Thursday, 18 de April de 2024


El PRI: lobo con piel de oveja




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El autoritarismo es un viejo lastre que hemos padecido los mexicanos por décadas; sólo los últimos 15 años hemos presenciado una incipiente democracia.

Desde la consumación de nuestra independencia, lo mismo hemos padecido a gobernantes como Antonio López de Santa Ana, Benito Juárez García y Porfirio Díaz. El común denominador de los tres es su carácter autoritario y el ánimo de caudillismo que propició una auténtica visión maniquea del quehacer político. Más allá de una democracia constitucional, los mexicanos padecimos en el siglo decimonónico y en los inicios del siglo XX un régimen autoritario con ropajes republicanos –en palabras de Enrique Krauze-.

 

 

El siglo XX no varió mucho. La revolución mexicana sirvió para poco y, en cambio, hubo que lamentar miles de muertes por una batalla fratricida. El ideal democrático de Francisco Ignacio Madero no consolidó un mejor sistema político, puesto que quienes iniciaron la lucha revolucionaria no fueron los mismos que la concluyeron. Carranza traicionó su lucha desde el momento en que reformó los postulados del Plan de Guadalupe, su ejército dejó de llamarse constitucionalista –se llamaba así porque supuestamente defendía la Carta Magna de 1857- y se arrogó como Presidente de México después de la promulgación de una Constitución de 1917 tan espuria como sus propios orígenes; era la misma Constitución del siglo pasado –la de 1857- pero ahora corregida y aumentada con principios de derecho social que hasta la fecha siguen esperando ser concretados.

 

 

Después vino una de las peores etapas de la vida política mexicana: en palabras de Vasconcelos, devino la monarquía sexenal hereditaria por la vía transversal, esto es, el sistema priísta en pleno. En efecto, después de que el principio no reeleccionista se acendró en nuestro sistema con el episodio Obregón-Calles -que acabó con la muerte del primero-, la elite política determinó congregarse alrededor de un solo partido político que fuera capaz de aglutinar todas las expresiones –no tanto ideológicas como de apetitos de poder- del momento. Bajo esta idea, Plutarco Elías Calles convoca a los campesinos, militares, trabajadores y sus sindicatos a una unión mínima llamada originariamente Partido Nacional Revolucionario, luego convertido en Partido de la Revolución Mexicana y, finalmente, Partido Revolucionario Institucional.

 

 

El partido en comento logró manejar el poder en una camarilla sin matarse los unos a los otros. Este es el único gran mérito del partidazo: abolir el asesinato político y cambiarlo por un sistema en que el poder se reparte en función de componendas, corrupción, falta de libertades y, sobre todo, ausencia de democracia en el país.

 

 

Ausencia de democracia, así de sencillo. Los priístas hoy exigen que se les reconozca la estabilidad de la que gozó el sistema o el supuesto desarrollo social del país –argumentos muy endebles por lo demás- y pretenden que los mexicanos regresemos a ese estado de cosas; sin embargo, lo que es un hecho es que a pesar de que la Constitución mexicana pregonaba un sistema de competencia electoral abierto y una democracia social –como la consagra el artículo tercero constitucional- la realidad es que en el siglo XX siempre padecimos el más férreo de los autoritarismos.

 

 

Así, lo mismo sufrimos decisiones tan lamentables como las de Lázaro Cárdenas y su socialismo, como períodos de derroche y corrupción institucionalizada como el de Miguel Alemán o etapas de tensión social y sangre en sexenios como el del poblano Gustavo Díaz Ordaz. Aún así, la decadencia del sistema no aparece sino en los sexenios de Echeverría, López Portillo y Miguel de la Madrid. Los indicadores económicos se colapsaron y la democracia no veía sino sus primeras luces.

 

 

Al menos desde 1994, los mexicanos gozamos de un sistema político más abierto, liberalizado y en constante transición. No digo que sea perfecto, pero en todo caso es perfectible y permanentemente en revisión. Los pesos y contrapesos que hoy presenciamos son más nobles que la supuesta estabilidad priísta del siglo XX que tanto padecimos. Es más: en nuestra democracia contemporánea también cabe el PRI, no obstante que es el partido que siempre se ha resistido, se resiste y se resistirá a abrirse a la democracia, no obstante que por ella regresó a la presidencia de la república. Un viejo maestro decía que si el PRI se democratiza dejaría de ser el PRI. No le faltaba la razón. Lo vemos en Los Pinos ahora mismo y en los estados donde gobierna el PRI, donde los cacicazgos siguen imponiéndose. Este el PRI que ahora quiere imponer a los mexicanos el IVA en alimentos y medicinas, engañando a la gente y posponiendo la decisión de manera mañosa hasta después de los procesos electorales del presente año. El PRI de la irresponsabilidad, el PRI de los dinosaurios que aunque hoy se vistan con el disfraz de políticos modernos (#NuevoPRI), nunca dejarán de personificar en la realidad al político autoritario que está de regreso en nuestro país.

 

 

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