La comparación es válida e ilustrativa, el empuje social de López Obrador es semejante a una catarata de proporciones majestuosas; son millones de litros de agua que cada segundo caen con la fuerza de un trueno. Pero, ¿Adónde va toda esa fuerza? ¿Quién puede capitalizarla? ¿Quién ha construido los canales para conducir ese cauce superlativo?

Por ejemplo, en la Ciudad de México el partido Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), tiene toda una estructura construida a lo largo de los últimos años. Claudia Sheinbaum es la depositaria de un legado que está debidamente organizado, estructurado.

Mientras el Partido de la Revolución Democrática de Miguel Ángel Mancera se desmorona de manera acelerada, el frente de López Obrador va cooptando, agregando, sumando a todos esos grupos inconformes con el fatídico jefe de gobierno. Existe una red de activistas que expresamente se abocan a buscar a perredistas lastimados, agraviados, heridos y los convencen de sumarse a Morena.

La misma Sheinbaum es una hábil operadora que teje un tramado para atraer a perredistas molestos o insatisfechos con la candidatura de Alejandra Barrales. En esta metáfora podríamos asegurar que Morena en la Ciudad de México es un canal perfectamente construido; con muros de concreto; con compuertas y esclusas. Un magnífico cauce en el que puede direccionarse toda la fuerza de aquella catarata social llamada López Obrador.

En contrario sensu en Puebla encontramos que no existen esas condiciones. Los morenistas químicamente puros como Rodrigo Abdala o Gabriel Biestro son figuras muy pequeñas, que nunca tuvieron la capacidad para construir el canal, los bordos, los fosos en los que capitalizar la fuerza del tabasqueño.

Morena en Puebla era una fuerza infantil, como de juguete; un grupo de pequeños aficionados a la política que nunca tuvieron la visión, la inteligencia, ni la capacidad operativa para construir una estructura estatal.

Por eso cuando llegan los neo-morenistas Miguel Barbosa Huerta, Fernando Manzanilla, Nancy de la Sierra, Alejandro Armenta, entre otros, arrebatan el membrete de la misma manera que le quitarían el dulce a un infante.

Pero eso fue hace un par de meses y en estas semanas no han tenido el tiempo de armar una estructura en toda la entidad. Solamente tratan de cachar a algunos aspirantes, pero lo hacen al azar, sin estrategia, sin coordinación. Son como dos beisbolistas que corren para atrapar la bola, pero chocan entre sí, dejando que la pelota caiga al piso. Y todo este juego preelectoral lo realizan al cuarto para la una.

La comparación sigue siendo válida. Morena en la Ciudad de México tiene la fuerza de una catarata que cae y se conduce en un canal de hormigón; mientras que en Puebla la misma fuerza desemboca en un desierto; no hay una estructura que pueda direccionar toda esa energía colosal.

La ventaja de López Obrador necesita, demanda de condiciones locales que puedan canalizar esos números. Y hasta el momento eso no ha ocurrido en Puebla.

La atropellada, agitada, accidentada selección de candidatos de Morena a las presidencias municipales en poco abona.

Si los operadores de López Obrador no se sientan a diseñar una estrategia local, toda la fuerza de su jefe máximo se convertirá en una catarata volcada sobre un desierto; el agua se diluirá, se filtrará en la arena; formará lodazales, algunos riachuelos y canales, pero perderá toda su fuerza.

Como siempre quedo a sus órdenes en Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo., sin mx.