Malthus resucitado: ¿el día del juicio final está cerca, de nuevo?


Donald G. Mcneil Jr. / Nueva York


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En los años 70, la gente estaba al borde de la hambruna en muchos lugares alrededor del mundo. Los precios de los granos estaban aumentando, las existencias de arroz se estaban desplomando. En Etiopía y Camboya, la gente estaba más allá del límite, y los disturbios por comida ayudaron a llevar a la caída del emperador Haile Selassie y la victoria del Khmer Rojo.


Ahora está sucediendo de nuevo. Los disturbios por la comida han ocurrido en Bangladesh, así como en Egipto y otros países africanos. En Haití, costaron al primer ministro su puesto. Los países dependientes del arroz como China, India e Indonesia han restringido las exportaciones, y el arroz es trasladado bajo vigilancia armada.


Y de nuevo, Thomas Malthus, un economista y demógrafo británico de fines del siglo XIX, está siendo evocado. Su teoría básica era que las poblaciones, que crecen geométricamente, inevitablemente superarán la producción de comida, que crece de manera aritmética. Resultaría una hambruna. El pensamiento ha planteado escenarios dignos del día del juicio final tanto reales como imaginarios, desde la Gran Hambruna Irlandesa de 1845 hasta la Bomba Poblacional de 1968.


Pero en los últimos 200 años, con la Revolución Industrial, la Revolución del Transporte, la Revolución Verde y la Revolución Biotecnológica, Malthus ha sido en gran medida desacreditado. Las angustiantes dislocaciones de los últimos meses no cambian eso, dice la mayoría de los expertos. Pero sí demuestran los tipos de problemas que pueden surgir.


Todo el mundo nunca ha llegado cerca de superar su capacidad para producir alimentos. En este momento, hay suficiente grano creciendo en la Tierra para alimentar a 10,000 millones de vegetarianos, dijo Joel E. Cohen, profesor de poblaciones en la Universidad Rockefeller en Nueva York y autor de “How Many People Can the Earth Support?” (¿A cuánta gente puede dar sustento la Tierra?) Pero mucho de ese grano se está destinando al ganado, las SUVs del mundo de las proteínas, que a su vez es comido por los ricos del mundo.


Teóricamente, hay suficientes tierras ya sembradas para mantener al mundo alimentado para siempre, porque 10,000 millones de humanos es aproximadamente la cifra en que Naciones Unidas dice se estancará la población del mundo en 2060. Pero el éxito depende del control de las porciones; a fines de los años 80, el Programa Mundial sobre el Hambre de la Universidad Brown calculó que el mundo entonces podía dar sustento a 5,500 millones de vegetarianos, 3,700 millones sudamericanos ó 2,800 millones de norteamericanos, que comen más proteína animal que los sudamericanos.


Incluso si las tasas de fertilidad aumentaran de nuevo, muchos agrónomos piensan que el mundo fácilmente daría sustento a entre 20,000 y 30,000 millones de personas.


Quienquiera que haya sobrevolado Estados Unidos puede ver cómo eso es posible: Hay muchas tierras vacías ahí. Toda la población del mundo, con 93 metros cuadrados de espacio habitable cada uno, pudiera caber en Texas.


¿Agua? Cuando alcance los 150 dólares por barril, valdrá la pena construir ductos desde casquetes polares que se derriten, o desalizar el agua de mar como hacen los sauditas.


El mismo potencial es incluso más obvio volando alrededor del planeta. Los barrios pobres de Mumbai son vastos; pero también lo son los espacios arables vacíos de Rajasthan. Africa, un continente enorme con apenas 770 millones de personas ahí, luce prácticamente vacío desde arriba. Al sur del Sahara, la tierra es rica; al sur del Zambezi, el clima es templado. Pero es cultivado en gran parte por personas que usan azadones.


Como señaló Harriet Friedmann, experta en sistemas alimentarios de la Universidad de Toronto, Malthus estaba escribiendo en una Gran Bretaña que se hacía eco de la dicotomía entre los países ricos de hoy y el Tercer Mundo: una elite de enornes terratenientes que practicaban la “agricultura científica” de la lana y el trigo que obtenían enormes utilidades; muchos agricultores de subsistencia que se esfuerzan por sacar para vivir; la migración por parte de esos agricultores a los barrios pobres de Londres, seguidos por la emigración. La principal diferencia es que la emigración entonces era hacia las colonias donde esperaban las tierras agrícolas, mientras que ahora es a países más ricos donde hay empleos.


El mundo de Malthus se llenó, y sus agricultores, desafiando las predicciones del economista, se volvieron infinitamente más productivos. La verdad es que, vaciar la tierra para que pueda ser sembrada con trigo de invierno modificado genéticamente y cosechado por cosechadoras John Deere puede ser un proceso brutal, pero está sólidamente dentro del canon occidental.


¿Pero qué hay de los 800 millones de personas que están crónicamente hambrientas, incluso en los años libres de disturbios?


Friedmann argumenta que hay una insostenibilidad malthusiana en la forma en que se practica la agricultura, que degrada la diversidad genética y el medio ambiente tanto que eventualmente llegará a un punto de inflexión y el hambre se extenderá.


Otros están vigorosamente en desacuerdo. En su opinión, el mundo es casi interminablemente pródigo. Si los alimentos se volvieran tan costosos como el petróleo, araríamos en Africa, practicaríamos la piscicultura en los océanos y cosntruiríamos jardines de verduras hidropónicos en rascacielos. Pero ven el problema latente en términos más marxistas que malthusianos: Los ricos acaparan demasiado de todo, incluyendo la biomasa.


Por el momento, simplemente poner fin a los subsidios a los agricultores estadounidenses y europeos permitiría competir a los agricultores pobres.


Tyler Cowen, un economista estadounidense, señala que los mercados agrícolas mundiales son famosos por su poca libertad y son manejados de manera tonta. Los países ricos subsidian a los agricultores, pero los gobiernos pobres fijan los precios locales de los granos prohíben las exportaciones justo cuando los precios mundiales suben; por ejemplo, menos de 7 por ciento del arroz del mundo cruza las fronteras. Eso desalienta a los millones de agricultores del Tercer Mundo que cultivan lo suficiente para ellos mismos y un poco extra para vender.


Cohen, de la Universidad Rockefeller, dice que a los estadounidenses les gusta Malthus porque les quita la culpa. Malthus dice que el problema es que hay demasiada gente pobre.


O, para ponerlo en los términos en los cuales se explica regularmente la crisis actual: demasiados chinos e indios trabajadores que piensan que deberían poder comer pizza, carne y café. Se les culpa por elevar los precios globales tanto que los africanos y asiáticos ponres no pueden permitirse un plato de cereales y arroz. La verdad es que la presión al alza ya existía antes de que ellos se sumaran a ella.


Estados Unidos siempre ha sido caritativo, así que la respuesta nunca ha sido: “Déjenlos comer vainas de frijoles”. Pero ha sido: “Déjenlos comer maíz estadounidense subsidiado enviado en barcos estadounidenses”. Quizá eso necesite un cambio.

 

 

 


 
 
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