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 Santa Catarina Los Reyes, la Disneylandia de MMF

 

No cabe duda, la patria chica es la patria chica. Melquiades Morales Flores no dudó en poner bonito el rancho. Mandó a adoquinar la zona, construyó una carretera de primer mundo, pintó sus casas y, cada que va, les regala a los niños su domingo de diez pesos. Así, Santa Catarina Los Reyes, de donde es oriundo el gobernador, pretende ser el terruño de primer mundo.

 

Zeus Munive Rivera / Enviado

 

Esperanza.- Melquiades Morales Flores transformó Santa Catarina Los Reyes en una pequeña Disneylandia: es un pueblo con colores verde limón, amarillo, naranja y café.


Esta junta auxiliar de Esperanza, donde es oriundo el gobernador saliente, fue transformada en tan sólo seis años, en un tronar de dedos. No es el típico pueblo polvoso y olvidado de la mano de Dios, pues hasta la banqueta de la cantina “Mi Catarina” está pintada de amarillo y los parroquianos, ensombrerados todos, disfrutan con su cerveza Victoria en la mano, del colorido de las calles.
Las carreteras para entrar a este pueblo son de primer mundo: carecen de fisuras, baches o fracturas, ni las calles de la colonia La Paz de la ciudad de Puebla tienen esas características.


Para llegar a Santa Catarina Los Reyes hay dos accesos: por la caseta de Esperanza que cobran 40 pesos, y la de Tlachicuca. El pavimento está casi nuevo.


Las calles de la Disneylandia de por aquí cerquita están adoquinadas. Todas cuentan con guarniciones, no falta la luz, ni el agua ni el drenaje. Hay pocos autos y camionetas. En este pueblo los burros y los caballos disfrutan de la elegancia del adoquín. Sólo sus heces adornan este pequeño pueblo, pues están regadas por todos los caminos.


En Santa Catarina, por órdenes del gobernador, remodelan la Casa de la Cultura. La obra la supervisa Enrique Reyes Morales, sobrino de Melquiades Morales.


Todas las viviendas están recién pintadas, parece un pueblo de fantasía por sus colores. Ninguna de las avenidas carece de banquetas y guarniciones pintadas de amarillo huevo.


El domicilio de la familia Morales Flores es impecable. Es la más grande y más bonita de todo Santa Catarina.


La morada de los familiares del gobernador está cerrada. Un sobrino de Melquiades Morales es el encargado del mantenimiento. Por lo menos una vez por semana una muchacha va a limpiarla. La casa fue cerrada, una vez que murió Melquiades Morales Montero, padre del mandatario.


Sólo hay tres casas que carecen de pintura, y es que el encargado de las obras, Eleuterio Rosales, está peleado con esas tres familias.


Los vecinos que no recibieron el beneficio preguntan a los fuereños: “¿Y usté no sabe como para cuándo nos la van a pintar? Es que ese Eleuterio (Rosales) nomás no nos quiere”.


—¿Cómo que no quiere pintarle sus casas?
—No, qué va a querer ese… quién sabe qué mosca le picó. Quesque un problema personal, que no sé qué.


Eleuterio Rosales es el encargado de remodelar el panteón de Santa Catarina. Este está en la entrada del pueblo, si uno llega por la autopista.


Ahí, el panteón ya está bardeado y en la entrada hay dos pilares. El panteón fue pintado con verde limón.


Eleuterio, junto con sus trabajadores, descarga varios bultos de cemento en una camioneta Pick up.


Es un hombre malencarado que le teme a las entrevistas.
—¿Que usted fue el encargado de pintar todo el pueblo?
—¿Que yo qué?
—¿Qué usted fue el encargado de pintar todo el pueblo?
—No le puedo decir, pregúntele al presidente municipal, porque luego nos acusan de hablar de más.
—¿De más, pues qué hizo mal para que no le pueda preguntar?
—Este…mmm. No, pos nada.
—¿Entonces?
—Es que luego nos regañan.
—Dicen algunos vecinos que usted se negó a pintar las casas de por lo menos tres vecinos.
—Ya ve, ya van a empezar con la cizaña. Yo qué.
Eleuterio toma su celular y marca.
—Bueno, sí, con el presidente.
—…
—¿Nostá’?, pos dígale que se venga para acá orita mismo. Quesque vienen del periódico, que no sé qué, para preguntar por las obras.
—…
—Sale, pos yo me voy.
Eleuterio dice imperativo: “Pos ai’ luego vienen. Esperensen para que les den razón. Yo nomás hago mi chamba y ya.”
Eleuterio sube a su camioneta y sale huyendo de la escena.

 

La hacienda de los Morales (Flores, por su puesto)


A diez minutos de Santa Catarina se encuentra la hacienda (así le llaman en Santa Catarina) de los Morales Flores. Es la única en la región. Son más de diez  hectáreas de cultivo y todo está tecnificado y el sistema de riego es por aspersión.


El casco de la hacienda está impecable. Hay vacas, borregos, pollos, guajolotes, cerdos y un área para el helipuerto.


