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La fría actitud de Calderón
Calderón declara la guerra
Zeus Munive Rivera
Felipe Calderón se apea de una camioneta seguido por Manlio Fabio Beltrones y Guillermo Ortiz Mayagoitia. Atrás de ellos tres aparece el gobernador poblano, quien es flanqueado sólo por el alcalde Enrique Doger. Son casi las diez de la mañana, Marín apresura el paso a fin de acercársele al presidente, pero éste al ver las intenciones del poblano endurece el rostro, levanta el pecho y sube al estrado donde están los funcionarios estatales.
Aquí cada segundo que pasa es eterno, Marín trata a como dé lugar de congraciarse contra el W. Bush de los pobres. A Calderón le aplaude, se le acerca, lo mira de reojo, lo observa con admiración, mientras la indiferencia del presidente es notoria. Todo el tiempo es flanqueado por el presidente de la Corte y por Manlio Fabio Beltrones, mientras que Marín está sentado junto al titular de la Sedena.
El presidente
de los monosílabos
Arturo Rueda / Quienes llegaron temprano a la tribuna y presenciaron el acto oficial en la explanada de Los Fuertes tenían un comentario común. El Presidente y Marín no habían tenido oportunidad de intercambiar expresiones. Se sitúo entre ellos el secretario de la Defensa Nacional permanentemente.
Por lo tanto, aquí, en el desfile, sería el momento crucial en el que aparecerían las muestras de amor.
Muestras de amor que nunca llegaron.
En el inicio de la parada militar, tres veces Marín intentó entablar diálogo con Felipe Calderón.
Tres.
Y en las tres ocasiones obtuvo como respuesta monosílabos.
Ajá.
Sí.
No.
La sonrisa cómplice nunca llegaría.
El diálogo confidente tampoco.
Mucho menos la palmada de la camaradería.
El gobernador se resignó.
Marín y Calderón pasaron los siguientes 19 minutos en silencio.
Para el gobernador, el festejo se acabó tan pronto como empezó el tan ansiado desfile.
Ni modo.
Tantos trabajos de amor perdidos. |
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