No hubo mea culpa de Rosendo
—Crónica—
El olor a güisqui se disolvió en la Catedral después del mediodía, aunque el pecado y la melancolía se quedaron flotando en el aire
Selene Ríos Andraca
En su última misa como jerarca católico, Rosendo Huesca y Pacheco desaprovechó la oportunidad de hacer un mea culpa en la imponente catedral poblana y pedir perdón a los poblanos de su mayor pecado como arzobispo en Puebla: la protección a Nicolás Aguilar Rivera, el cura pederasta que atentó sexualmente contra al menos 80 infantes en territorio poblano y en Estados Unidos.
Tal mea culpa no sería ocioso, pues fue gracias a la intervención y a la protección de Rosendo Huesca, que Nicolás Aguilar evitó pisar la cárcel y hoy continúa libre rondando iglesias en zonas recónditas de Puebla sin que nadie haga algo, por lo que el nuevo arzobispo Víctor Sánchez Espinosa definió como directriz de su mandato en la Arquidiócesis de Puebla que habrá cero tolerancia para los curas pederastas.
El contexto era el idóneo. Fue su último día como el grande de la Iglesia Católica en Puebla. Sus últimas horas al frente del púlpito de la Catedral poblana. Rodeado de acólitos, fieles, simpatizantes, sacerdotes y boy scouts. Aún estaba en casa, aún tenía el blindaje celestial, y sin embargo, ni una señal lanzó para aquellos pequeños que osaron cruzar sus caminos con Aguilar Rivera.
Desde el púlpito, antes de comulgar por última vez, Huesca y Pacheco tuvo la oportunidad de descubrir su error ante los sacerdotes ahí presentes, quienes jugarían el papel de comepecados y el asunto quedaría hoy solamente en manos de la Procuraduría General de Justicia.
Sin embargo, el aún arzobispo prefirió emitir un mensaje de paz y amor para sus fieles que acudieron a despedirle, y les confesó que no estaba satisfecho con sus logros como jerarca, porque estaba conciente que dejó mucho por hacer y que heredará muchos pendientes.
Rosendo Huesca, quien autorizó a Nicolás Aguilar oficiar misas en Santa Clara Huitziltepec en 2003, con el escándalo de pederastia a cuestas desatado en Estados Unidos y detonado en su máximo esplendor en la ciudad Tehuacán a finales de 2002, ignoró el papel que jugó en el encubrimiento de un cura pederasta.
Y como él, las decenas de simpatizantes y seguidores pasaron de largo la gran omisión de la última misa dominical oficiada como arzobispo, y lo apapacharon, y le agradecieron, y nada faltó para beatificarlo.
Rosendo Huesca tal vez ni siquiera recordó a los niños de San Vicente Ferrer que denunciaron a su protegido, quienes en su mayoría emigraron de la entidad, del país, y cambiaron de religión, cuando vio a los boy scauts dedicarle el aplauso de la hoja de té.
Sin embargo, un aire de melancolía rondó el rostro de Huesca durante toda la misa. Un dejo de depresión se reflejaba en sus ojos, y pudo sostener entre sus manos el grial para comulgar por última vez a sus feligreses.
Prometió ante sus fieles que seguirá viviendo en Puebla y que seguirá promulgando la palabra de Dios, con la misma que protegió al pederasta, desde “La Casa de la Familia”.
El aún arzobispo de lo único que se despojó en la Catedral, fue de su mitra y casulla para salir a recibir el reconocimiento de los niños agremiados a los scouts, quienes le proporcionaron al sacerdote el gran reconocimiento de la agrupación: aplauso de hoja de té, consistente en chiflar y aplaudir, y callar súbitamente.
Huesca sonrió, aunque con pesar en su rostro, se acercó lentamente a los miembros de los scouts y les agradeció personalmente las muestras de cariño y amor. Además, qué conveniente y paradójico que unos niños fueran los que despidieran tan efusivamente al protector de Nicolás Aguilar.
Salió al atrio solamente con sotana, después de despedirse personalmente de algunas personas, y recibió en manos de los 200 exploradores un reconocimiento por sus servicios prestados a la comunidad.
El olor a güisqui se disolvió en la Catedral después del mediodía, aunque el pecado y la melancolía se quedaron flotando en el aire.
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