Una rencilla en la familia


Graham Bowley


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Hace una década, cuando empecé a visitar a los parientes escoceses-canadienses de mi esposa, en los bosques del norte de Canadá, una abuela enérgica, natural de Glasgow, recibió al huésped inglés izando una bandera escocesa en un hasta cerca del río Paz, tarareando "Loch Lomond" y diciendo en voz baja: "Bannockburn no se olvida", la batalla decisiva en la que los escoceses sacaron a los ingleses en 1314.


A mi vez, silbé "Dios salve a la Reina", y nos sonreímos. Fue una disputa familiar afable que nunca se salió de control.
Imaginen mi consternación al mirar con atención desde Nueva York el drama que se había estado desarrollando en mi país, en las islas británicas, en los últimos 12 meses, en el que de pronto hay signos de que el altercado familiar finalmente está escalando, saliéndose de control.


El año pasado, en el aniversario 300 del Acta de Unión entre Inglaterra y Escocia, los nacionalistas escoceses se convirtieron en el partido dominante. Hace un mes, derrotaron al gobernante Partido Laborista de Gran Bretaña en un distrito de una zona urbana deprimida de Glasgow, antes dominada por los laboristas. Ahora, prometen realizar un referendo en toda Escocia sobre independizarse de Inglaterra para el 2010, y creen que simplemente pueden ganar, con lo que le cerrarían la puerta a una unión más antigua que Estados Unidos.


"Por primera vez, se percibe que la unión está en peligro", dijo Robert Hazell, catedrático de gobierno y director de la unidad sobre la constitución en la Escuela Universitaria de Londres, aunque advirtió que los obstáculos para la independencia escocesa son tantos que no cree que pueda suceder, al menos no todavía.


Las encuestas de opinión en Escocia muestran un apoyo a la independencia de no más de la tercera parte de la población. Sin embargo, los periódicos en Gran Bretaña están publicando titulares -- se crea o no -- como: "Se terminó la unión entre Inglaterra y Escocia", mientras se habla en los medios informativos sobre quién se ha beneficiado más con el matrimonio de tres siglos de duración y de cómo se dividirán los bienes una vez que concluya el divorcio.


Académicos enterados están escribiendo ensayos sobre las lecciones de la división en Checoslovaquia -- aunque para señalar el desorden de tales divorcios --, pero, de todas formas, son inquietantes para un británico como yo, que siempre pensó que las disoluciones nacionales sólo sucedían en tierras exóticas y lejanas. Pareciera que de pronto, Gran Bretaña se parece a Bélgica, otro país europeo que podría desquiciarse.


"Francamente, sentimos que la unión ya no es popular", dijo David McCann, secretario de la Convención por la Independencia Escocesa, una organización independentista integrada por miembros de varios partidos. "Tenemos una actitud totalmente diferente en muchas cosas en Escocia".


Escocia no es Irlanda del Norte, hasta hace poco una parte del Reino Unido con más problemas, donde resentimientos y odios ancestrales -- los británicos contra los irlandeses, los católicos contra los protestantes -- condujeron a derramamientos de sangre en la memoria reciente.


No obstante, los escoceses han buscado mantener una identidad fuerte e independiente propia, justo como la abuela bulliciosa de mi esposa, quien citó al poeta Robert Burns y me dio mantecadas escocesas. Es frecuente que aún se definan a sí mismos en el contexto de batallas antiguas peleadas contra Inglaterra, como por ejemplo Bannockburn o la masacre de Glencoe, en la que los traicioneros Campbell unieron fuerzas con los ingleses en el siglo XVII para masacrar a un clan rival, los MacDonald.


La percepción como un país sojuzgado que tiene Escocia de sí misma, se intensificó durante el régimen del Partido Conservador de Margaret Thatcher en Gran Bretaña en los años de 1980, que coincidió con el estancamiento económico en muchas de las ciudades industriales de Escocia. Para cortarle el paso al descontento, se le otorgó a Escocia su propio Parlamento en Edimburgo al final de la última década, con la responsabilidad sobre algunos asuntos internos. Esto permitió que Escocia tomara sus propias decisiones en algunas cuestiones, como el subsidio a las colegiaturas universitarias, pero pareciera que sus consecuencias principales han sido la creación de una tribuna regional, así como rostros para los nacionalistas, me refiero a Alex Salmond, el dirigente astuto y combativo del Partido Nacional Escocés, y ahora Primer Ministro de Escocia.


