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La mezcla del sufrimiento y la resistencia
“Yo soy Leborio, y trabajo de albañil”, la historia de un empelado de la construcción
Yonadab Cabrera
En la esquina de la 4 sur y la 12 poniente, un hombre esperaba que el destino decida qué hacer con él. Sus manos, llenas de cayos y ampollas reflejan esfuerzo. Por medio de ellas se puede apreciar que su vida no ha sido fácil, sus zapatos llenos de cemento delatan que no festejó el Día de la Santa Cruz. Al contrario, fue una jornada como cualquier otra. Sus ojos, llenos de lágrimas, expresan tristeza y cansancio. Tienen una mirada profunda y una voz quebrantada por las ganas de llorar: “Soy Leborio Carrera y trabajo de albañil”.
Don Leborio estaba triste porque su patrón no le quiso dar el día libre, aunque se festejara la Santa Cruz. Él vive en un cuartito que renta en Clavijero, y a sus 70 años no tienen nada, sólo un mal recuerdo de todo lo que ha sido su vida, pero aún tiene esperanzas de comprar una casa. Aprendió a leer y a escribir por necesidad, sin embargo, nadie le enseñó, ha trabajado por todo el país, desde el Veracruz hasta Sonora. Incluso laboró por algunos años en Los Ángeles, California, lo que representó para este señor una de sus mayores emociones en la vida. Además estuvo 4 años en el Ejército, y mostrando el puño de la mano derecha, lleno de cicatrices y marcas dijo orgullosamente: “en este lugar me enseñaron la disciplina, la frialdad, pero al mismo tiempo la resistencia que deben tener las personas para que no los humillen, para que no sufran en los difíciles caminos de la vida”.
Cuando mencionó que sus compañeros se burlan de él todos los días, brotaron de sus ojos unas pequeñas pero muy devastadoras lágrimas. Dijo que sus colegas piensan que ya está viejo, por lo que siempre se lo agarran de bajada, lo cual origina tristeza, y aunque intenta no llorar enfrente de ellos, no lo puede evitar. Les dice que es el polvo que se le metió a los ojos, pero les recuerda que jamás serán eternos y algún día llegarán a su edad, sí es que Dios se los permite. Si lo ven haciendo amistad con una mujer, le dicen “viejo rabo verde”, sin embargo, a él sólo le gusta hacer amistad con las mujeres, sin buscar nada especial. Don Leborio conoció el amor una vez, pero la única mujer que le brindó la oportunidad de ser amado, lo engañó con su mejor amigo, de eso fue hace mucho. Le duele tanto recordarlo, porque es soltero y nuca tuvo un hijo: “el día que me muera nadie me irá a llorar a mí tumba, me puedo morir en mi cuarto y ni quién se dé cuenta”, exclamó muy triste.
Este albañil se moldeó sólo, nadie vio por él, es huérfano. Desde muy pequeño perdió a su mamá, y de su papá no quiso hablar. Le da mucho coraje que las personas que tienen a su madre no la aprecien, pues hay quienes quisieran por lo menos haberla conocido, haberla abrazado, decirle cuánto la quieren y la necesitan. Al menos él es lo que le diría a su mamá, pues cree que su sufrimiento en la vida se debe a la falta de ella.
De pronto su mirada se fijó en un muchacho de unos 14 años, tal vez le pudo haber traído un recuerdo, pues con coraje y lleno de rencor narró que de niño vivió con sus familiares, para los que tenía que trabajar en el campo, pero si no hacía bien las cosas le pegaban muy feo. Le llegaron a dar tundas con la funda del machete, con palos y con la mano. Pero ahora él se da cuenta que gracias a esto, se forjó como un hombre hecho y derecho.
Su infancia fue muy triste, ya que sus familiares no lo dejaban tener amigos, no lo dejaban jugar, y los niños no lo querían. Siempre le aventaban piedras y lo golpeaban, se burlaban de él porque no tenía padres. Le decían que por eso los Reyes Magos nunca le traían regalos. Además, mirando hacia el piso, viéndose los zapatos, mencionó que jamás festejó una Navidad o un año nuevo, no sabe que es eso.
“Estoy agradecido con Dios y con la vida, porque a pesar de todo mi sufrimiento me han dado más que a otros. Siempre ponen en mi camino a personas que se portan bien conmigo, son unos ángeles”.
Cuando era niño un día estaba muy triste porque era más chaparro que los niños y lo molestaban, entonces una señora que pasaba por donde él contemplaba su existencia, preguntó: “¿Qué te pasa, por qué estás triste?”, a lo que él contestó que no tenía nada, sin embargo, la señora insistió, pero no le sacó nada. Entonces decidió llevárselo a su casa, donde lo puso a barrer, después de eso le pagó, le dijo que nunca regalará su trabajo, porque por muy sencillo que era valía la pena. Le dio de comer y le recalcó que cuando necesitará algo, cuando no tuviera nada que comer, no durará en buscarla. Por lo que don Leborio aseguró que esta señora se convirtió en su ángel de la guarda.
Después de sufrir varios accidentes no sabe cuál es la misión que Dios le preparó en la vida, pero asevera: “llegamos solos al mundo y nos morimos solos, los amigos no existen, estoy esperando que mi Cristo me llame, no me da miedo, ya que por fin dejaré de sufrir”. |
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