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Tiempo nublado




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A la memoria de Ernesto de la Peña

Hace 30 años Octavio Paz escribió Tiempo nublado, su último libro. En él, nuestro premio Nobel de Literatura hizo un análisis sobre la situación internacional entonces prevaleciente con un tono crítico y no ausente de preocupación por lo que vendría. Con distintos matices y actores, ese tiempo nublado que veía Paz pareciera estar de vuelta. No solo es el conflicto en Siria, donde el apetito bélico de los Estados Unidos se hace presente -una vez más- sino, en general, la situación en el medio oriente y la revisitada tensión entre las principales potencias mundiales por temas que van desde Snowden hasta los derechos humanos. La paradoja es que esta nueva incursión armada del gobierno de nuestros vecinos del norte es impulsada por el Presidente Barack Obama, galardonado con el Premio Nobel ¡de la paz! hace cuatro años. Se dijo entonces que Obama era reconocido por dar al mundo esperanzas de un futuro mejor por medio de su gestión pacifista. Y tan ingenuo es pensar que la intención final de los norteamericanos en Siria es exclusivamente castigar y detener el uso de armas químicas contra la población civil como el creer que el espionaje del que fue objeto el entonces candidato a la Presidencia de México, Enrique Peña Nieto, por parte del gobierno de nuestros principales socios comerciales, fue un asunto ajeno a su homólogo.

 

 

Nuestro hoy Presidente también enfrenta y provoca tiempos nublados. Su mensaje con motivo de la presentación del primer informe de su gobierno lo dice todo: encerrado en Los Pinos con un selecto grupo de invitados poco pudo mostrar del régimen que ofreció cambiar. La economía atraviesa por su peor momento desde la crisis global del 2009; la violencia no ceja, aumenta; y la gobernabilidad se ve constantemente desafiada por grupos de diversa especie. Es un gobierno que ha optado por la promesa, el porvenir y el reflector. Solo el Pacto por México (manzana envenenada que engaña con la falsa apariencia del consenso) salva al mandatario de, literalmente, llegar a no decir absolutamente nada. Sus iniciativas –incluida la fiscal presentada ayer- se quedan cortas. En aras de la unanimidad presenta propuestas sin calorías y propicia la constante fragmentación al interior de los partidos políticos de oposición. Comenzaron los del PRI a tambor batiente, dieron golpes espectaculares, mostraron reflejos y equipo pero, poco después, se desinflaron. Hoy el gobierno de la república genera tantas dudas y frustración como nuestra Selección Nacional de fútbol. Es muy temprano para el fracaso. Pero es la realidad. Su titubeo frente a la Reforma Educativa mostró a un gabinete más interesado en darle respiración artificial al citado Pacto que en poner en orden a los vándalos que amenazan, violentan y desafían al Estado mexicano. Cierto es, empero, que no solo en términos jurídicos sino de espacio físico, comparte Peña Nieto la responsabilidad de hacer frente a tales movilizaciones. Lo acompaña el menguado alcalde de la capital, Miguel Mancera.

 

 

Tiempos nublados que se convierten en trombas  inundan Iztapalapa (por más que le quieran seguir llamando encharcamientos) y abruman también a quien muchos veían como una carta fuerte para suceder al mexiquense. Resultó ser una caricatura. Mancera llegó con impecables cartas credenciales y generó un cúmulo de expectativas que, aceleradamente, se han desvanecido. Tímido, disminuido, sin discurso, sin contenido, el Jefe de Gobierno ha asumido y hasta confesado que prefiere asumir los costos políticos de su cobardía a enfrentar a quienes desquician la ciudad y afectan los derechos y libertades de las mayorías. Mancera habla de la defensa de la libertad de expresión cual si fuera el único derecho humano fundamental. Olvida con ligereza la prevalencia de las libertades de tránsito, de trabajo y de asociación. Se escuda el ejecutivo local en supuestos complots que lo quieren ver fuera de la carrera presidencial, como si realmente hiciera falta intentar meterle una zancadilla a quien se tropieza con sus propias agujetas. Y nada de esto pasaría de la anécdota si no fuera porque los vándalos se salen con la suya; toman edificios e instalaciones públicas; dificultan el trabajo de los poderes de la unión y fastidian a una ciudadanía harta de que no se le garantice un mínimo de estabilidad en su vida cotidiana. Todo ello, claro está, con el poder que otorga la impunidad.

 

 

Sí. Son tres gobernantes: uno del exterior, otro nacional y otro local que han provocado tiempos nublados que amagan con convertirse en sendas tormentas. Pero bajo este clima brumoso, hay una sociedad cada vez más informada, activa y participativa. Las redes sociales, afortunadamente, han ocupado ya un lugar en la escena pública. Son las nuevas herramientas de la democracia. Enhorabuena.

 

 

 

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