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Que devuelvan las entradas




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El primer año del gobierno priista de Enrique Peña Nieto ha sido decepcionante. Los resultados a la vista están muy lejos de sus promesas de campaña y de las expectativas generadas. Todas las áreas de la administración pública registran retrocesos, al igual que la imagen pública y la aprobación del mandatario.

En materia económica, de un pronóstico de crecimiento del 3.5 % sobre el Producto Interno Bruto éste se ha revisado varias veces a la baja, por propios y extraños, hasta llegar difícilmente a un triste uno por ciento. La generación de empleos arrastra un déficit cercano al cuarto de millón de puestos formales de trabajo en comparación con el mismo periodo del 2012, y conste que ya tienen en sus manos la tan anhelada Reforma Laboral.

 

 

La ocurrencia de imponer una Reforma Fiscal en medio de la desaceleración económica fue un error garrafal. No solo es su maltrecho diseño, mera colección de ocurrencias y parches; sino que el momento de lanzarla fue por demás inoportuno. Lastima a las clases medias y a los empresarios; incentiva la informalidad y abre la puerta al endeudamiento irresponsable que pensábamos había sido sepultado para siempre. Pero es el PRI de siempre.

 

 

Tanto que criticaron en campaña los aumentos mensuales a las gasolinas y ahora hasta le suben al volumen. Los precios de los combustibles están ya más altos que en Estados Unidos pero eso no importa. Es la nueva política recaudatoria.

 

 

En cuanto a seguridad pública, insistieron en sumar en la Secretaría de Gobernación todas las áreas relacionadas con el tema y dejar en manos del todopoderoso titular de la dependencia su coordinación y mando. Además, presumieron de contar con una nueva estrategia que haría caer la delincuencia en el país. Fue el punto crítico en el gobierno de Felipe Calderón y ellos se empeñaron en hacerlo ver como una improvisación con su consecuente fracaso. Ahora, el fracaso es de ellos. Y ya no le pueden sumar los muertos a Calderón.

 

 

El secuestro y la extorsión han alcanzado niveles históricos. Son los delitos que más lastiman a la sociedad. Y no se ve por dónde pueda revertir la tendencia. Su única estrategia ha sido cambiar el discurso y bajar las notas en los medios. Pero eso no cambia la realidad.

 

 

Su singular visión de la justicia ha llevado a torcer la ley y sentar precedentes ominosos como lo fueron los casos de la liberación de Florence Cassez y Rafael Caro Quintero, y la burda devolución de bienes a Juan Manuel Gómez Gutiérrez (alias Raúl Salinas de Gortari) o al revés. Y se podrá decir que fue un poder independiente -como el judicial- el que se encargó de tales hazañas legalistas. Sí, pero nadie les cree que ellos fueron meros espectadores de la trama.

 

 

Hablando de gobernabilidad, el caso de Michoacán presenta el cuadro propio de un Estado fallido. No hay autoridad ni mando pero sí existen suficientes elementos para presumir la perversa alianza entre redes de la delincuencia organizada con el gobierno en turno. Los grupos de autodefensa se diseminan por el territorio local mientras que las funciones propias de la administración pública han pasado a manos de los criminales, a saber: la imposición de tributos por derecho de piso y el ejercicio de la fuerza pública. Ellos mandan, los gobiernos callan y obedecen.

 

 

En materia política, el sonado éxito del Pacto por México, con el que sorprendió Peña Nieto a la sociedad y a los propios legisladores federales, terminó por ser un espacio de burócratas de partido expertos en todo y buenos para nada. Con este “histórico acuerdo” el gobierno desdibujó a la oposición gracias a la dócil actitud de los presidentes del PAN y del PRD que, por encima de la opinión y voluntad de los congresistas, se erigieron en auténtico poder fáctico. Sí, uno de esos que tanto critican. El resultado: reformas descafeinadas en búsqueda de un absurdo consenso que terminó por romper en el momento en que el PRD había satisfecho su apetito. Reformas, por cierto, como la educativaque simplemente no se aplican, que están de adorno y que esperan la llegada de verdaderos operadores que las hagan valer.

 

 

Total que se ha cumplido ya el primer año de un gobierno que descansa más en promesas de un mejor porvenir que en resultados concretos que presumir. Y miren que en el Congreso de la Unión le hemos dado las reformas que han pedido sin mezquindad ni regateos, a diferencia del papel que el PRI desempeñó como oposición durante 12 años. Y esto nomás no se mueve en el sentido correcto.

 

 

En suma y al estilo de Don Fernando Marcos, la editorial en cuatro palabras sobre este lamentable primer año de gobierno bien podría ser: que devuelvan las entradas.

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