Rodolfo Igor Archundia


En esto creo


Procurador de Justicia, 47 años


Elisa Vega Jiménez

 

 

Un procurador de justicia debe saber escuchar, ser sensible y tener una gran capacidad de análisis. Esos serían parte de los talentos que tendría que emplear para hacer un trabajo cercano a la justicia.

 

Admiro la capacidad de levantarse del señor Mario Marín Torres —No quiero que parezca que intento quedar bien pero, es el ejemplo más cercano—. Cuando a los ojos de los demás alguien se ha visto caído, derrotado y se vuelve a levantar —no sé si por orgullo o dignidad—, eso para mí es francamente impresionante. Es una cualidad que admiro en cualquiera.

 

La Procuraduría es al mismo tiempo algo que conozco, y algo de lo que todos los días aprendo. Definitivamente no es nada que me pertenezca, es algo que nos pertenece a todos.

 

Aprendí de mis padres la honestidad, como una regla máxima de vida; el amor, a no dejarme vencer, a no desistir y a enfrentar las cosas.

 

Para distraer mi mente me pongo a resolver sudokus y crucigramas. No sé si eso sea excelente para acabar con el estrés pero, en eso me entretengo. Y a veces me paso horas resolviéndolos —obviamente no aquí en la oficina—.

 

El poder representa para mí algo que debe ser usado con mesura, nunca excediéndose ni abusando de él.

 

Que nadie tenga memoria de mí; pasar inadvertido para los demás, eso es soledad. En ese sentido le temo más a la soledad que a la muerte.

 

La justicia es un anhelo para todos, para mí y para cualquier otra persona.

 

El éxito es sentirse a gusto con lo que uno hace. Ahorita ya fue un éxito llegar a ser procurador de Justicia. Si mañana sigo en la vida académica, ejerzo mi profesión, o estoy en una actividad totalmente distinta, también habría éxito ahí para mí. Lo más importante es sentirse a gusto con lo que uno hace.

 

No me considero del grupo de amigos íntimos del gobernador porque aunque hemos mantenido una relación amistosa de muchos años —él fue mi maestro en la UAP y puedo decir que él me inició en el servicio público— no deja de ser para mí el gobernador del Estado.

 

Tal vez he sido poco ambicioso, dicen que para considerarse un hombre exitoso la inteligencia es insuficiente y que tiene que haber ambición. Mis ambiciones se han ido presentando de acuerdo con las circunstancias y, probablemente se han compaginado muchas otras que me han permitido alcanzar lo que muchos no pueden.

 

Como jefe hago lo que me corresponde y no pierdo el tiempo en infiernitos, ni explotando, gritando, humillando o haciendo nada de lo que un jefe con poder puede hacer. Es cierto que tengo mis ratos de mal carácter, como cualquiera, pero trato de no perder el control y si eso llega a pasar, dentro o fuera de casa, busco la manera de ofrecer una disculpa porque no se trata de ofender a nadie. Por esa razón puedo ser un jefe llevadero para muchos.

 

Si se refieren a reuniones y fiestas, no, no soy sociable. Me es sencillo hacerme entender, platicar con la gente y resultar agradable, sin embargo, a veces también se me complica —dependiendo del ambiente en que me encuentre—.

 

Siempre he recibido respeto de quienes he tratado a lo largo de mi carrera como servidor público, como procurador, incluso de mis propios jefes. Puedo decir que hasta me dan un lugar que, probablemente, no merezco. Esa es la más grande satisfacción que me he llevado a lo largo de todos estos años como abogado.

 

No considero haber hecho un sobreesfuerzo para conseguir alguna posesión. Tampoco quiero decir que las cosas se me han presentado fácilmente, probablemente todo me ha costado trabajo y por eso lo veo como si lo hubiera obtenido sin un mayor esfuerzo.

 

La familia, el valor más importante en la vida del ser humano.

 

La amistad no se encuentra todos los días, a veces sucede de una manera inesperada y una vez que uno la ha encontrado debe pelear por ella y, ¿por qué no?, llevarla a ser algo importante en la vida.

