“Nos los chingamos”

 

-Cronica-


Es el muerto entre los vivos. Aquel que regresó más fuerte y con el paso más sólido. Aquel que guió a su partido a un triunfo electoral histórico y que todos sus abyectos se hincan ante sus deseos

 

Selene Ríos Andraca

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“Nos los chingamos”

 

Es una misa pagana disfrazada de Consejo Político Estatal del PRI. Es la borrachera del poder.

 

Es el momento para vanagloriarse de la victoria. Es el instante en que se aplaude la supervivencia del culto marinista. No falta, por supuesto, el priista que desgarra su garganta para gritarle a los presentes: “Nos los chingamos”.


Parece una orgía romana, donde el sexo y el poder rodean a los esbirros del pastor. Y ahí está el gran señor, ese gran señor. El tlatoani de los mexicas. El Mahoma de los musulmanes. El papa de los católicos. El Moisés de los judíos, oculto bajo la túnica de primer priista en la entidad, que con gritos, alabanzas y oraciones se consagra como el líder de la religión de la impunidad.


Sucede cuando el gran señor se presenta ante sus fieles y les colma de esperanzas victoriosas, al tiempo de prometerles la gloria si conservan la humildad, la serenidad y corrupción en sus gobiernos.


Es un pastor reivindicado que nadó en el río de los muertos y ha regresado para traer la palabra divina: “Las victorias como las derrotas no son para siempre. Después de una victoria tenemos que trabajar arduamente para conseguir otra y otra, y otra más.”


A sus apóstoles, alguno de ellos su sucesor, les cobija con sus experiencias y sus dolores sufridos en el infierno meses atrás y les propone que en el éxito prevalece siempre la humildad: “Nos ha tocado perder y hemos sacado el orgullo y la dignidad priista y hemos remontado marcadores.”


Es ese gran señor que baja del Sinaí y encuentra a su pueblo en orgía, ahogado de poder y alegría, y al verlos enloquece de furia, tira las tablas de los 10 mandamientos al lado y los reprende por soberbios.


“Hoy la victoria nos sonríe, sin embargo (…) no es el momento de echar las campanas al vuelo, es el momento de seguir actuando con responsabilidad, con humildad y con compromiso con toda esa enorme militancia que ahora nuevamente se ha expresado en las urnas y con aquella gente que está confiando nuevamente en nuestro partido.”


Aunque en el fondo, por debajo de ese dócil tono, se esconde ese gran orgullo de haber ganado 25 de los 26 distritos electorales y de haber dejado a su principal oponente mordiendo el suelo.


Es la religión de la impunidad. Es un gobernante señalado por los ciudadanos y por el máximo tribunal de justicia en el país. Es Mario Marín regodeándose junto a los priistas por haber superado el juicio político y la muerte política que le auguró la Suprema Corte de Justicia y el Congreso de la Unión.


Por eso es el muerto entre los vivos. Aquél que regresó más fuerte y con el paso más sólido. Aquel que guió a su partido a un triunfo electoral histórico y que todos sus abyectos se hincan ante sus deseos.
Una misa para adorar a dioses paganos: un góber precioso y un logotipo tricolor con la leyenda PRI.

Ése es el Consejo Político Estatal extraordinario organizado para abrazarse todos por los resultados del 11 de noviembre.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 
 
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