentado, cantando lánguidamente, sin emoción, música de burocracia que parecía aborrecer. Así anduvo algunos años, hasta que en 2014 renació de sus cenizas, despojado ya de cualquier pudor hasta en la vestimenta. Grabó nuevamente en Bellas Artes con motivo de sus 40 años e inició su proceso de adaptación a la era millenial con la grabación de Duetos en los que, casi en todos los casos, dejó mal parados a sus compañeros.

 

Como síntesis de su música y de su personalidad me quedo con una canción de entre las decenas que conforman su repertorio más popular: Abrázame Muy Fuerte de su álbum 27 de estudio del mismo nombre. Habrá quien me discuta, pero ahí van mis razones.

 

Aunque la mayoría de sus rolas exitosas tratan y adelantan el sentimiento de la friendzone, tal como lo dejamos establecido ayer, Abrázame Muy Fuerte es el pesimismo trágico de que toda posesión amorosa, aún la más feliz y realizada, es totalmente precaria. La amenazan muchas cosas, pero la amenaza sobre todo el tiempo, un argumento de los grandes poetas como lo demostró Octavio Paz en La Llama Doble.

 

Abrázame que el tiempo pasa y ese no se detiene

Abrázame muy fuerte amor que el tiempo en contra viene

Abrázame que Dios perdona pero el tiempo a ninguno

Abrázame que no le importa saber quién es uno

Abrázame que el tiempo pasa y él nunca perdona

Ha hecho estragos en mi gente como en mi persona

 

El amor, la vida, es esencialmente una tragedia con espacios efímeros de felicidad. Al final, ese es el resumen de la obra de Juan Gabriel, el pesimismo del niño abandonado al que todos los aplausos, reconocimiento, dinero, no tuvo final feliz

 

 

 

 

 

 

 

 

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