 

No puedo decir que haya sido un estudiante excelente, aunque tuve años bastante buenos en secundaria, en primaria… en la universidad, fui el mejor promedio en la escuela de derecho, incluso la Unión Social de Ingenieros Eléctricos me dio el Premio al Saber.

 

Tengo por norma el no hacerle a los demás lo que a mí me han hecho. Un jefe me dijo que a mí me gusta llevarme la fiesta en paz y que por eso no me enfrento, y tal vez tenga razón: generar guerras o pleitos, me hacen desgastarme en temas que a la larga no tienen ninguna importancia.

 

Puebla es todo: mis raíces, mi historia, mi familia, mi hogar, mi vocación. Yo no me veo fuera de de este Estado, es para mí un lugar muy especial.

 

Le exijo mucho a la gente, no perfección pero a veces, que piense a la misma velocidad que yo; que se esmere por hacer las cosas. Me interesa encontrar personas hagan su mejor esfuerzo por mejorar.

 

Creo en la gente. No puedo pensar fácilmente que las personas vivan su vida mintiendo. No sé si esa es una cualidad.

 

Si lo veo desde un punto de vista egoísta he alcanzado lo que muchos no, pero no radico en eso mi felicidad. La felicidad está en los momentos, los detalles, las personas, lo que uno hace... Tal vez no lo externo, o no lo vivo con una plenitud casi cayendo en locura, pero lo soy.

 

Nunca he visto al derecho como algo ajeno o distante de lo cotidiano, lo que he visto es que muy pocos lo entienden porque, desde mi perspectiva, hay muchos que se sienten abogados simplemente porque se saben de memoria máximas latinas, o porque se han memorizado obras o pasajes enteros de autores de derecho y, desde mi punto de vista eso no es saber derecho. La abogacía es prácticamente una forma de vida, una forma de enfrentarse a la vida, y máxime cuando se identifica uno con ella.

 

Antes de entrar a la licenciatura en derecho yo no tenía una idea de qué era la PGJ, o el propio Ministerio Público. Muchas personas ven a la PGJ como algo extraño o distante y son conceptos que todo mundo debería conocer, independientemente de si trabaja lejos o cerca de estas instituciones.

 

En ocasiones debo sacrificarme a mí mismo para no desdorar el cargo que ejerzo. Recientemente fui a Cancún a una reunión de procuradores y me cuidé en extremo de no quemarme para que el lunes que estuviera de vuelta en la ciudad no dijeran: “¡Caray, procurador!, se fue usted de vacaciones y con el presupuesto del Estado”. No puedo tener un minuto en que me sienta francamente libre de hacer y deshacer como cualquier otro, precisamente por anteponer algo que es importante. Trato de vivir acorde con lo que me ha tocado, total que esto no va a durar para siempre. Tal vez el día que termine pueda con tranquilidad irme a pasear, a broncear, a emborracharme y hacer lo que me pegue la gana, sin pensar en cómo eso se me pondrá reclamar como procurador.

 

Mentiría si dijera que estudiar derecho fue un proyecto definido de tiempo atrás. La decisión brotó más como una falta de orientación vocacional, sumada a dos influencias: mi señor padre es abogado —este año cumple 50 años de vida profesional—, y haber conocido a una mujer, de provecta edad, que guardaba en su casa la extensa biblioteca de su padre, un jurisperito.

 

Sumar los esfuerzos de quienes laboramos en esta procuraduría para llevar por buen camino y a buenos resultados el esfuerzo, que no es de la PGJ, sino el de la sociedad en general, de tener una vida tranquila, una vida de seguridad y lo más importante para que ese sea al futuro de todos nosotros, ese es el reto.

 

Mi mayor pasión en la vida es encontrar la belleza en lo que las personas hacen: la música, la pintura, la literatura, y no estoy hablando de que sea experto en la lectura, la historia, la novela… Pero, de alguna manera, la cotidianeidad te permite ir apreciando los detalles que la vista rápida no te deja ver.

 

 

 

 

 

 

 

 

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