En una semana, el próximo lunes, Andrés Manuel López Obrador ya no será candidato, sino presidente electo.

 

Aunque tendrá una victoria inobjetable, la más abultada del México democrático, no sólo chocará con la dificultad de materializar sus propuestas, como disminuir la criminalidad y acabar con la corrupción, sino con la reorganización del sistema político y de sus actores.

 

Si la misión Histórica que se puso el tabasqueño fue ganar la Presidencia, su objetivo está cumplido y sólo falta saber con cuántos votos y cuál será la diferencia con los otros candidatos.

 

Ya no hay necesidad de acelerar.

 

La realidad del presidente será diferente a la realidad del candidato.

 

Todo eso explica por qué López Obrador no pisó el acelerador en su cierre de campaña en Puebla para respaldar a Luis Miguel Barbosa, quien dentro y fuera de Morena luce desinflado, pese al efecto AMLO.

 

A diferencia de sus cuatro visitas anteriores se acabó la belicosidad, la beligerancia del tabasqueño.

 

Ya no dijo que Barbosa está 20 puntos arriba de Martha Erika Alonso.

 

Ni una palabra del nepotismo, ni de Rafael Moreno Valle, ni que en Puebla se quieren robar la elección y hay que mandar observadores internacionales.

 

Tampoco excesivas loas a su candidato a la gubernatura —incluso fue más efusivo con Claudia Rivera Vivanco, la candidata a la alcaldía—excepto al principio del mitin, obligado por la circunstancia.

 

López Obrador ya sabe que Luis Miguel Barbosa no va a ganar, ni lo merece.

 

Su campaña fue un fiasco, resultado de la equivocación de designar a un candidato que no representa los valores de Morena. Un candidato que pleno de soberbia, dejó asuntos patrimoniales irresueltos, nunca cuidó sus excesos y, lo peor, vivió la mentira de que era abogado durante 30 años pensando que no lo iban a exhibir.

 

López Obrador lo sabe. Barbosa no era uno de los suyos, pero le debía el favorcito por ‘destripar’ la bancada del PRD en el Senado. Ese favor ya se pagó con la candidatura.

 

Tampoco debió caerle bien al tabasqueño el flaco mitin en la Plaza de la Victoria, donde en el mejor momento hubo 10, 12 mil simpatizantes, y antes venía del fiasco de Veracruz, donde entre el partido de la Selección Nacional, el calor agobiante y la operación de Yunes, el estadio Pirata Fuente lució desguarnecido.

 

La realidad política se impone: para qué desgastarse por quien no lo merece.

 

¿Cuál es esa realidad?

 

Aunque las encuestas digan 48, 50, 55 por ciento, señalen ventajas siderales, a mera hora no se saben ni cuántos van a ir a votar ni por qué margen será la victoria.

 

Ejemplifico con el caso de Puebla, uno de los estados más lopezobradoristas del país.

El equipo de Morena, la dirigencia y los candidatos, eran optimistas con la asistencia al mitin del cierre y públicamente dijeron que esperaban a 100 mil poblanos.

 

Las fotografías son evidentes: solamente llegó el 10 por ciento de los calculados, entre 10 y 12 mil fanáticos del ‘Peje’.

 

¿Qué pasó?

 

Pues confluyeron varias cosas: el partido de la Selección, la flojera de subir caminando a la Plaza de la Victoria, el desánimo que provocan varios candidatos de Morena, el horario. Como dicen varios ‘opinólogos’ en estos días: una cosa son los apoyos en redes sociales, los porcentajes en las encuestas, a los asistentes y votos en la vida real.

 

Total, en Puebla no hubo frenesí por López Obrador pese a que era una hora y un día idóneo para provocar un ‘llenazo’. Ni comparación con el lleno de hace seis años en el estadio Hermanos Serdán.

 

Horas después, en León y del brazo del candidato de Morena en Guanajuato, Ricardo Sheffield, el tabasqueño afirmó que Morena ganará ese estado, además de Chiapas, CDMX, Tabasco y Veracruz, pero ya no incluyó a Puebla entre las gubernaturas que se llevará.

 

Lo sabe López Obrador y ya lo saben todos en Morena: Barbosa no le va a ganar a Martha Erika.