Parecía un acto suicida de Peña Nieto: adentrarse a la zona del epicentro del terremoto en la comunidad de Paredón, municipio de Tonalá en Chiapas, en una transmisión en directo por Facebook Live.
Cualquier ciudadano del mundo imaginaría que el Presidente enfrentaría fuertes reclamos, imprecaciones y hasta insultos por parte de un pueblo herido por el terremoto de 8.2 grados ocurrido la noche del jueves.
El enojo, sin embargo, no llega y la caminata de Peña Nieto acompañado por el gobernador Velasco se convierte en lo que podría ser un acto de campaña como los que el mexiquense protagonizó en 2012 cuando las mujeres se le abalanzaban para pedirle abrazos y besos.
Entre los escombros de Paredón abundan las peticiones, sí, pero de selfies con el presidente que nunca había visitado esa comunidad, por lo que su presencia se convierte en un hecho histórico, inolvidable y en apariencia más importante que el propio terremoto.
Las porras son constantes: ¡Bravooooo! ¡Peña Nieto, Peña Nieto, Peña Nieto! ¡Bravooooo!
Ningún ciudadano de Chiapas exige, pero todos agradecen. Es la única constante el agradecimiento, no la exigencia.
—Agradecemos infinitamente que esté con nosotros aquí en la Bahía de Paredón señor gobernador Velasco, desafortunadamente este percance no lo teníamos planeado— dice un maestro de la escuela Joaquín R. Gutiérrez.
Parece un montaje poco creíble, un show armado desde Los Pinos para hacer parecer a Peña como un presidente popular, sensible.
Pero a cada paso que avanza, los vítores para Peña Nieto se multiplican así como la petición de selfies. Ni se diga la ola de agradecimientos.
Increíble reacción para una comunidad con más de 800 viviendas dañadas según el censo preliminar, 300 por lo menos que son pérdida total.
Por momentos parece una fiesta en la que abundan las sonrisas, las bromas, hasta los mamaseos a las chiquillas secundarianas
—Grábale bien para que me crean que sí hay güeritas aquí— pide el Presidente entre las carcajadas generalizadas que siempre inicia el gobernador Velasco.
Como a un Dios Mortal, los chiapanecos buscan la mano del presidente, alguna parte de su cuerpo para tocarlo a fin de que sus bendiciones se derramen sobre ellos.
Quizá en algún lugar de nuestro cerebro supervive la mentalidad azteca que nos hace agacharnos ante el Tlatoani, o los tres siglos de dominio colonial que nos hizo postrarnos ante virreyes.
Lo único cierto es que en pleno 2017 los chiapanecos no exigen soluciones, sino que le agradecen infinitamente a Peña Nieto su presencia.
Un gran cronista como Jorge Ibargüengoitia podría retratar el recorrido de Peña en Paredón en ese libro de extrañezas de la psique nacional que es ‘instrucciones para vivir en México’.
Una viejecita se acerca al Presidente quien la toma paternal entre sus brazos mientras ella le cuenta cómo lo perdió todo, a lo que Peña Nieto le responde que lo importante es que hay ‘un albergue para que pueda dormir y un comedor comunitario para sus necesidades’ mientras la suelta para abrazar a otra afligida que busca consuelo en su tlatoani.
Entre aplauso y aplauso, porra y porra, selfie y selfie, trascurren los más de 68 minutos que dura la visita a la comunidad de Paredón, Chiapas, y que al más experto sociólogo le costaría explicar la actitud arrastrada, zalamera de los damnificados del terremoto que perdieron su patrimonio, pero que al ver a Peña Nieto no tienen otra reacción más que postrarse en lugar de indignarse.
¿Cuánto ha retrocedido la sociedad mexicana en treinta años? ¿Dónde quedó la rabia que detonó el surgimiento de la sociedad civil en la CDMX tras el terremoto del 85? ¿Qué tenían esos mexicanos que los de ahora carecemos?
El espejo de la visita de Peña Nieto a la comunidad de Paredón, Chiapas, nos devuelve un reflejo terrible: el México que no tiene remedio porque en lugar de exigirle al poder, prefiere postrarse para recibir las migajas.