Montagner y la pasión por el sucio calzado de hule


“Todos llevamos un fetichista dentro”, comenta el escritor


El autor de Toda esa gran verdad comenta que su novela descubre al fetichista que llevamos dentro y además provoca reacciones variadas, incluso la sorpresa y el agrado de su jefe Alejandro Montiel, secretario de Cultura. La trama rural de un lugar muy parecido a Chipilo logra que un secreto sea el mayor temor del protagonista quien descubre poco a poco su homosexualidad.


Edmundo Velázquez

El escritor Eduardo Montagner definió su novela Toda esa gran verdad como una historia homo-erótica-fetichista, que puede incomodar a criterios cerrados.   


En ella narra la historia del joven Carlo, quien descubre su homosexualidad mientras se da cuenta de su pasión por un par de botas de hule, no precisamente el sentido de amor que algunas personas dan a un par de zapatos Prada, porque la trama transcurre en una atmósfera rural, así que el afecto es a las que usa un sudoroso vaquero.


El relato se desarrolla en Belmondo, pueblo ficticio que podría ser Chipilo, de donde es originario el autor.
Montagner pone a prueba de fuego el desenvolvimiento de la personalidad del muchacho asustado porque su gran secreto se descubra, y no sólo por estar enamorado de Paolo, novio de su prima, sino por ser un destrampado bootlicker  —parafilia reconocida en Europa como atracción sexual hacia las botas— para satisfacer así sus filias y escapar de sus fobias.  


En entrevista, Montagner, de 31 años y funcionario de la Secretaría de Cultura, comentó la forma en que su relato incomoda, sorprende, asusta o incluso provoca lectores “voraces”, como calificó a su jefe, el secretario Alejandro Montiel, de quien recibió halagos tras leer el libro publicado en Alfaguara en octubre del año pasado.

 

“Todos llevamos un fetichista dentro”


Para Montagner, los personajes sórdidos, apesadumbrados por un secreto, dolidos por una vida poco común y portadores de parafilias, le sirven para tener giros dramáticos que mantengan la atención del lector.

 

—¿Por qué una novela fetichista?
—No sé por qué surge el germen de una historia que me interesa, pero me interesan las parafilias para usarlas dramáticamente, también el secreto. El asunto del secreto lo uso en la novela porque pasa que el personaje central (Carlo) está enamorado de su amigo, y el que sea fetichista lo uso dramáticamente como un secreto. Entonces, eso me convino para la historia.


Una de las cosas que me seguirán interesando en próximas novelas es el mundo de las parafilias o el mundo de lo recóndito dentro de lo llamado “anormal”, incluso.


El fetichismo es una de las esquinas más frecuentadas del amor, por decirlo de algún modo. Y de hecho, entre las parafilias, es una de las menos comunes y a la vez una de las más comunes porque todo mundo es en cierto grado lleva un fetichista, aunque no sea enfermizamente.


El fetichismo, cuando es algo enfermizo, prescinde de la persona. Y casi todo el mundo tiene un fetichismo, en el que no se prescinde de la persona: Te llevas el suéter de la persona que te gusta, hueles la prenda sin que sea precisamente de ropa interior. Entonces todo mundo se maneja en el fetichismo por el amor. Quería un fetichismo denso para que tuviera un peso dramático. Aunque cuando la estaba escribiendo conocí gente realmente fetichista a quien no le interesaba nadie, no le interesa el ser humano, no le interesa tener relaciones sexuales con nadie y sólo les interesa el objeto. Se me hizo muy difícil hacer una novela sobre fetichismo puro, pero se me hizo interesante hacer eso: tener un personaje que dijera que no estaba enamorado de un hombre, ni de una mujer, sino que fuera por el fetiche.

 

Desde las miradas raras a la voracidad del secretario


También autor de autor de la novela Al prim (2006), escrita en véneto, Montagner mencionó que el tema de Toda esa gran verdad provocaba largas miradas, señales de cerrazón, incluso había gente que prefería callar ante el tema.


Por lo contrario, los comentarios entre compañeros suyos de la dependencia donde labora han sigo gratos, y le sorprendió la reacción de Alejandro Montiel Bonilla, titular de Cultura en el estado.

 

—¿Cómo la han aceptado? Al fin y al cabo toca temas no muy cómodos para muchos, temas poco conservadores.
—Sí. La gente de Alfaguara me dijo que tienen una sala de juntas donde exponen qué novelas pueden publicar. Y cuando el editor expuso esta historia la gente se quedó callada, y como que no decía nada. La gente se quedó callada y se veían entre ellos. Y el silencio pesaba mucho. Cuando expuse el tema ante Alfaguara, Marisol Schulz, directora editorial, volteó a ver al editor, pues es un tema de entrada raro. Y sí lo es. Dentro de la novela o del asunto homosexual o de las parafilias es un asunto raro en cuanto al fetiche. No es una prenda interior, no es una prenda común como ropa interior. No es algo común. Tampoco es una bota de cuero negra de una mujer que va…


—Al estilo dominatrix…
—…ajá, sadomasoquismo. Algo ya común. Así que el fetiche que quise poner fue muy específico, en un ámbito muy específico y con características muy específicas. Poner así todo lo que se ha ventilado también en la semiótica. El sustrato bajo, como le llaman, que es la tierra, el excremento. Antes de escribir la novela leí a Julia Kristeva, quien tiene un libro sobre perversiones, y habla de esto. El hecho de lo que significa la tierra y defecar, por ejemplo. Nos pone de frente por nuestros orificios con la naturaleza. Entonces, a la gente que le llama la atención esos temas, pero tiene cierto rechazo.
—¿Por el sentido “bajo” al excremento, a la mierda?
—Pues es una época en que el papel higiénico tiene perfume… (Risas) ¿Qué puedes esperar? Antes era todo mucho más natural. Por eso, creo que hay escritores, como Sergio Pitol, en Domar a la divina garza quien habla de esto, del sustrato bajo cuando habla de la fiesta y el carnaval, el desenmascaramiento y finaliza en esta cuestión de lo excrementicio. En esa novela se toca mucho este tema.


