Beatriz Meyer


En esto creo


Cuentista y subdirectora de promoción cultural y patrimonial del Instituto Municipal de Arte y Cultura


Elisa Vega Jiménez

 

 

A las mujeres nos hace falta reconocer que somos reproductoras de lo peor de la discriminación masculina. He visto compradoras en las librerías que rechazan de la manera más irresponsable y poco meditada algún libro escrito por una mujer: “No me late, debe estar aburrido”, dicen. O quizá esté cursi. O bobalicón. O sentimental. Sin embargo, las escritoras más criticadas por lo “light” de su literatura han sido las que a fuerza de golpear puertas y limpiaron de abrojos el difícil camino de las escritoras hacia las editoriales importantes.

 

La escritura me permite explorar otros mundos, transformar la realidad. Desde pequeña estuve inconforme con las cosas que sucedían a mi alrededor. Siempre he tenido mi propia versión del mundo, que no necesariamente es mejor, ni más benévola….

 

El libro de cuentos no es una mercancía que se pueda vender rápido, generalmente los editores no se interesan en él; le pasa como a la poesía. Hay pocos entusiastas que quieren invertir en su publicación; sin embargo, como los grandes géneros de la literatura se imponen por sí mismos.

 

Aprovecho la noche para escribir, entonces duermo poco. Tampoco tengo una rutina propiamente, escribo en momentos del día en los que realmente puedo estar sola. No puedo hacerlo con mucha gente alrededor.

 

La visión de ser escritora me llegó a los 14 años, viendo una película en el colegio. Desde muy chiquita leí mucho. Escribí mi primera novela a los ocho años: era mi versión del libro que me encantaba en ese entonces: Mujercitas de Louise May Alcott. La escribí completita en un cuaderno escolar durante unas vacaciones.

 

Ser escritora es muy complejo, porque se tiene que renunciar a mucho, pero los hijos se acostumbran muy pronto a ese estilo de vida: crecen entre libros, historias y fabulaciones que ven como cosas naturales. Así van haciéndose parte de la dinámica. En el caso de mis hijos, son dos seres muy autónomos, muy independientes. 

 

Me siento huérfana cuando no estoy rodeada por mis libros. Son una compañía silenciosa y muy intensa a la hora de escribir, por eso escribo en mi biblioteca.

 

No sé si el cuento sea mi género favorito, pero es el que me acicatea, el que me representa retos. Es muy difícil y está resurgiendo, es como el cortometraje. Son historias que se leen rápido o en menos tiempo que una novela, pero que presentan chispazos de la vida con un fulgor que muchas veces la novela no alcanza.

 

La novela es un artificio que nació relativamente hace poco —en comparación con la poesía o el cuento— al que le cabe todo; se considera la prostituta de la literatura, acepta lo que venga. Es un género muy bien colocado en el mercado, pero que tiene muchos advenedizos, mucha basura, sobre todo en estos tiempos, en los que lo importante es vender. Quien no sabe escribir no se mete en la aventura del cuento así nada más: se nota inmediatamente al mal escritor. En cambio, una mala novela, con un poquito de “talacha”, la haces presentable.

 

Mi maestros de quinto de primaria, Vicente Leñero y Eduardo Cazar me formaron en lo que se refiere al estilo, el rigor y la búsqueda de los temas. Tanto Cazar como Vicente Leñero no se conforman con una sola forma de decir las cosas, al tema siempre le buscan aristas escondidas.

 

Los temas de mis cuentos casi siempre son una imagen, el reflejo de un momento, un diálogo. Los temas ya los tiene uno: tú te trazas un mapa temático desde muy pronto… No son tantos los que yo visito en la literatura, y casi siempre los desata alguna situación que quisiera transformar y que responde a: ¿qué pasaría si…?

 

Elijo temas sobre mujeres porque es una incógnita nuestra vida como género y como parte sustancial de este mundo. Somos un género muy fuerte, hemos transformado muchas cosas, pero también nos han impedido estar allí cuando más se ha necesitado.

 

Tengo en proyecto una novela: El cielo anterior; si mi vida fuera un libro le pondría ese título.

 

Llegué a la subdirección de promoción cultural y patrimonial por invitación directa de Pedro Ocejo Tarno, actual director general del IMACP. Desde las primeras entrevistas supe que él tenía una visión muy original y creativa de la actividad cultural.

 

Mi mayor reto es lograr que los programas que tengo a mi cargo tengan el impacto deseado, aun en las comunidades más alejadas, sobre todo aquellas que de manera histórica no se interesan o no entran nunca en contacto con las convocatorias, invitaciones o actividades del Instituto.

 

 

Copyright 2008 / Todos los derechos reservados para M.N Cambio /


 
 
Todos los Columnistas