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El miedo a gobernar




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"El miedo siempre está dispuesto a ver las cosas peor de lo que son". Tito Livio

Los recientes hechos de violencia que han asfixiado a la Ciudad de México e impedido nuestro libre trabajo legislativo son resultado del miedo a gobernar.

 

En la capital del país -y me temo que en muchos otros sitios más- se ha abdicado a la responsabilidad oficial de poner orden so pretexto de la prudencia debida. Se ha caído en un falso debate entre dos valores y derechos fundamentales en conflicto: la libertad de expresión versus la libertad de tránsito. Más aun, pareciera que en aras de privilegiar la tan llevada y traída libertad de expresión se toleran desmanes y auténticos delitos. Los autores de tales hechos terminan lejos de la cárcel y cerca de las mesas de negociación que tan comedidamente les instalan en la Secretaría de Gobernación.

 

Los "maestros" pertenecientes a la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) han decidido hacer hasta lo imposible con tal de impedir que la Reforma Educativa se concrete. Particularmente se oponen a ser sometidos a la evaluación periódica de sus conocimientos y aptitudes para estar en las aulas. Es casi un pecado mortal. Y por esa razón proceden por vías de la sinrazón.

 

La respuesta del Gobierno del Distrito Federal ha sido tibia como tibia es la gestión de Miguel Ángel Mancera, Jefe de Gobierno que llegó con una alta votación apenas comparable con la elevada expectativa que despertó. Tiene miedo y se le nota. Lo transpira. Recurre el alcalde al vago expediente de que en esta ciudad las cosas se arreglan dialogando; que no habrá represión y que, en todo caso, se trata de conflictos generados en otra oficina del ámbito federal. Hace mutis.

 

Todavía peor. Aduce Mancera que él encabeza un gobierno progresista, de izquierda, bla, bla, bla, en el que todas las voces han de ser escuchadas y que es preferible un poco ¡un poco! de molestia a los capitalinos antes que caer en la tentación autoritaria y violenta.

 

Pero, como dije, Mancera no es el único responsable (llamémosle, mejor, irresponsable) de tan caótica situación. El gobierno federal se hace a un lado al primer embate, venga de donde venga. A los vándalos les ofrecen café y galletas para dialogar al tiempo que gestionan diligentemente la liberación de otros criminales. Es un régimen en el que más delincuentes salen de la cárcel que los que ingresan a prisión. La generosa impunidad.

 

Tengo la impresión de que en nuestra cultura política ronda y asusta el fantasma del 68. Es el referente al que voltean a ver los que tienen a su cargo la seguridad pública del Distrito Federal y del país. Imaginan escenas similares y hasta leen los encabezados de los periódicos del día siguiente. Se ven en medio de cuestionamientos a nivel internacional y de organizaciones de derechos humanos. Les causa escalofríos la idea de mandar y, entonces, no mandan. Es, nuevamente, el miedo a gobernar.

 

Que quede claro: la Constitución General de la República no le da un lugar privilegiado a la libertad de expresión respecto de la libertad de tránsito, la libertad de asociación o la libertad de trabajar. Todas pesan igual. Son derechos fundamentales que deben ser observados y garantizados por el Estado. Este ha de encontrar la manera de armonizarlos y hacerlos compatibles para una sana y ordenada convivencia.

 

Nadie sugiere que las fuerzas del orden actúen de manera arbitraria ni excesiva. Se trata de cumplir y hacer cumplir la ley, protesta que, por cierto, rendimos los servidores públicos al asumir un cargo de alta responsabilidad.

 

El principio de legalidad dispone que las autoridades deben fundar y motivar su actuación. Y en tratándose de hechos violentos que afectan a terceros, alteran el orden y la paz pública las autoridades no solo tienen la atribución de remediar la situación sino que están obligadas a ello.

 

Acaso el único monopolio justificable es el de la fuerza pública. Si se ejerce bien, a tiempo y de manera proporcional a las faltas cometidas, no sólo no habrá repudio social ni castigo sino que, más bien, se dejará sentir el reconocimiento de la gente y la convalidación de los tribunales.

 

El colmo de todo ello es que, en el extremo, en este país ya nos estamos acostumbrando a la proliferación de los grupos de autodefensa y a que tomen como rehenes a militares y luego los canjeen como ficha de cambio. Es increíble e indignante.

 

Y en este país ya se vale, también, secuestrar la sede de ambas cámaras del Congreso de la Unión para evitar, por la fuerza, lo que no les alcanza con la fuerza de sus pobres argumentos. La democracia y las instituciones no están en su diccionario.

 

Pero si los "maestros" de la CNTE hacen lo que hacen es porque los gobiernos se los toleran. Y la cosa salió todavía peor porque en la colegisladora les advirtieron: "te doy tres para que te muevas". Sí ¡pero tres horas! Y a pesar de la advertencia de que si no liberaban los accesos del recinto legislativo a tiempo los diputados buscarían una sede alterna para votar las leyes reglamentarias de la Reforma Educativa, incluida la Ley del Servicio Profesional Docente (para la evaluación de los maestros). Resultado: los rijosos no se movieron; la policía tampoco movió un dedo; los diputados se fueron a una sede alterna y terminaron los priistas por abandonar el trámite para la legislación que tanto incomoda a los ilustres mentores. Peor, imposible.

 

Mi convicción y experiencia es que los factores reales de poder no pueden estar por encima de los poderes formalmente constituidos si se sabe actuar bien, con estrategia, con la ley en la mano y con firmeza en esa misma mano. El caso de la extinción de Luz y Fuerza del Centro deja ver que cuando el interés general se pone por encima del poder particular; y cuando se procede conforme a derecho, no hay agrupación (por poderosa que parezca, como el SME) ni instancia jurisdiccional que eche abajo una decisión trascendental.

 

No entiendo pues para qué quieren ser gobierno si, cuando les llega la hora de actuar, el miedo los vence y terminan por abdicar a su más alta responsabilidad. Esto va por igual para el Presidente de la República y para el Jefe de Gobierno del Distrito Federal. Tan proclives ambos a la fascinación mediática y de tan pobres resultados. Dan pena.

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