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Jueves, 03 Mayo 2018 04:28

No se vale chillar priistas: la fase del suicidio

No se vale chillar priistas: la fase del suicidio Escrito Por :   Arturo Rueda

Como lo he escrito en anteriores ocasiones, José Antonio Meade es el ‘error de noviembre’ de Enrique Peña Nieto. Simplemente se equivocó al escoger a su candidato, porque el bueno era Osorio Chong, quien además de ocupar el primer lugar en las encuestas, cohesionaba a todo el tricolor a su alrededor: gobernadores, ex gobernadores, bases, organismos, medios de comunicación


 

Arrumbado en el tercer lugar de la carrera presidencial, el PRI ha entrado en fase de suicidio con la designación de René Juárez Cisneros como nuevo dirigente nacional. Seguramente Peña Nieto tenía mejores apellidos, más ilustres perfiles, para dirigir la nave tricolor, pero también seguramente esos apellidos ilustres como Gamboa, Calzada, Del Mazo, Nuño, Videgaray, declinaron la oferta por una razón evidente: se puede llevar sobre los hombros la responsabilidad histórica de una derrota, pero nadie quiere llevar sobre sus hombros la responsabilidad histórica de la extinción del tricolor.

 

Al PRI, la principal organización político-territorial del siglo XX en México que todavía pudo volver al poder en el XXI, le quedan exactamente ocho semanas de vida. Es un enfermo terminal. Carece de apoyo popular, sus élites migran hacia Morena o hacia el Frente PAN-PRD-MC, tiene en sus filas al presidente peor calificado de la historia moderna. Pero lo que no tiene es un candidato competitivo, capaz de generar entusiasmo y percepción de triunfo.

 

La extinción del PRI, de la mano de la candidatura de Meade, es una posibilidad real, pero del estrépito de la derrota dependerá la capacidad futura del priismo para resistir la ola y reorganizarse de cara al futuro.

 

Quizá a eso se dirige el movimiento de colocar a Juárez Cisneros en el CEN: su perfil no le da para impulsar un vuelco que los lleve a repetir en Los Pinos, pero sí para trabajar las condiciones que les permitan asegurar la supervivencia. En ese escenario, Osorio Chong emerge como el líder del futuro, sobreviviente del error de la sucesión.

 

Como lo he escrito en anteriores ocasiones, José Antonio Meade es el ‘error de noviembre’ de Enrique Peña Nieto. Simplemente se equivocó al escoger a su candidato, porque el bueno era Osorio Chong, quien además de ocupar el primer lugar en las encuestas, cohesionaba a todo el tricolor a su alrededor: gobernadores, ex gobernadores, bases, organismos, medios de comunicación.

 

Pero Peña Nieto quiso experimentar y sacarse un conejo de la chistera para convencer a los mexicanos de que el PRI había cambiado. Con las manos hinchadas de tanto aplaudir, el priismo avaló que a la militancia se le despojara de la candidatura presidencial y que se impusiera a un saltimbanqui del servicio público, que lo mismo trabajó para el PAN que para el tricolor, y que en su hoja de vida no aparecía una candidatura a algo. Es decir, Meade nunca había sido candidato y debutaría en la más importante responsabilidad.

 

Pero la jugada le salió mal al mexiquense que desde 2016 no anda fino en lo que era su fuerte, la operación electoral. Los números en las encuestas así lo demuestran.

 

Entre el destape de Meade, los primeros meses de 2018 y lo que llevamos de campaña, el PRI perdió 7 puntos que se fueron directamente a López Obrador. El 27 de noviembre de 2017, el día del destape, el tricolor tenía 25 puntos de intención de voto y ahora 18. Ese mismo día el tabasqueño andaba por 32 y ahora tiene 40.

 

Todos los priistas desencantados por la candidatura de Meade se fueron a Morena para fortalecer a López Obrador. Peña Nieto jamás se imaginó el desenlace. Pensó que ganaría puntos entre los votantes panistas. Esa hipótesis no se materializó, pero sí ocurrió lo contrario: los priistas desencantados, a los que no se les hincharon las manos por aplaudir la llegada de un advenedizo, se fueron en silencio al movimiento del tabasqueño.

 

Gracias a ese éxodo de priistas resentidos, López Obrador consolidó posiciones. Ahora, con apenas 18 por ciento de simpatías y la única posibilidad de retener la gubernatura de Yucatán, Peña Nieto ve de cerca la extinción del PRI. Atribulado por esta responsabilidad, Osorio Chong se prepara para adueñarse de lo que quede del naufragio.

 

Aunque Juárez Cisneros, a diferencia del invento Ochoa Reza, sí ha recorrido todo el escalafón de la política, de alcalde a gobernador a diputado y a senador, su carrera está marcada por la derrota de 2005, cuando entregó el poder al empresario Zeferino Torreblanca postulado por el PRD. No sólo es responsable de que el PRI perdiera por primera vez en Guerrero, sino de la descomposición social que ocurrió en ese momento.

 

Si no es talentoso, ni mediático, ni un gran estratega, ¿A qué llega Juárez Cisneros al PRI? A administrar para Osorio Chong lo que se salve del naufragio, pues seguramente el ex titular de la Segob se negó a asumir la posición, pero envió al ex gobernador de Guerrero a administrar la derrota, los restos del naufragio. La ruptura es inminente y en el futuro Osorio le hará pagar al mexiquense el desprecio sucesorio.

 

Que no chillen los priistas. En su ortodoxia, en su genuflexia, dejaron a Peña Nieto hacer lo que quiso con el partido. Incluso destruirlo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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