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La fábula de los cinco flojos y tontos




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Quisieron ser reconocidos por su valentía y honor, pero serán recordados como traidores, entreguistas, vendidos, mentirosos y flojos en los anales legislativos del estado. Hoy que les dieron hasta con la cubeta al quinteto de diputados locales que migraron del PRI, hacia tierras muy lejanas, debe quedarles claro que nadie les extrañara ni les llorará por la sencilla razón de que no se lo merecen.

La diferencia entre un buen y un mal diputado está en su valía, definitivamente. En lo que representa. Allí está el meollo del asunto. Su kilataje pues. ¿Qué sabe?, ¿cuánto sabe?, ¿y cuál es su aporte social, educativo, cultural y político? Sin embargo cuando nos hacemos esas preguntas y miramos a los que tenemos sentados en las curules, echándose sus galletas con café, nos damos cuenta que estamos jodidos.

 

 

Bastó una simple ojeada a las perlitas de los legisladores que se fueron del tricolor: Juan Manuel Jiménez, Ramón López Campos, Iván Conrado, Zenorina González y Elvia Suárez para corroborar lo que de antemano sabíamos, que dentro del Congreso del Estado nomás han estado estos últimos años para levantar el dedo y cobrar sus quincenas, igual que muchos pares suyos de diferentes partidos.

 

 

Tontos que son. Los políticos no siempre piensan lo que hacen. Aprendamos de los animales salvajes que pastan en manada. ¿Lo hacen porque son muy amigos? No. ¿Por qué comparten sus flatulencias? Tampoco. ¿Porque les gustan los mítines al aire libre? Menos. Lo hacen sencillamente porque juntos son menos vulnerables a los depredadores. Y se entiende que tienen más chance de sobrevivir.

 

 

La idea de los cinco flojos y tontos de querer propinarle un duro golpe a su partido con su salida fue pésima. Y trataré de explicar brevemente por qué. Si Melquiades Morales, Ana Teresa Aranda, Miguel Barbosa, Francisco Fraile, Blanca Alcalá, Enrique Doger o Javier López Zavala migraran de sus partidos de origen a otro, eso sí sería considerado un gancho al hígado, pero que lo hagan cinco fulanitos sin pena ni gloria, la verdad que no significa nada. Ni un rasguño, ni un moretón, ni un pellizco.

 

 

Y lo peor del caso, para el quinteto de flojos, es que aunque se autodenominen diputados “independientes” o “ciudadanos” no lo son. Lo que no hace falta encontrar en ningún articulado, ley o reglamento. No, porque provienen de las filas de un partido político y por esa razón son políticos, no ciudadanos; ni tampoco pueden ser independientes, porque al no cuestionar ni votar las iniciativas del gobernador los vuelve dependientes del Poder Ejecutivo. En otras palabras son gente: vendida, maiceada, entregada e incondicional del inquilino de Casa Puebla, como otros.

 

 

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