Marín & Marín


Como en un cuento de Borges, donde Borges el viejo se encuentra con Borges el joven en la banca de un jardín europeo; Mario Marín Torres reveló ayer que, como el escritor argentino, otro Marín habita en estas tierras y habla por teléfono con Kamel Nacif y recibe dos bellísimas botellas de coñac.


Mario Alberto Mejía

 

Todos esperábamos a un Marín abatido, dolido por las circunstancias, molido a golpes. Sin embargo, el Marín que salió ayer a la Sala de Gobernadores de Casa Aguayo era un Marín diferente: dueño de una sonrisa tranquila, saludador, relajado. Un Marín ajeno a la tormenta que inició la mañana del martes y que cada hora amenaza con volverse incontrolable, como una pesadilla de la que uno —cualquiera— quisiera despertar.
La crónica de su día D la hace un personaje muy cercano a él: “El jefe no se inmutó cuando lo enteraron de lo de La Jornada. Lo tomó con calma. No comentó nada. Luego nos fuimos al informe de (Guillermo) Pacheco y él siguió tranquilo. Y así estuvo todo el día. Y hasta se fue de gira a Tepexi de Rodríguez y Tepeaca. Y por la noche regresó de Tehuacán, cenó y se durmió como si nada”.
Ese mismo Marín fue el que ayer se enfrentó a la prensa poblana y ratificó en cada uno de sus puntos lo que ha venido diciendo, en distintos momentos, de la periodista Lydia Cacho.   
Y más: negó de entrada que la grabación —casi mítica— en la que aparece hablando con Kamel Nacif fuera real.
— Señor gobernador, ¿no es su voz la de la grabación? —le preguntó la reportera Clara Ramírez.
—Claro que no —respondió.
—¿No es su voz?
—Para nada. No existe tal, porque no obedece a la realidad.
El pasmo de los reporteros se generalizó.
Surgió entonces la duda: ¿Quién es entonces el personaje que habla con Kamel Nacif en la célebre grabación repetida hasta el hartazgo en los medios nacionales?
¿De quién es la voz —idéntica a la del gobernador— que le dice al empresario libanés “mi héroe, chingao”?
¿O el que le pide al mismo personaje que le mande la bellísima botella de cognac a Casa Aguayo?
Y es que si Marín no es Marín, ¿entonces quién diablos es Marín?

* * *

Ahí están todos.
El gobernador, su vocero, su procuradora, su consejero jurídico, su jefe de la judicial.
Y más: los agentes judiciales que fueron por Lydia Cacho y dos agentes —mujeres— que también participaron en la operación.
Todos ahí sobre el presidium.
Dueños de todas las miradas.
Dueños de los rumores, las expectativas, las versiones.
—Dicen que Marín va a pedir licencia —dice un reportero despistado.
—No. Va a destituir a la procuradora —responde otro.
—¿Cómo crees?
—Claro. Fíjate en el presidium. Va a anunciar que se va la procuradora y que va a llegar en su lugar Adolfo Káram.
—¿Y entonces qué hace ahí Ricardo Velázquez?
—Bueno… Es cierto.
—Si Ricardo Velázquez está ahí es que él va a ser el nuevo procurador.
—¿Y Káram entonces?
El gobernador inicia la rueda de prensa y de entrada acaba con los rumores.
Y no sólo eso: reitera cada uno de sus dichos.
Y no sólo eso: exhibe una beligerancia formidable.
Las sorpresas caen en cascada.
A Lydia Cacho la vuelve a calificar de “delincuente”.
A un reportero le da una lección de derecho procesal y termina por decirle que mejor lleve a un abogado porque no le va entender ni una palabra.
(El reportero, por cierto, sonríe irónico ante la vapuleada).
A Carlos Loret de Mola lo cita en dos ocasiones y recuerda que en dos ocasiones le habló para interceder por la periodista.
Pero Marín no se inmuta ante nada.
Y dice que se reserva su derecho de demandar a La Jornada.
Y que los diputados que piden que dimita todavía creen en los Reyes Magos.
Y que su voz no es su voz: “Ya ven ustedes que en programas como La Parodia imitan a todos”.
Nadie más habla.
Marín se levanta con sus colaboradores.
Y se va entre rumores.

RECUADRO

Marín y yo

Versión libre del poema “Borges y yo” de Jorge Luis Borges

Al otro, a Marín, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Puebla y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Marín tengo noticias por la televisión y oigo sus grabaciones telefónicas intervenidas. Me gustan los relojes de arena, los mapas, los políticos del siglo XIX, las frases célebres, el sabor del café y la corbata de Madrazo; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Seria exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Marín pueda tramar su política y esa política me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas jugadas políticas maestras, pero esas operaciones no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino de la política o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de mandar y magnificar. Bartlett entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; el PRI eternamente quiere ser PRI y el dinosaurio un dinosaurio. Yo he de quedar en Marín, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus obras que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologias del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Marín ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.
No sé cuál de los dos escribe esta página. (Por la versión: Mam).

 


 
 
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