Esto mismo se aplica a la política. Desde siempre se han creado, se han fabricado villanos y paladines que se enfrentan llevando al país a la bonanza o al precipicio.

 

Para el connacional, el mundo gira entre negro o blanco. El mexicano no puede asimilar que alguno de esos personajes sea un ente lleno de grises, de matices y variados claroscuros. No, de ninguna manera; eso no puede ser aceptado. O es blanco o es negro, pero nada en medio.

 

Estamos en el nacimiento del siglo 21 y el pensamiento mexicano sigue con esa postura genética propia de la Colonia de dividir al país entre buenos y malos.

 

El caso emblemático, prototípico es Andrés Manuel López Obrador, a quien los grandes sectores del imaginario colectivo consideran un héroe, un paladín, un santo laico, un personaje inmaculado e infalible.

 

Y aunque sus críticos se obsesionan por demostrar las contradicciones y carencias de sus tesis políticas, para el pueblo que lo venera no hay argumentos que lo puedan refutar. Todas sus premisas son incuestionables, inapelables.

En esta mecánica social, López Obrador acuñó la expresión ‘guerra sucia’ para referirse a las campañas de lodo político que sus detractores lanzan.

 

Y efectivamente, AMLO ha sido blanco de la mayor campaña de infundios de que se tenga memoria en el México de las instituciones. Que es un ´Chávez’; que es ‘un peligro para México’; que convertirá al país en otra Venezuela; que les quitará las residencias a los ricos para dárselas a los pobres; que los rusos lo apoyan como hicieron con Fidel Castro. 

 

Indiscutiblemente, el ‘Peje’ ha sido víctima de las más perversas campañas mediáticas de las últimas décadas. Lo que sus adversarios nunca calcularon es que todas esas toneladas de lodo terminarían por inmunizarlo, por blindarlo.

 

No se puede discutir que el candidato presidencial fue y es víctima de una ‘guerra sucia’ desde hace 12 años.

 

Pero para esta columna el tema de fondo es que sus nuevos aliados, los saltimbanquis, los oportunistas, los que apenas hace unas semanas o unos meses se subieron a su barco y navegan con el viento favorable de su campaña ya también hicieron suya la expresión ‘guerra sucia’.

 

Es el caso concreto de José Juan Espinosa Torres, ex priista, ex marinista, ahora convertido en enfebrecido lopezobradorista, quien se dice víctima de la ‘guerra sucia’ y anticipa que ‘denunciará’ al medio nacional que lo ‘calumnia’.

 

Los escándalos mediáticos que han exhibido el patrimonio inmobiliario de varios candidatos de Morena en Puebla nada tienen que ver con la llamada ‘guerra sucia’.

 

Son pruebas firmes, evidencias jurídicas, documentos de diferentes oficinas del Registro Público de la Propiedad; papeles y avalúos oficiales que exhiben la cuestionable riqueza de políticos que de meses recientes a la fecha quieren cubrirse bajo el manto inmaculado de López Obrador.

 

Una de las grandes contradicciones de esta campaña 2018 son esos ex priistas o ex perredistas que al cuarto para la una brincaron al barco de Morena y con esto también se sienten limpios e intachables.

 

La guerra sucia es la de infundios, la de calumnias, falsedades y mentiras. Pero en el caso de los neo-morenistas que son exhibidos por su riqueza inmobiliaria la ‘guerra sucia’ no es tal, nada tiene de sucia.

 

Es la guerra política, tal cual, en la que se presentan las pruebas más devastadoras: las que exhiben la verdad.

 

Como siempre quedo a sus órdenes en Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo., sin mx.