Gabriel Sánchez Andraca


En esto creo


Periodista, director fundador de Cambio


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Elisa Vega Jiménez

 

Hablé con varios compañeros que salimos del Novedades para ver si formábamos una cooperativa, y así surgió Cambio. Compramos dos linotipos reconstruidos y una prensa plana también reconstruida; con eso empezamos. Cuando cerró Novedades de Puebla decidí ya no buscar trabajo, aunque Alfonso Neri me ofreció la sección de municipios en El Sol de Puebla: “mire, don Alfonso, yo tengo un proyecto: voy a hacer un periodiquito”.


Los periódicos son como las personas, van cambiando con el tiempo, van evolucionando; a veces para bien y a veces para mal. Yo no diría que el objetivo con el que fundamos Cambio —Jesús Rivera y yo— se haya distorsionado; cuando decidimos asociarnos con Juan Bustillos (hace 21 años), Fernando Crisanto se hizo cargo de la redacción –y aunque teníamos una magnífica relación con la universidad, nunca habíamos tomado partido con nadie—, pero entonces hubo una campaña para la rectoría en la que Cambio tomó partido… Era otra administración y otra dirección; entonces, no me extraña nada eso, esas cosas son así.


Cambio abrió la fuente del PAN, invitamos a panistas a colaborar con nosotros, entre ellos Miguel López González Pacheco, que fue el primer diputado que tuvo el PAN. Y así, a varios, como el papá de Pablito Fernández del Campo.


Mi relación con los gobernantes poblanos siempre ha sido muy buena. Cuando empecé a reportear, estaba como gobernador Fausto M. Ortega, y como no tenía jefe de prensa, hablaba con él todos los días —me daba notitas que ahora ni siquiera entrarían—, pero una verdadera relación de amistad, la llevé con Guillermo Jiménez Morales, que sigue siendo mi amigo, con Mariano Piña Olaya, con Manuel Bartlett, con Alfredo Toxqui , con Melquiades Morales  —fuimos compañeros de banda de guerra en el Centro Escolar de Ciudad Serdán y en la escuela de leyes—, y hoy con Mario Marín.


Cuando eres agresivo por sistema, te alejas de la objetividad, y sólo buscas lo malo —sin duda es un periodismo que a mucha gente gusta pero, que a otra tanta no—. El Cambio de hoy es más agresivo que el de hace 30 años, tiene sus razones y yo las respeto, pero a mí me gusta el periodismo más objetivo: cuando usas adjetivos como: “El Góber Precioso”, pierdes credibilidad, porque estás agarrando partido, y mucha gente quiere un periodismo más objetivo, más creíble.


Podría reconocer el trabajo de periodistas como Mario Alberto Mejía, Mauro González, casi nos iniciamos juntos; es una persona muy movida, un apasionado del periodismo, muy tenaz, Arturo Rueda, Enrique Núñez, a Aurelio Fernández le he leído cosas muy buenas, Fermín Alejandro García —leo su columna siempre bien informada—, Alberto Méndez —que se inició con nosotros—, Rodolfo Ruiz, y de radio, a Alejandro Mondragón. Hay muchos más, pero ellos me vienen a la mente.


Leer es básico para un periodista. Desgraciadamente muchos compañeros no lo hacen. Un buen periodista, antes que nada, debe saber escribir bien, tener vocación, un buen carácter para que, por ejemplo, un entrevistado se sienta con la confianza de hablar, y leer mucho. Si no lee, además de estar desinformado, va perdiendo estilo.


Manuel Bartlett es una persona aparentemente dura, pero si tú le hablas con razonamientos válidos, él siempre te va a dar la razón; es autoritario para ejercer el poder, pero si tú lo convences que está actuando mal, él da marcha atrás. Con él llevé y sigo llevando una magnífica relación.


Yo siempre he tenido vocación de periodista. En sexto año de primaria, con un maestro y unos compañeros, hicimos un periodiquito “Alma Suriana”, y yo fui el director. En la secundaria hice otro periodiquito: “Tecóatl” —en mi pueblo (Chilapa, Guerrero) hay un cerro de piedra que se llama así—. En la preparatoria, en Chilpancingo, hice un proyecto —aprovechando el movimiento popular estudiantil contra Raúl Caballero Aburto—, del que salió sólo un número.


No puedes hacer una columna política si no conoces todos los antecedentes de la vida política de una población. Podrás hacer una columna de chismes pero, no una columna de análisis.


Los periodistas de antes nos autocensurábamos para no entrar en conflictos, pero no porque nos reprimieran. Había periodiquitos muy agresivos, pero los periódicos bien constituidos no lo hacían. Y es que no había una oposición fuerte: el PRI lo dominaba todo; cuando la oposición empezó a hacerse fuerte, entonces empezaron las críticas, y quienes hacían la crítica política eran los grupos empresariales. Hoy todo mundo habla, todo mundo critica.


La biografía que más me ha impactado es la de (Joseph) Fouché, un personaje tenebroso pero, muy interesante, escrita por Stefan Zweig. Estoy leyendo un libro que se llama La naturaleza del príncipe (de Roger Peyrefitte) que retrata todo lo que fue la Iglesia católica en la Edad Media.


Terminé hasta el tercer año de Leyes seguí estudiando hasta el cuarto pero, no presenté exámenes. Luego estudié, dos años, letras —de ahí salí casado—.


Le tengo mucho afecto a Puebla, es mi segunda patria chica: aquí estudiaron mi abuelo materno y sus hermanos, en el Panteón Municipal está sepultado un bisabuelo mío; es una entidad en la que me he desarrollado. De aquí es mi mujer, aquí nacieron todos mis hijos y hasta mis nietos.


Mariano Piña Olaya era muy brusco en sus respuestas, muy directo, y eso no gustaba a la gente. Su carácter no es muy formal como el de los poblanos. Mario Vargas Saldaña, un delegado veracruzano del PRI, le decía: “Mariano, fumas puro en la calle y saludas a gritos a la gente. Eso no lo hacen los poblanos, los poblanos son muy formales”.


Donde más aprendí fue en La Opinión, con Manuel Sánchez Pontón, un periodista que siempre enseñaba. Decía: “Joven Gabriel, vamos a tomar un café”, en el café empezaba a platicar y, dentro de esas pláticas, estaba dándole a uno cátedra. Efraín Llaguno, en El Heraldo, también fue un gran maestro del periodismo.


Los panistas originales eran gente muy conservadora —a mí no me gusta esa corriente—, pero muy decentes, muy honestos, muy congruentes en su manera de ser. Llegaron los neopanistas y las cosas cambiaron.


Cuando me canse de la vida urbana, que todavía creo que me falta, me voy a ir a Izúcar y me dedicaré por entero a un periódico trisemanario que tengo: Enlace de La Mixteca —que es el que más circula en la región—.


Para entender lo que está pasando en el mundo, hay que leer Lo pequeño es hermoso, de Franz Schumacher. En 1976 escribió que las grandes corporaciones harían crack, que el petróleo sería el detonante de una crisis a nivel mundial. Lo lees ahora y dices “éste era un profeta”. Hay otro, de José Ángel Conchello —de un sentido no muy desarrollado— que se llama El TLC, un callejón sin salida, que explica todo que ya pasó en México con el TLC.

 

 

 

 

 

 

 

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