Alejandro Manjarrez


En esto creo


Periodista y escritor


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Elisa Vega Jiménez

 

Elegí la columna porque había estado en la política y conocía las entrañas del gobierno. Cuando quemé mis naves y me dediqué al periodismo recibí críticas muy fuertes. Se preocuparon porque sabían que yo estaba más o menos enterado de lo que pasaba dentro de la política.


El único código de ética que verdaderamente funciona es el que tú mismo te impones: como columnista no debes golpear tres o más veces a una persona, porque te desgastas. Si quienes deben corregir o modificar el rumbo de su administración o su forma de ser no lo hacen después de tres denuncias, ya no va a pasar nada. Puedes decir muchas cosas que sabes, pero debes guardar un as bajo la manga para cuando te reclamen. No ofendas a las personas, cuando lo haces estás generando la semilla de la ofensa, y te la van a revirar. Te puedes meter en la vida privada de las personas cuando ésta es pública, pero no debes hurgar en la vida privada porque todo mundo tiene cosas que oculta.


Un político que tiene un equipo de trabajo con gente más hábil que él, crece, y llega a ocupar posiciones extraordinarias: porque hay un cuate que sabe de economía más que él, otro que es experto en sociología, otro que sabe de seguridad. El secreto es tener gente capaz. Pero en la generalidad, todos se manejan bajo el concepto de “voy a traer mi gente, para que me recaude más lana”, aunque sean burros, y entonces subrayan el problema.


La única forma de destruirnos a los periodistas es con el chisme, pero si tú tienes una familia muy bien integrada, donde hay amor de ti hacia ellos y de ellos hacia ti, los chismes te hacen lo que el viento a Juárez, nada, no pasan esa barrera del amor.


En la política, si no eres deshonesto tienes que ser omiso, para poder crecer, hacerte el que no ve, mimetizarte.


El sector público considera tres tipos de periodistas: el enemigo en potencia —como es mi caso—, el pendejo útil y el amigo en potencia. Tú ves cómo los políticos se acercan a los columnistas para cortejarlos, para hacerse sus amigos. Si no lo logran, entonces los marginan, se esconden; porque saben que van a ser criticados, les da mucho coraje que les “saquemos sus trapitos al sol”; pero está aquel columnista o periodista al que utilizan —el pendejo útil— para que diga lo que quieren: “te voy a pasar unos tips contra Juan Pérez”. Si el periodista los administra de acuerdo a su interés, entonces no es tan tonto. 


Los fracasados o se iban de agentes de seguros o se iban al periodismo. Decían que yo estaba loco: “¿A éste qué le pasó, cómo se va con los periodistas? Son lo peor que hay en el mundo”. En esa época no había escuelas como hoy, el periodismo era un oficio hecho a base de suerte o de oportunidad.


Puebla es el México de los años 50: la gente está muy preocupada por lo que van a decir los columnistas, y para que no digan los invitan, les dan botellas de vino, los apapachan, pero de todos modos decimos lo que vamos a decir.


Antes jugaba golf, cuando era empresario, ahora no me dejan entrar a los campos de golf porque soy periodista, imagínate de lo que te enteras ahí.


Ningún político habla con la verdad, ni en el seno de su familia: “¿De dónde sacaste estos 5 millones de pesos, viejo?”, “No preguntes, tú gástatelos”, a lo mejor se sacó el Melate, pero no lo dicen.


Mi mayor defecto es ser sincero, decir la verdadpara los demás es un defecto—; y a lo mejor mi cualidad es entender mis defectos y tratar de resolverlos.


Si el periodista dejara la vestimenta del reportero tradicional tendría más oportunidades de crecer, periodísticamente hablando. No sé por qué, pero entre los periodistas hay una competencia para vestirse mal, andan todos desaliñados. Pero si te vistes bien, se van a abrir otras puertas, porque así es la sociedad poblana. 


Mi vicio, como columnista, es manejar muchos antecedentes históricos, cosas que yo creo que pueden formar, y que a lo mejor al lector común no le interesan; él quiere ver el chisme. Aunque a veces caigo en el pecado, como columnista, y me divierto con los políticos y los chungueo.


