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Alejandro Eliseo Montiel Bonilla
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En política hay intereses, no amigos. Yo tengo pocos amigos, sobre todo fuera del país.
En tu mente está presente todo el tiempo la idea de que tienes un cargo público y que, aunque tu vida privada debería ser muy respetada, en realidad no sucede, y uno se tiene que acostumbrar a eso. Diría que es algo de lo más pesado del trabajo pero, como dicen: “a quien no le guste quemarse que no se meta a la cocina”. Yo vengo de una familia de maestros en el servicio público. Mi padre fue director del Centro Escolar, así que crecí entre todas estas cuestiones un poco políticas.
Después de la Secretaría de Cultura, me gustaría trabajar en una fundación privada. A través de la Secretaría he tenido contacto con fundaciones importantes como la Amparo, la del maestro Toledo, la de Alfredo Harp. Pero hoy estoy concentrado en mi trabajo, en entregar bien. Estos dos años que quedan son muy difíciles.
Pensaba irme a Canadá porque encontraba muy pocos lugares de desarrollo como historiador. Prácticamente acababa de regresar de Europa —trabajé en una fundación cultural francesa, en el rescate de un sitio arqueológico— y Pedro Ángel Palou me invitó a trabajar como subsecretario de Cultura.
Hacemos sentir a la gente que para entrar a un museo es necesario tener un doctorado, para entender lo que es suyo, y no debe ser así. Si hay una gran crisis en cuanto a la poca sensibilidad de la gente hacia los temas culturales es por eso. Ahora que hacemos la renovación museográfica del Museo Bello estamos planteando acercar a la gente a través de cédulas de la obra redactadas con un lenguaje para todos, no sólo para especialistas.
Admiro a la gente que tiene tiempo para desarrollar tres o cuatro funciones a la vez, porque yo no puedo. Desde las 12 de la noche estoy pensando en el mantenimiento de los inmuebles, los recursos federales, los recursos estatales. Solía escribir sobre temas de historia de la lectura, desde el siglo XVII hasta nuestros días, pero hoy, ciertamente, estoy completamente abocado a la Secretaría.
A los hijos los educas con tu propia vida. Los puedes educar con un discurso pero, la verdad, los hijos son los mejores jueces. Si te oyen decir algo que tú no haces vas a tener poca credibilidad ante ellos. No estoy de acuerdo con la palabra enseñar. Más bien deben ser compañeros en el proceso de tu vida, y que al final puedas propiciar una educación en un ambiente de responsabilidad, pero también de libertad.
Me gustaría mucho platicar con un columnista especializado en política cultural —si lo hubiera—, informado sobre los temas de patrimonio… Lo cierto es que respeto a todos los columnistas. Todos me caen bien como personas, y espero no tener ningún problema personal con nadie. Cada quien hace su trabajo.
La felicidad sólo existe un instante, y puede ser un beso a la persona que te ama, la caricia de tu hija. Esas cosas a mí me han acercado a la felicidad.
Hoy consideran la honestidad una virtud, cuando para mí la honestidad es un deber en términos de nuestra existencia como humanos, o debería serlo. Tienes que ser modesto, honesto y sincero, y habría muchos más que se derivan de estos dos valores principales.
Mi mayor logro ha sido conformar una familia. Es un reto de todos los días tener una hija de tres y una de cinco años. Educarlas, tratar de ser un buen padre, tratar de llevar una buena relación con mi pareja. Yo no lo considero un logro, más bien es algo que tienes que mantener todos los días.
El gobernador tiene muy marcados sus temas de preocupación central, el principal es la pobreza en el interior del estado. Sin embargo he encontrado en él un apoyo en proyectos de protección del patrimonio cultural: como el del Museo Bello y la Palafoxiana. También, por ejemplo, ahora tenemos un Festival Internacional con 20 veces más recursos que antes. En ese sentido es un hombre que te deja trabajar, que te apoya, pero que no usa a la cultura para ser protagonista. Jamás ha utilizado un evento de cultura. El gobernador es un hombre que te da confianza y que, por supuesto, pide resultados.
Del gobernador admiro su inteligencia. De los demás no hablaré porque van a decir “tiró línea para acá”.
La mayoría de los poblanos poco sabemos de las grandes obras y maravillas que existen en Puebla. Uno de los temas que me interesan es, precisamente, que los poblanos se enteren de lo que tenemos.
Debilidades, tengo muchas. La principal es tener concesiones con la gente que tiene inteligencia.
Carlos de Sigüenza y Góngora es un erudito mexicano cuya vida es para mí sorprendente. Él sienta las bases de todo un conocimiento fundamental para el país: fue agrimensor, astrónomo, ingeniero, literato... Un personaje completo. Y es uno de los primeros criollos que despuntaron mundialmente. Conforme vas conociendo y conforme vas leyendo cambian los hombres y mujeres que admiras.
Soy obsesivo y a veces llego a límites, como exasperarme porque no se hacen las cosas en tiempo y en forma. A veces, bajo tu propia óptica, piensas que las cosas están hechas mal, pero para la óptica de los demás están bien. Creo que es un defecto.
En el país hay una serie de limitantes para encontrar trabajo, sobre todo en sectores de humanidades y ciencias sociales. Es paradójico porque se tienen miles de libros antiguos, como pocos países en el mundo. Sin embargo, la gente de letras clásticas de la UNAM está produciendo dos o tres estudiosos por generación.
Por salud corro y hago un poco de gimnasio todos los días.
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