Thursday, 25 de April de 2024


Los mismos de siempre: zánganos y sátrapas, ¿hasta cuándo Dios?




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Cada que una nueva elección constitucional llega a la vida de los poblanos la añoranza de que las cosas cambien toca a la puerta del corazón de los electores como el amor platónico de aquellos enamorados cuyo atrevimiento mayúsculo es tocarse la mano. Y llegada una nueva oportunidad de compartir su inmensa ternura vuelven a comprobar que nada pasó y que todo siguió, igual o peor, a como estaban antes.

La respuesta de por qué en las elecciones las historias se repiten con marcada insistencia es simple: El político se forma para practicar la política, no para servir ni para velar por los intereses de la sociedad. Observemos el comportamiento del gobernador Rafael Moreno Valle que queriendo ser presidente de la república prefirió el lucimiento personal que combatir la desigualdad, la pobreza y el hambre. Lo faraónico le acomodó mejor para alumbrar su imagen que la linterna del impulso al desarrollo regional, rural y campesino.

 

 

Por eso pues estamos como estamos: enamorados de un ideal. Y qué decir de la voracidad de los diputados chapulines que debiendo servir al pueblo por entero y con responsabilidad desde sus curules saltaron de ellas un año antes para continuar viviendo del presupuesto público por un lustro más. El político se preocupa por él no por la gente. Su vocación de servicio es opuesta al deseo platónico del colectivo que clama aunque fuese una pizquita de atención y respuesta a sus problemas y necesidades. Tantito amor. Migajas de un querer.

 

 

El político sueña puestos, huesos, presupuestos, no le importa la lealtad partidista ni las ideologías de antaño. Son demasiados los aspirantes a presidentes y diputados que hace apenas unos días vimos compitiendo internamente en un partido y hoy los vemos registrados por otros de los que casi seguro desconocen sus estatutos y principios, su sede incluso. Antes sorprendía, ya no. Tienen extraviada la moral. No les importa el qué dirán. Cambian de partido como de ropa interior (supongo).

 

 

Lo insólito del caso no es que los políticos caminen entre un partido y otro como Juan por su casa, en zapatillas, pijama y con su vasito de leche, sino que sea norma de los contrarios aceptarlos como héroes. ¿Por qué un partido acepta candidatos de otros partidos con normalidad? ¿Por qué los toleran? ¿Por qué les dan cabida y sacrifican el derecho de los propios por los ajenos? Porque existe un poder inquieto y supremo que tiene infiltrados a todos los partidos y al grueso de los políticos; le llaman, gobernador.

 

 

Un político poblano por sí solo difícilmente logrará que un partido distinto al suyo le dé cabida y lo designe candidato en cosa de horas. Lo logran con el consentimiento del arrendador del o los partidos. Por eso mismo asombra tanto talento para concretar acciones dentro y fuera del PRI, para seguir reciclando chapulines de pastizales diversos y para continuar impulsando a los mismos de siempre en presidencias y diputaciones, diputaciones y presidencias.

 

 

Infiltrar partidos tiene su chiste, no es fácil; Moreno Valle lo ha hecho bastante bien. La intención de la cúpula priista y de su dirigencia estatal por evitarlo no pasó de ser un buen intento. La frustración nos proyecta como lo que somos. El mandatario los burló. Se burló de ellos como lo hace el adulto con un niño.

 

 

Los triunfadores de las presidencias municipales y de las diputaciones no serán los que convengan a la gente, los enamorados del servicio público, sino el mismo enjambre de políticos de siempre; sí, los que ya detentaban el poder cuando fuimos niños y que lo siguen haciendo ahora que somos abuelos. Esa es la condición humana de nuestros políticos locales, su voracidad por los presupuestos y su moral. Y ese es el peculiar interés del hombre que quiere ser presidente de la república para que todo siga como hasta ahora: con tanto zángano y sátrapa. Por los nombres, apellidos y cacicazgos los conoceréis, cita La biblia.

 

 

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