El rumor en Puebla nace con Maximino Ávila Camacho. Cuando tomó posesión como gobernador, llamó a todos los empresarios: “Les voy a decir algo muy serio: a quien organice un paro, o declare contra el gobernador, le costará la vida, y si cualquiera de ustedes sale a la calle a contar lo que acabo de decir, también se muere”. Se acabaron los paros y todas las broncas con los empresarios, pero se desató el rumor: “Cuidado, no lo digas”. Creció la tecnología del rumor que hasta la fecha usan los partidos políticos, es una tecnología que deberíamos de patentar los poblanos.


No se puede ser un columnista en ciernes, debe haber una formación periodística, un conocimiento de la historia de México, un bagaje amplio en otras temáticas: ciencia, tecnología, cultura. Escribir chismes, cualquiera puede hacerlo, pero entonces no estamos hablando de un columnista.


Mantengo con mis hijos un intercambio de ideas constante; a veces me critican o me dicen “te excediste”, “no se te entiende”, o “las entrelíneas no te salieron”, lo que sucede en un ambiente de confianza. Pero normalmente, como no están involucrados en el medio, prefieren no opinar.


Arturo Rueda es un cuate admirable, porque igual se metió de la política al periodismo, rompió las barreras y ahora está enfrascado en hacer del periodismo una buena labor, en crear lo que todos buscamos: el liderazgo de opinión. Es admirable su valentía, su tozudez, su permanente enfrentamiento y, sobre todo, su sobrevivencia dentro del periodismo, a pesar de que Cambio tiene la etiqueta de Enrique Doger. Es admirable la capacidad de lectura de Arturo Luna, lee como pocos. Es admirable también Mario Alberto, que pasó de ser bastante buen poeta a periodista, un poquito tomando el ejemplo de Salvador Novo; y Mondragón, que es un cuate tozudo, conoce a todos los empresarios, les sabe sus buenas y sus malas y ahí está, se ha conservado y ha crecido.


Para ser un buen periodista, no hay que estar nunca ligado al gobierno.


Mariano Piña Olaya deterioró mucho la política en Puebla, porque hizo políticos a quienes no tendrían por qué serlo, que pudieron ser muy buenos empresarios y lo son, muy buenos hombres y lo son, pero como políticos fueron un fracaso. Inventó a Carlos Grajales Salas, lo hizo diputado, después líder del Congreso, luego presidente de cuatro comisiones dentro del Congreso, o sea, era todo.  En Puebla, el rostro olvidado revelé quien era Piña Olaya. Fue el libro prohibido de la época. Ese fue un trabajo interesante desde el punto de vista columnístico, pero como los medios entonces estaban controlados, tuve que poner mi propia revista para no tener censura.


Me siento satisfecho cuando veo que lo que escribo en mi columna se repercute en los medios, cuando los reporteros o los directores que leen las columnas ordenan al reportero “síguele la pista a esto”, “checa esto”,  “pregúntale a fulano”.


Todo mundo tiene cola que le pisen. Las columnas más fáciles son en las que te sientas frente a la máquina y te preguntas: “¿De quién voy a hablar mal?”, y sale fácil.


Es muy difícil tener un medio libre, el gobierno te ve y sabe que si no te da publicidad, te ahorca. En Puebla. como en cualquier estado, lo que genera el gobierno en publicidad y en convenios es muy importante para el equilibro de los periódicos.


Puebla es una entidad desaprovechada, culturalmente hablando, políticamente hablando, desaprovechada en los recursos, es una tierra maravillosa donde desafortunadamente no hay gente apta que pueda sacarle provecho.


 “Hecha la ley, hecha la trampa”, entre más barreras haya para reducir la corrupción, habrá más corruptos inteligentes que libren esas barreras.

 

Ambiciono trascender como profesional y trabajo para ello, estoy escribiendo una novela en la que estoy invirtiendo mucho porque histórica, escribo todos los días, y eso me satisface. Decidí hacer columnas coleccionables para aportar algo que se pueda leer dentro de 50 años, y que no pierda actualidad, ese es el reto, que ojalá las columnas se sigan leyendo, cuando menos en las escuelas o en las hemerotecas o en las bibliotecas, tengo dos libros sobre columnas.

 

 

 

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