Salvador Bianchini
En esto creo
Paramédico, Subdirector del 066 y jefe de ambulancias, 44 años
Elisa Vega
Viniendo un día de Querétaro a México me encontré un accidente muy fuerte, ya habían fallecido varios, y mucha gente que nos decía “ayúdenos”. Me sentí impotente, y de ahí me nació tomar un curso de primeros auxilios. Me metí de socorrista a la Cruz Roja, donde me impulsó Eduardo Hedí —hoy jefe de ambulancias de la Cruz Roja— a tomar el curso de paramédicos en 1983.
Puede haber una muy buena película en la cartelera pero, para mí, es mucho más bueno ayudar a alguien en la calle que irme a sentar dos horas en una butaca. Tiene tres años que no voy al cine.
Mi mayor satisfacción aquí en el 066 es haber ayudado a muchísima gente, y haberlo hecho con mucho respeto, aunque a veces recibamos agresiones. Pero mucha gente se acerca y te da un beso cuando te encuentra en la calle, o es común en el desfile del 5 de Mayo que la gente se acerque a darte una rosa, las gracias, o a darle un beso a la ambulancia, porque para ellos significó mucho.
No me gustaría morir solo, aunque vivo solo. Pero tengo mucha gente a mi alrededor. Apenas abro los ojos, me salgo de mi casa y, si no estoy con mi familia, me reúno con los paramédicos, o estoy atendiendo gente. No me gusta estar solo.
El servicio te cambia mucho: ves cosas muy duras, aprendes a ser muy fuerte, y a tomar decisiones vitales para la gente. También te cambia el carácter, no puedes hablarle fuerte a un paciente o a su familiar, porque te arriesgas a recibir una agresión, o a que te linchen. Por eso, aquí se exige mucho respeto y mucho cariño hacia los lesionados. Los tienes que tratar como a tu familia.
Cuando empecé aquí, mi familia no estuvo muy de acuerdo. Principalmente porque te desvelas mucho, es un trabajo muy demandante. Hoy estoy divorciado. Tengo tres hijos: Salvador de 13 años, María Fernanda de 10 y Carmen María de 9, y ellos están muy orgullosos de que su papá sea yo. Llegan a la escuela y platican de mi trabajo.
El 066 es un servicio es muy importante porque es donde llega todo lo que es una urgencia, tanto de Bomberos, Policía, Tránsito, médica, de asesoría.
Mucha gente cree que vamos jugando cuando, en ocasiones, a medio camino nos cancelan un servicio y tenemos que apagar la sirena. Pero no podemos ir arriesgándonos más, y arriesgando a quienes van orillándose para que pasemos.
Soy muy sincero. Si me caes gordo, te digo: “Me caes gordo”. Soy directo.
Eduardo Eddy cambió mi vida, en cuestión de enseñanzas. La verdad, cuando llegué al curso de Técnico en Urgencias Médicas (TUM) de la Cruz Roja, era muy reventado, y él me hizo repetir varias materias —quería que saliéramos como unos excelentes paramédicos—. Yo le debo todo a él y la Cruz Roja. Me cambió la vida totalmente y empecé a ver las cosas de diferente forma.
Los días más fuertes son los de quincena, cubrimos alrededor de 100 a 120 servicios. Tenemos de todo: el caído, el golpeado, el borracho, el que se golpeó contra el poste, el que se cayó del micro, al que atropellaron, el del choque.
En una ocasión me tocó ser parte de un accidente: camino a un servicio, una persona se me cruzó y la aventé con la ambulancia. Inmediatamente me paré, la atendí y la llevé al hospital, se le pagaron los gastos y todo, pero en ese momento yo fui el culpable. Esta persona, hasta la fecha, cuando paso por el crucero hasta me saluda pero, a mí me da mucha pena.
Me gusta mucho ir al beisbol, me fascina. Durante mucho tiempo lo practiqué, pero lo dejé para ayudar a mi mamá a sacar a adelante a mis hermanos. ¿Mis equipos? Pericos y Tigres.
A mí me conocen hasta los perros (literalmente hablando), y muchas veces cuando voy con mis hijos, la gente se detiene a darme las gracias, y eso para ellos significa cierta educación. Ellos son muy inquietos, preguntan por todo, son muy nobles y muy sinceros. Y yo les he inculcado mucho el respeto a la gente: que a donde lleguen, sean atentos, que saluden, que deben ir a misa los domingos…
Veo a los pacientes con muchísimo respeto porque no me gustaría que a mi familia llegaran a tratarla mal. La gente está con un dolor muy grande y si nosotros llegamos con falta de respeto hacia los familiares o hacia la víctima, incluso nos podrían hasta linchar.
Estoy divorciado y no tengo novia. Muchos hacen esa pregunta, y siempre respondo que sólo tengo amigas porque, por mi trabajo, no puedo cumplir con ninguna.
Me gustaría que el sistema de ambulancias del 066 no se desapareciera tras este sexenio, ni en el que sigue. Sino que siga por muchos años, que se le dé continuidad, porque es un programa que atiende las necesidades de la gente de Puebla.
Los casos más severos de atender son los traumatismos craneoencefálicos, y las electrocuciones. Es gente que sufre mucho, porque, en el caso de los electrocutados, las quemaduras son internas. Tú los puedes encontrar vivos antes de llegar al hospital, pero son pacientes que pueden morir en segundos.
Hago mucho hincapié con mis paramédicos en que el tiempo aquí es oro, uno o dos minutos tarde son la diferencia entre la vida y la muerte de alguien. Pero la gente no comprende que muchas veces hay tráfico, o que tenemos otros servicios. Nos han agredido y nos han querido golpear, pero nosotros seguimos prestando el servicio con mucho respeto. Ya después se les explica cómo está su paciente, se tranquilizan un poco y luego hasta nos piden perdón.
Me fortalece mucho que a mis hijos les guste lo que yo hago. Los fines de semana me la paso con ellos, si hay un servicio muy fuerte me los llevo. Ellos se quedan en la camioneta, y yo cumplo con mi deber. Quizá a mis hijas no les guste tanto, pero a mi hijo le fascina esto —él tiene 13 años—, no dudo que en poco tiempo esté aquí conmigo.
Mucha gente te reclama cuando al llegar a dar un servicio, su pariente paciente cae en paro, cree que es por tu culpa. O a veces piensan que está vivo, y que no queremos hacer nada, y la verdad es que muchas veces no podemos hacer nada.
Mi mayor debilidad es ver sufrir a los niños, o a la gente grande. Me causa mucho dolor en el sentido de que, por pequeños descuidos de los papás, un bebé llega a perder la vida por ahogamiento o por choque, o casos como el de una persona grande que nos llama un día sí y un día no, para que la vayamos a levantar del baño. No sé, el día que yo llegue a viejo voy a necesitar de alguien que me pare del baño para llevarme a mi casa.
Un defecto que tengo es que soy muy explosivo. Me enojo, te la puedo mentar y a los dos minutos te digo: “¿dónde vamos a cenar?”. A veces la gente piensa que estoy loco, “ya me puso como el perico y ahorita me está preguntando dónde vamos a cenar”.
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