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La desgracia de convertirnos en una potencia turística




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El “Buen Fin” vivimos atascos, congestionamientos, lo mismo en el Centro Histórico que en la zona de Angelópolis, Africam Safari, el Complejo Universitario y las principales arterias. Restaurantes a reventar, y según los directivos de la Asociación de Hoteleros, cientos de visitantes que llegaron sin reservar, confiados en que Puebla nunca se llena, tuvieron que irse a Tlaxcala o de plano regresarse a su estado de origen.

Vaya “Buen Fin” tuvimos los poblanos. El puente del 15 al 18 de noviembre será recordado porque, por segunda vez en la historia, se alcanzó el 100 por ciento de la ocupación hotelera: las 4 mil 113 habitaciones de Puebla capital tuvieron un lleno a reventar. Entre el Torneo de la Amistad organizado por la comunidad de los Legionarios, el Festival Internacional de Teatro Héctor Azar, el Día Nacional de la Gastronomía Mexicana y los descuentazos en las principales plazas comerciales, fueron cuatro días intransitables para los nativos de Puebla capital. La primera vez que ocurrió el 100 por ciento de ocupación fue en el Tianguis Turístico y muy cerca durante el Mundial de Taekwondo.

 

 

¿Los poblanos nativos tenemos que empezar a acostumbrarnos? El “Buen Fin” vivimos atascos, congestionamientos, lo mismo en el Centro Histórico que en la zona de Angelópolis, Africam Safari, el Complejo Universitario, y las principales arterias. Restaurantes a reventar, y según los directivos de la Asociación de Hoteleros, cientos de visitantes que llegaron sin reservar, confiados en que Puebla nunca se llena, tuvieron que irse a Tlaxcala o de plano regresarse a su estado de origen. Bien por la economía de los prestadores de servicios, mal por nuestra calidad de vida.

 

 

Pagamos el éxito de la estrategia de atracción turística del gobierno estatal que mantiene con éxito la hoja de ruta dibujada al arranque del sexenio morenovallista: que los visitantes a Puebla tengan más opciones para que en vez de quedarse una noche, se queden dos. Weekend completo que duplicará el gasto de los visitantes. Nuestras tradiciones atracciones —catedral, Centro Histórico, iglesias, gastronomía, Africam— son insuficientes para lograr las dos noches. Por ello la agresiva estrategia ha sido en construir más opciones para los turistas de Puebla: Pueblos Mágicos, Ruedota de la Fortuna y su Parque Lineal, el malogrado Teleférico, la reactivación de Los Fuertes con los festejos del 150 aniversario de la batalla del 5 de mayo, el Parque Metropolitano.

 

 

Nuestra creciente oferta asombra a los visitantes que por décadas se acostumbraron a la Puebla levítica: el rumor de que algo se mueve aquí se esparce a nivel nacional. Hay curiosidad por venir. La propia secretaria de Turismo federal, Claudia Ruiz Massieu, reconoce que la actividad crece por encima del promedio nacional. Los datos de Datatur en su semana 44 indican que el promedio de ocupación hotelera es del 63 por ciento, y solamente somos superados por Villahermosa, aunque tiene la mitad de habitaciones. Para la promoción, parece que Roberto Trauwitz salió mejor que su hermano Ángel, que de por sí fue bueno.

 

 

Ahora viene el tren turístico que partirá del Museo del Ferrocarril para llegar a la pirámide de Cholula, así como el Museo Internacional del Barroco, diseñado por el japonés Toyo Ito, estrella mundial de la arquitectura. También está en marcha el reordenamiento de Los Sapos, que el ayuntamiento quiere convertir en La Condesa de Puebla. Y claro, el Centro Histórico será más pintoresco si se consolida el plan de las Ecobicis y su ciclovías.

 

 

Muchas de las atracciones parecen “ocurrencias” —así califiqué a La Estrella de Puebla— pero las cifras parecen contundentes: cada que hay un 100 por ciento de ocupación hotelera hay una derrama económica para los prestadores de servicios de entre 200 y 300 millones de pesos. En un entorno de recesión nacional, es mucho, muchísimo lo que se gana.

 

 

Pero para convertírsenos en un verdadero centro turístico todavía hay muchos déficits, tangibles e intangibles. En el primer caso está la infraestructura de las calles de la ciudad: aunque el esfuerzo por pavimentar con concreto hidráulico es fuerte en las principales avenidas, transitar por la gran mayoría de las calles de Puebla es una vergüenza para propios y extraños. Calles llenas de baches, chipotudas, como de pueblo. Por ejemplo, la 23 Sur, del distribuidor 475 a la 31 Oriente, ruboriza. Y es la entrada al Centro Histórico de los que bajan de la vía Atlixcáyotl. Ejemplos sobran.

 

 

Entre los déficit intangibles es que, en realidad, los poblanos somos muy poco friendly con los turistas, si nos comparamos con cultura que tienen los guanajuatenses, queretanos y jaliscienses. Tratamos mal a los turistas, les cerramos el coche o les pitamos el claxon como locos, nos fastidiamos cuando nos piden cómo llegar a una dirección. Incluso, Puebla es esencialmente sucia como ciudad: hay basura en las calles por todos lados. ¡Y por Dios!, a dónde podemos ir a dar con este transporte público. La actitud de los microbuseros es para llorar, y Puebla es de las pocas ciudades en que sus taxis no tienen “taxímetro” para dar certeza en el cobro.

 

 

El turismo es parte de la revolución que vive Puebla y más vale que nos vayamos acostumbrando: necesitamos más cultura, más infraestructura, que los poblanos seamos más friendly. Pero sobre todo, que el gobierno estatal y municipal para que el crimen no se salga de control: aunque tuviéramos todas las maravillas del mundo, si fuéramos Michoacán o Guerrero, ni por accidente se pararían aquí. En lugar de quejarnos, deberíamos pensar en aprovechar las oportunidades de negocio.

 

 

 

 

 

 

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