Saturday, 20 de April de 2024

Viernes, 18 Noviembre 2016 03:40

Es hora de que los ciudadanos tengamos derecho a portar armas libremente




Written by  Arturo Rueda

Ya veo venir las descalificaciones, pero ayer en Juego de Troles sostuve un debate intenso con Zeus Muníve, quien defendió la postura racionalista de que las armas solamente traerán más violencia. Es probable y deseable que eso ocurra: los ciudadanos dejaremos de ser carne de cañón, borregos en el matadero. Que los criminales sepan que al atracarnos, invadir nuestro domicilio, se están jugando la vida, no unas horas en la cárcel.


Va por adelantado mi postura: yo estoy a favor de que los ciudadanos tengamos derecho a portar armar y usarlas en nuestra legítima defensa ante los criminales. Con controles y registros, pero las leyes deben darnos a los ciudadanos la posibilidad de defendernos ante una delincuencia cada más desalmada, un estado de derecho fallido, cuerpos de seguridad ineficaces y la creciente sensación de impunidad del Nuevo Sistema de Justicia Penal. No hay de otra.

 

Esta idea, que podía parecer una locura hasta hace unos años, va tomando fuerza y sentido entre millones de mexicanos. El primero en lanzarla fue el senador panista Jorge Luis Preciado, el que perdió la gubernatura de Colima por mandar a abortar a su novia. Ahora, en Puebla, lo secunda un priista, Rosalío Zanatta, que en magnifica entrevista del reportero Víctor Hugo Juárez en El Sol de Puebla, se pronunció a favor de que el gobierno estatal legalice el uso de armas para los ciudadanos.

 

Hasta ahora, la Constitución impide el derecho a portar armas. Para hacerlo, se necesita una licencia especial de la Secretaría de la Defensa Nacional, y de no tenerlo, se comete el delito de portación de arma de uso exclusivo del ejército. De acuerdo con diferentes modalidades, las penas pueden ir de dos a quince años de prisión. En este sentido, los mexicanos estamos indefensos ante los criminales, quienes sí disponen de pistolas, rifles, sin importarles ningún tipo de regulación.

 

No ocurre así en Estados Unidos, el primer país del mundo en reconocer y mantener el derecho de los ciudadanos a portar armas. No tiene que ver con un frenesí de violencia, como afirma el documentalista Michael Moore en “Bowling for Colombine”. En realidad, tiene que ver con la idiosincrasia del origen como país y la forma en cómo se ven los propios ciudadanos.

 

El derecho a la posesión y portación de armas en Estados Unidos es el origen del derecho que tienen los ciudadanos a rebelarse contra los malos gobiernos, así como las 13 colonias se rebelaron contra el despotismo de la monarquía inglesa y proclamaron su independencia a través de una revolución. ¿Pero cómo podría hacerse una revolución sin armas? ¿Cómo conformar una milicia ciudadana? Imposible.

 

Así, aunque todos los candidatos demócratas prometen regular la posesión de armas, en los hechos nunca lo han logrado porque los norteamericanos defienden su derecho a la autodefensa, ya sea ante un mal gobierno o la delincuencia. En estricto sentido, son ciudadanos con goce pleno de derechos.

 

Por el contrario, nuestra Constitución nos reduce a la posesión de súbditos. Aunque el artículo 10 establece que “Los habitantes de los Estados Unidos Mexicanos tienen derecho a poseer armas en su domicilio, para su seguridad y legítima defensa, con excepción de las señaladas por la ley federal y de las reservadas para uso exclusivo del Ejército , Armada y Fuerza Aérea. Sin embargo, La ley federal determinará los casos, condiciones, requisitos y lugares en los que se podrá autorizar a los habitantes a portar armas”.

 

Esa ley federal es sumamente restrictiva, ya que las armas deben registrarse en Sedena. Sin embargo, la portación requiere una licencia, y si no se tiene, se comete un delito.

 

En otras palabras: los mexicanos no tenemos derecho a portar armas porque, como súbditos, no tenemos derecho a rebelarnos contra el mal gobierno, y mucho menos, a defendernos de los criminales. En ese rango nos han ubicado las leyes, y en esa categoría estábamos contentos hasta que nos devoró la ola de impunidad que aqueja a Puebla y a México.

 

A veces deben conocerse las experiencias individuales. El diputado Rosalío Zanatta sufrió hace varios meses la traumática experiencia de un hermano secuestrado del que nunca volvió a conocerse su paradero, vivo o muerto. Pese a su estatus político, ni la policía federal ni la Fiscalía General de Estado encontraron el cadáver, y mucho menos a los secuestradores. ¿Pudo haber ocurrido algo diferente si hubiera tenido un arma a la mano para defenderse?

 

Ya veo venir las descalificaciones, pero ayer en Juego de Troles sostuve un debate intenso con Zeus Muníve, quien defendió la postura racionalista de que las armas solamente traerán más violencia. Es probable y deseable que eso ocurra: los ciudadanos dejaremos de ser carne de cañón, borregos en el matadero. Que los criminales sepan que al atracarnos, invadir nuestro domicilio, se están jugando la vida, no unas horas en la cárcel.

 

México se ha convertido en una selva en la que cualquiera puede matar o morir sin que las autoridades hagan algo. Ante esto, comienzan a imponerse los justicieros anónimos, los linchamientos, la ira popular. A eso nos llevó un gobierno fallido incapaz de cumplir su primera obligación: defender a los ciudadanos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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