Durante los Juegos Olímpicos, Salmond protestó porque los atletas escoceses tuvieron que competir bajo la bandera británica (como lo hicieron los ingleses, los galeses y los norirlandeses), y se quejó de que las autoridades chinas no permitieron que siquiera se ondeara la bandera escocesa en Beijing (junto con otras como la tibetana).


Lo apoyó quien quizá sea el escocés vivo más famoso del mundo, el actor Sean Connery, que, según informó la BBC, dijo: "Escocia debería ser siempre una sola nación en cualquier cosa, yo creo".


Justo como la abuela de mi esposa colgó el emblema de su clan -- el Mackenzie -- en su pared en Canadá, el gobierno escocés está tratando de ostentar una identidad más fuerte llamando al 2009 el año del "Regreso a Escocia" para celebrar el aniversario 250 del nacimiento de Burns, con actividades que subrayan los logros escoceses, como el golf y el güisqui, así como a "las mentes y las innovaciones grandes de Escocia", según el sitio en la Red Homecoming Scotland.


Tal agitación escocesa de gran desparpajo ha empezado a provocar sentimientos de orgullo en los pechos ingleses, tal como sucedió en el mío cuando me enfrenté al celo patriota de mi pariente, y han surgido grupos novedosos de ingleses que ondean banderas, como el Campaña para un Parlamento Inglés, al sur de la frontera.


No obstante, a pesar de la confrontación retórica, existen muchos obstáculos prácticos para que Escocia se separe del Reino Unido. El primero, dijo James Mitchell, catedrático de ciencia política de la Universidad de Strathclyde en Glasgow, es la dificultad que enfrentarían los nacionalistas para conseguir la legislación para un referendo en el Parlamento Escocés, donde aún son minoría.


Después, es probable que se diera un debate nacional tortuoso sobre los términos en los que se daría la independencia -- de todo, desde compartir la deuda nacional de Gran Bretaña y la división del petróleo del Mar del Norte, hasta el posible retiro de los submarinos nucleares británicos de la base naval Clyde. "Ustedes se robaron todo el dinero del petróleo", así empezarían el debate mis parientes escoceses.


"Llega hasta la división de los artefactos culturales y quién se quedaría con los retratos de Reynolds que están en la Galería Nacional en Edimburgo o los de Raeburns en la Galería Nacional de Londres", dijo Hazell. "Mostraría que la independencia tendría un costo para el pueblo escocés, y habría un deterioro en su nivel de vida en el corto plazo".


Eso podría desalentar el apoyo popular a la independencia, aunque hay un respaldo fuerte entre los escoceses para incrementar los poderes del Parlamento escocés.


El primer ministro británico Gordon Brown se encuentra atascado en medio de todo esto. Un escocés, que representa al electorado escocés, preside un país que es inglés en más de 80 por ciento.


Conforme los nacionalistas escoceses han empezado a impulsar la independencia, él ha mostrado interés en enfatizar su ser británico por encima del escocés, incluso, ha llegado a apoyar en forma ostentosa al equipo inglés de futbol, y, el Día de San Jorge, colocó la bandera inglesa de San Jorge en el número 10 de la calle Downing, su residencia oficial, informó la prensa británica.


Ha sido la profunda impopularidad de Brown en medio de la situación económica lo que ha impulsado el auge del Partido Nacional Escocés en Escocia, así como cualquier anhelo de independencia, está de acuerdo la mayoría de los analistas. Brown enfrentará su próxima prueba electoral a finales de este otoño en otro distrito escocés, donde una derrota laborista más sería usada por los nacionalistas como un argumento más para un referendo; muy lejos, en el norte canadiense, lo que podría agradar a la abuela escocesa de mi esposa.

 

 

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