La hermana del gobernador, María Lourdes, relata cómo está esa pequeña finca: “Tiene todo: hay caballos, guajalotes y pollos de doble pechuga. Las nietas de mi ‘Melquia’ vienen a jugar con los pollitos y con sus huevos. Los que vienen más seguido son mis hermanos Chucho y Gerardo. A las hijas del gobernador les requeteencanta visitar la hacienda”.


Según la hermana del gobernador, esta hacienda está impecable y tiene todos los servicios.


Hay un veterinario encargado de cuidarla mientras todos los hermanos del gobernador no están en su tierra.
—¿Usted es el encargado?
—Sí, dígame.
—Estamos viendo la hacienda del gobernador.
—No es del gobernador, es de sus hermanos. No pueden estar aquí.
—¿Es de Jesús y Gerardo?
—Exactamente. Si fuera del gobernador, pues los invitaría a que pasaran, pero como no están los dueños, nomás no pueden pasar.

 

La visión de los Morales


Frente a la casa de los Morales Flores está una tienda. Ahí doña María, la hermana del mandatario, descabeza unas habas para la comida, al tiempo que despacha los chocorroles y las cocas: “Aquí adoran a mi “Melquia”, cuando baja del helicóptero viene con bolsas de puras monedas de a diez pesos y se las regala a los niños. Cuando son de otros pueblos, les regalan hasta 50 pesotes.”


—¿Y cada cuánto viene el gobernador?
—Uyy, pos es bien difícil decir eso. Cada que puede. Cuando vivía mi papá, seguido. Es más fácil que nosotros vayamos a Puebla. Nos quedamos a dormir en la Casa Puebla y vamos todos sus hermanos.
—¿Y cómo se lleva con el gobernador?
—Retebien. A mi ‘Melquia’ lo quiero mucho. Lo adoro. Es retechillón. Cuando viene aquí a la hacienda y nos reunimos todos, luego se acuerda de cuando era chiquillo y me dice: “ora sí me voy a poner a llorar”. Yo lo abrazo y le miro a los ojos, que se le ponen rojos. Le digo: “Pos ora aguántese porque somos dos los que nos pondremos a llorar”.
—¿Y todas estas obras y las casas que están pintadas las hizo el gobernador?
—Híjole, todo fue por órdenes de él. Sí, ya le estábamos reclamando porque nomás no se acordaba de nosotros.
—¿Desde cuándo comenzaron a pintar?
—Tendrá unos cuatro meses, más o menos. Ya nada más falta que terminen la Casa de la Cultura. Mi hijo es el encargado de supervisar la obra.
La hermana del gobernador seguía descabezando las habas.
—¿Y al gobernador se le subió en estos seis años?
—No para nada. Ni a él ni a mi hermano Chucho. Mi ‘Melquia’, el día del informe, puso como cuatro camiones para todos los vecinos y los llevó a comer a un restaurante bien bonito y bien elegante”.

 

Las calles de Santa Catarina


Todo está limpio y ordenado. La Policía estatal tiene un cuartel en el zócalo de la junta subalterna, y desde ahí se encargan de resguardar el orden de esta junta auxiliar. La presidencia, en donde trabaja la policía, fue enviada a un lugar cerca de la estación del tren..
Los habitantes del lugar son tranquilos y todos le agradecen a su hijo pródigo lo que hizo por su tierra.
Ellos le harán una fiesta hasta febrero, cuando regrese a sus orígenes.


Las calles de la Disneylandia de por aquí cerquita están adoquinadas. Todas cuentan con guarniciones, no falta la luz, el agua ni el drenaje. Hay pocos autos y camionetas. En este pueblo los burros y los caballos disfrutan de la elegancia del adoquín. Sólo sus heces adornan este pequeño pueblo, pues están regadas por todos los caminos.


A diez minutos de Santa Catarina se encuentra la hacienda (así le llaman en Santa Catarina) de los Morales Flores. Es la única en la región. Son más de diez  hectáreas de cultivo y todo está tecnificado, el sistema de riego es por aspersión.
El casco de la hacienda está impecable. Hay vacas, borregos, pollos, guajolotes, cerdos y un área para el helipuerto.


Frente a la casa de los Morales Flores está una tienda. Ahí doña María, la hermana del mandatario, descabeza unas habas para la comida al tiempo que despacha los chocorroles y las cocas: “Aquí adoran a mi “Melquia”, cuando baja del helicóptero viene con bolsas de puras monedas de a diez pesos y se las regala a los niños. Cuando son de otros pueblos les regalan hasta 50 pesotes.”
—¿Y cada cuánto viene el gobernador?
—Uyy, pos es bien difícil decir eso. Cada que puede. Cuando vivía mi papá, seguido. Es más fácil que nosotros vayamos a Puebla. Nos quedamos a dormir en la Casa Puebla y vamos todos sus hermanos.
—¿Y cómo se lleva con el gobernador?
—Retebien. A mi ‘Melquia’ lo quiero mucho. Lo adoro. Es retechillón. Cuando viene aquí a la Hacienda y nos reunimos todos, luego se acuerda de cuando era chiquillo y me dice: “ora sí me voy a poner a llorar”. Yo lo abrazo y le miro a los ojos, que se le ponen rojos. Le digo: “Pos ora aguántese porque somos dos los que nos pondremos a llorar”.

 

 

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