En medio de la tristeza, Zavala celebra triunfo
En fúnebre celebración, el candidato del PRI-PVEM disfraza su derrota
Viridiana Lozano Ortiz
Con la cara demacrada y la sonrisa fingida, Javier López Zavala intentó disfrazar su derrota, pero los ojos llorosos, los ánimos caídos y una fiesta que parecía velorio lo delataron de inmediato.
Casi a la media noche inició el cortejo fúnebre ambientado con dos luces que apenas alumbraban al candidato y a su
familia. Nadie más al frente del entierro. Los otros candidatos se asomaban por los balcones de la sede municipal del PRI, avergonzados por la derrota.
Sólo Xitlalic Ceja se atrevió a bajar al estrado, a dar el pésame a Zavala y a gritar “Zavala, gobernador” con el llanto ahogado en la garganta. Ni Alejandro Armenta, ni Estefan Chidiac, ningún candidato a diputado, ni el famoso Aldo Pichardini acompañaron al candidato en su última caravana.
Todos escondieron las camisas rojas y sacaron sus vestimentas negras para acudir a la despedida; el mariachi tocaba “Sin fortuna” y repetían al unísono las estrofas del perdedor.
Zavala no escuchaba ni veía las encuestas que cantaban la victoria de su adversario y los resultados preliminares que casi daban carro completo a Rafael Moreno Valle; tampoco se percataba de los panistas que pasaban a su lado para unirse al mitin de la oposición, de Compromiso por Puebla; él mantenía la sonrisa y alzaba los brazos: más que en señal de triunfo, parecía clamar al cielo para que todo terminara.
Ni mil priistas se dieron cita en la sede de la dirigencia municipal. Los que estaban parecían zombis, aletargados por la derrota y una jornada de acarreo que no los llevó a nada; intentaban replicar los gritos del candidato, pero el “Ya ganamos” no se escuchó en la cuadra.
***
Conscientes de su derrota, y justo en mitad del discurso del candidato a la gubernatura, los zavalistas ordenaron bajar las mantas que daban el triunfo a Zavala y a Montero. Estaban de luto.
La enorme pantalla, en la que se podía proyectar a los pocos priistas reunidos en la sede, fue relegada a una esquina. Nadie quería ver el vacío de la avenida, ni la cara del candidato reflejada en el aparato que debió ser usado para presumir el triunfo, para que todos alcanzaran a verlo.
El mariachi fue usado de karaoke antes de que López Zavala llegara. Uno de los priistas, ahogado en derrota, subió a cantar “Sólo tú”.
Por momentos la luz del estrado se apagaba como si todo hubiera terminado; incluso, durante el discurso de Zavala las luces lo dejaron de alumbrar como rogándole que terminara con el sopor de la derrota.
Atrás, los tricolores se consolaban con un café y fumaban lentamente sus cigarros, escucharon tristes las palabras de un candidato que evadía la derrota, que se enneció en ir arriba en las encuestas de salida y que hasta desconoció los resultados del PREP, que había enloquecido.
***
El abrazo de Judas llegó al final del velorio cuando Enrique Doger bajó del balcón, desde donde presenció la muerte de quien fuera su adversario en la contienda interna, para darle el pésame.
Zavala lo recibió resignado; tal vez recordó las palabras del priista de meses antes en las le advertía que perdería la gubernatura.
Silvia Arguello, Víctor Manuel Carreto, Xitlalic Ceja y Mónica Barrientos se escondieron en las ruinas de la dirigencia municipal, que estaba destrozada por una jornada interminable. A Xitlalic y a Mónica Barrientos se les vio entrar a uno de los cuartos para desahogar su llanto antes de la llegada del gran perdedor.
Zavala se fue, cabizbajo, destruido; sabía que había perdido, pero seguía negándose a aceptarlo. Lo siguieron hasta su camioneta negra, nadie le gritaba, nadie le aplaudía. La campaña terminó junto con sus momentos de gloria: 90 días duró el candidato, sólo 90 días escuchó los aplausos y los vítores de un triunfo que no se hizo realidad.
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