Te digo, ha sido una reacción un poco silenciosa. Como la reacción ha sido no decir nada. No dicen nada, ha sido la reacción de la mayoría. El mismo Daniel Sada, en el taller, nos dijo: “No vengo a criticar temas, ni la visión ni puntos de vista. Vengo a criticar cuestiones de la novela”. Ahí me dio mucha libertad, porque al principio yo también tenía mis dudas. Y no tanto de que me diera miedo el tema por ser gay o algo así, pero no sabía si iba a funcionar literariamente.

 

—¿Qué te han dicho en la Secretaría?
—He tenido buenos comentarios. Varias personas ya me han comentado, y hay muchas más que no saben que la escribí.
—¿Qué te dijo el secretario?
—Pues Alejandro, creo que ha sido uno de los lectores más voraces de la novela. Le agradó mucho. Fue una muy buena reacción, y me dio muy buenos comentarios de ella.

 

Ninguna revelación


El escritor mencionó que Carlo es más bien una amalgama de muchos de sus conocidos. Como dijo, para él los escritores son personas peligrosas porque nunca se sabe cuándo tomarán detalles de personalidades de sus cercanos.

 

—¿El personaje central tiene características tuyas?
—De todo mundo. Me he dado cuenta de que, por los escritores que conozco, somos unas personas peligrosas. Porque te conozco, y puedo tomar algo de un amigo, de otro amigo, de otra amiga.
—¿Entonces no hay revelaciones de nadie en el libro?
—No. Hay cosas tomadas de gente, pero terminan siendo una amalgama. Para el personaje de Antonio tomé cosas de los compañeros de la prepa. Se amalgamaron y lo que pasó con él fue ficción. Y si se leyeran, no se reconocerían, eso espero. (Risas) Tomo cosas de todos lados. Es como una esponja de todo lo que has leído, de lo que imaginas, de lo que temes y lo que deseas. Pero sí es difícil tener un personaje intenso. Es difícil, pero tienes que conocerlo más que a nadie.

 

De la fémina a lo fálico, de Belmondo a Chipilo


Hay muchos detalles entre la comparación del hombre y la mujer que la novela explora, quizá leves percepciones de misoginia. Carlo mantiene comentarios para su madre bastante duros, y siempre analiza con envidia a su prima Lorena, quien posee al hombre que usa las amadas botas negras. En el objeto, en las altas botas negras, admite Montagner el simbolismo de lo fálico.


En el sentido de ser catalogada como una novela homosexual, como lo anuncia Alfaguara entre sus libros frescos, el autor menciona que Toda esa gran verdad no ha tenido grandes rechazos, pero en ocasiones ha sido contraproducente anunciarla así.

 

—¿El personaje vive en esa ambigüedad? ¿Odia a las mujeres, parece que tiene comentarios duros, envidia a su prima? ¿Hay algo de misoginia?
—Sí hay un poco de eso. También hay una atracción de él a su prima, Lorena. Y Carlo tienen un lamento por, quizá, no ser mujer. Sin embargo, no quiere ser mujer, y por otra parte por no amar a una mujer como Lorena. No ser mujer para tener un hombre ni ser un heterosexual para amar a una mujer.
Por eso anda como reptil siempre tras Lorena y Paolo. Los observa. Contempla sus contrastes. De algún modo su posible bisexualidad puede verse ahí.

—¿Porqué la botas negras de hule? ¿Es un símbolo fálico?
—Sí. Porque es un símbolo fálico. El color es muy simbólico, es oscuro, lleno de misticismo. Y el hule elástico, una cosa voluptuosa. Y también por eso fue el símbolo. Además, la bota es un símbolo muy masculino que me iba ayudar a lograr todo eso. No es un calzado común, se parece más a los cubrebocas, cascos de protección, no es el calzado que puedas presumir. En las zapaterías no es muy común que estén exhibidas (…) sirven para ensuciarse, para protegerse de la suciedad. La bota es una cosa común, pero indica algo sucio, son comunes en lo rural. Ofensivo incluso, si un tipo pone el zapato sobre una mesa, pero si pones una bota llena de mierda es peor. Existen en los bootlickers, que por ahí los menciono, pues me puse a investigar sobre grupos que amaban las botas de hule, porque también existe específicamente el amor por esto en Europa. Lo manejan como bootlickers, bootlovers.

—¿Belmondo qué tanto tiene de Chipilo?
—Mucho. Mucho. Pero si te fijas no se menciona ninguna particularidad de Chipilo. Ni el véneto, ni nada de eso.

—¿Catalogarla como novela homosexual es contraproducente?, así la vende Alfaguara. —No tengo nada contra lo homosexual. Ni siquiera literariamente. Me interesa como complejidad humana. No como cojedera, ni como para regodearme en lo sexual.  Pero ha sido un poco contraproducente. Me contaba un amigo que sus alumnos de un taller no han querido comprar la novela porque les da miedo. La anuncian con una cinta roja que dice “una novela gay”. Por un lado, pero a la gente le puede no gustar. Dentro de todo el rollito de si es gay o no decidí calificarla como de fetichismo homo-erótico. Le llamo más bien un retorno desde sus orígenes al caos que es Carlo

 


 
 
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