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Martes, 28 Noviembre 2017 03:26

Y México se pregunta: ¿Quién chingaos es Kuribreña?

Y México se pregunta: ¿Quién chingaos es Kuribreña? Escrito Por :   Arturo Rueda

La autoflagelación tricolor fue reservada para el final del bautismo, cuando el prianista llegó a la Comisión Política Permanente a registrarse ya con las firmas de sectores y organizaciones. Aunque trabajó a lo largo del sexenio para el PRI, aunque desde agosto se cocinó su precandidatura, aunque la confección de su traje llevaba meses, Meade esperó al último momento para pronunciar sus propias Palabras Mayores: “soy simpatizante del PRI”


Rebasado en el destape por su eminencia gris Videgaray, el presidente fue anticlimático y errático al decirle adiós del gabinete a José Antonio Meade para enviarlo a “su próximo proyecto”. Ni siquiera pudo ejecutar bien Peña Nieto la mínima parte que le tocaba: “y a quien deja la cancillería le deseo, a quien deja la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (silencio incómodo) quedará como nota, quien dejó la cancillería, la Secretaría de Desarrollo Social y ahora la Secretaría de Hacienda y Crédito Público”. El acto fallido quedó registrado para la historia.

 

La incomodidad de Peña Nieto fue evidente pues no fue especialmente cálido ni elogioso con Meade, y ni siquiera dijo cuál era su “siguiente proyecto”. El presidente en su cénit fue un actor secundario obligado a recitar un parlamento insípido una vez que las Palabras Mayores fueron pronunciadas el jueves de la semana pasada por Luis Videgaray.

 

La eminencia gris se impuso en la designación de Meade, así como las terribles presiones de los grupos de poder económico que ven en esa candidatura la continuidad de un modelo prianista que los ha enriquecido a costa del empobrecimiento de las mayorías nacionales. Peña Nieto no pudo o no quiso zafarse de esas presiones y en un acto de traición al PRI, hizo candidato a quien nunca ha militado o ha abanderado a ese partido.

 

El presidente sólo tuvo derecho a hacer una pataleta, un berrinche que lo hizo rebajarse más. Resulta que Videgaray no andaba “despistado”, ni todos los que confeccionaron un saco de candidato cuyas primeras puntadas se dieron en la Asamblea Nacional que eliminó los candados que se habían impuesto en 1996 para evitar que los tecnócratas volvieran a apoderarse del PRI. Peña, Videgaray, o ambos, engañaron con la verdad.

 

La nomenklatura tricolor, esa que aguantó y aguantó durante el salinismo para después rebelarse a balazos, y luego puso candados para evitar el ingreso de los tecnócratas, salió derrumbado, resignado ante el nombramiento y tendrá que tomar decisiones. No es el estilo de los priistas rebelarse en voz alta, sino la huelga de brazos caídos y la fuga silenciosa a otras opciones.

 

López Obrador espera a la nomeklatura tricolor con los brazos abiertos. A diferencia del siglo XX, cuando las únicas opciones eran la disciplina o el destierro, el proyecto de Morena se ha convertido en receptor de los priistas inconformes, decepcionados o desalineados. Peña, al entregarle el poder a la facción tecnócrata, indirectamente está facilitando el transfuguismo del priismo histórico a los brazos de Andrés Manuel que, ahora sí, recibe a todos y no discrimina.

 

El no priismo del candidato presidencial priista se tradujo en la serie de actos fallidos que iniciaron con el juego del despistadismo, el anticlimático adiós en Los Pinos, la “emoción arrebatada” en la entrega de la estafeta a González Anaya, pero sobre todo en el peregrinaje de los sectores y organizaciones que inició con los impresentables de la CTM y Carlos Aceves del Olmo.

 

Entre peregrinaje y peregrinaje para solicitar los apoyos, Meade evidenció incluso su falta de identificación con el tricolor, llegando a bautizarlo como “El Partido de la Revolución Institucional” en uno de los encuentros con organizaciones.

 

La autoflagelación tricolor fue reservada para el final del bautismo, cuando el prianista llegó a la Comisión Política Permanente a registrarse ya con las firmas de sectores y organizaciones. Aunque trabajó a lo largo del sexenio para el PRI, aunque desde agosto se cocinó su precandidatura, aunque la confección de su traje llevaba meses, Meade esperó al último momento para pronunciar sus propias Palabras Mayores: “soy simpatizante del PRI y vamos a ganar las próximas elecciones”.

 

El alma les volvió al cuerpo a los priistas presentes, temerosos del desplazamiento que se avecina por el grupo tecnocrático y los poderes económicos que impusieron su criterio a Peña Nieto. Tan contentos estaban que inventaron unas de las porras más confusas en la historia del partidazo. ¡Luego de Peña, sigue Kuribreña! con lo que varios priistas pelaron los ojos en búsqueda del tal Kuribreña que gobernará después de Peña.

 

Y México se pregunta: ¿Quién chingaos es Kuribreña?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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