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El Pacto (secreto) de No Agresión entre Agüera y Casa Puebla




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Se fortalece la versión de un pacto de no agresión explícito firmado entre Enrique Agüera y Moreno Valle. Una extensión de la sospechosa “transición de terciopelo” que permitió a Esparza llegar a la rectoría de la mano del primo favorito del gobernador, Alfredo Cornejo Moreno Valle. “No me pegas, no te pego”

Enrique Agüera no está para tomar lecciones de nadie en materia de marketing electoral y comunicación política, disciplinas a las que ha dedicado sus últimos años en la George Washington University, en donde además ha convivido con los grandes gurús en la materia. De los libros a la realidad, sin embargo, hay una distancia tan grande como de la sopa a la boca. Por ello no deja de sorprender que desperdiciara la oportunidad de su debut en la arena política con un discurso que no convenció a los miles de partidarios que fueron a arroparlo en su registro como candidato del PRI a la alcaldía. Si los 10 o 40 mil priistas esperaban una reivindicación de las humillaciones sufridas a manos del morenovallismo desde el 2010, se quedaron con las ganas: Agüera, simplemente, pasó por alto la crítica a los gobiernos de Eduardo Rivera Pérez y de Rafael Moreno Valle con los que debe contrastar su oferta política. La emoción de la arenga, pues, nunca existió.

 

 

 Los tránsitos de la academia a la lucha política no son sencillos, y bastante anécdotas puede contar al respecto el delegado tricolor Fernando Moreno Peña, quien pasó de rector de la Universidad de Colima a candidato a la gubernatura de su partido. La experiencia más cercana la sufrió Enrique Doger en 2004: en un tránsito de apenas 15 días, entre que se despidió del Consejo Universitario a que tomó protesta como candidato del PRI a la alcaldía, se cayó 8 puntos de intención de voto. Él mismo lo refiere como la pérdida del blindaje natural que da una institución nobilísima como la BUAP, que solamente da a los ciudadanos pero nada le quita.

 

 

Las elecciones lo son, precisamente, porque la ciudadanía puede elegir entre proyectos divergentes. Pero para ello se debe contrastar. Un candidato de un partido es diferente a otro. Pero en qué, es la clave. O darle razones de voto, en la expresión que hace unos años acuñara Javier Sánchez Galicia. Y ayer, en su debut como candidato, Enrique Agüera no dio ninguna, así como tampoco arrancó su contrastación con los gobiernos de la alternancia.

 

 

El exrector cometió un pecado doble: no sólo no tocó ni con el pétalo de una rosa al gobernador Moreno Valle y tampoco al alcalde Eduardo Rivera. Tampoco se puso el chaleco de priista, el emblema que defenderá a partir de hoy. Cero referencias al presidente Enrique Peña Nieto, buque insignia del tricolor en su recuperación electoral. Y tampoco a las referencias históricas recientes como Colosio; a los emblemas ideológicos como Reyes Heroles o a Cárdenas, y ya ni siquiera los pocos principios que han caracterizado al partidazo. Puestos a emparentar, el levísimo discurso hacia la defensa de los pobres lo hace más cercano a López Obrador que al PRI.

 

 

En el fondo subyace una pregunta: ¿qué tipo de candidato será Enrique Agüera? ¿De qué naturaleza serán sus alianzas con los grupos dominantes en el PRI, y cómo logrará combinar la cachucha del tricolor y su posicionamiento en el electorado switcher o persuadible? El voto duro del tricolor, más o menos 130 mil sufragios, no da para ganar. Le faltan, por lo menos, otros 120 mil para competir y llegar a la cifra mágica de 250 mil. Y hablo de competir, porque nadie debe olvidar que Eduardo Rivera ganó con 300 mil votos, y el candidato más exitoso hasta ahora es Enrique Doger, que ganó con 240 mil votos en 2004.

 

 

El morenovallismo tiene bastante definida su estrategia electoral: el voto como continuidad a favor de la transformación de Puebla. Por ello su candidato a la alcaldía, así como los de las diputaciones por la capital y la zona metropolitana son, en su mayoría, distinguidos miembros del gabinete que defenderán en la contienda sus logros: Gali, Aguilar Chedraui, Pablo Rodríguez, Patricia Leal, Manzanilla y hasta el botarate de Mario Rincón son la alineación estelar, mientras que el resto defenderá los magros logros de Eduardo Rivera.

 

 

¿Por qué Agüera no se erigió ayer como el líder de la oposición que Puebla esperaba? Tengo dos hipótesis. Una, un descuido mayúsculo en el war room del candidato que puso el énfasis en la movilización de los simpatizantes, pero descuidó qué iba a decir el candidato y cuál es la primera oferta que iba a comunicar. Al final, la cifra de los asistentes es insignificante, pero el candidato priista dejó ir un momento de lucimiento con un mensaje vacío. Agüera y sus estrategas, en esta hipótesis, deben entender que es muy diferente la arena universitaria a la arena política. No es lo mismo la competencia en universo controlado como es la BUAP a la batalla por conseguir 300 mil sufragios.

 

 

La segunda hipótesis fortalece la versión de un pacto de no agresión explícito firmado entre Enrique Agüera y Rafael Moreno Valle. Una extensión de la sospechosa “transición de terciopelo” que permitió a Alfonso Esparza llegar a la rectoría de la mano del primo favorito del gobernador, Alfredo Cornejo Moreno Valle. Una especia de “no me pegas, no te pego”. Y por supuesto, otro indicio de este pacto en el que el residente de Casa Puebla sale ganando si Tony Gali es el alcalde, pero también si es Agüera.

 

 

El juego doble se refuerza en el hecho inexplicable de que el candidato del PRI no critique al gobernador del PAN y al alcalde del PAN. Sospechoso cuando menos. Ya se verá en el trascurrir de la campaña cuánto durará el pacto de no agresión con Casa Puebla. Y también veremos qué tan sostenible es, si como indican las encuestas, Enrique Agüera comenzará la carrera 5 puntos debajo de Tony Gali. Entonces, si así ocurre, todos los pactos sospechosos y secretos reventarán. Y viceversa del lado de Casa Puebla.

 

 

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