Friday, 19 de April de 2024

A 45 años del 2 de Octubre, habla la familia de Luis Echeverría

Miércoles, 02 Octubre 2013 11:19
Tuvieron que pasar 45 años para que la familia del ex presidente Luis Echeverría se decidiera a hablar sobre los acontecimientos del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco.



Nunca lo había hecho. Hoy lo hace a través del penúltimo de los hijos del matrimonio de Luis Echeverría y María Esther Zuno, Benito. No rehúye tema alguno. Acepta platicar del movimiento estudiantil, de la guerrilla, de Vicente Fox, de la “conjura comunista”, del juicio de la historia, de la infancia al lado de su padre, de los grupos guerrilleros, de cómo ve el país y de la necesidad, dice, de dejar atrás el pasado.



Los intentos durante años por contactar a la familia del ex presidente Luis Echeverría Álvarez siempre tuvieron el mismo final: nada, cero. Un cerco en torno a él, los suyos y las historias por contar. “Imposible”, fue muchas veces la respuesta.



 



Pero el destino tiene sus propias excepciones. Cuando “imposible” era la regla, se acordó un primer encuentro con Benito Echeverría Zuno. Una de esas “citas a ciegas” donde las partes llegan a tantear quién es ese desconocido.



 



Se establecieron los principios del diálogo. De su parte: salvo acuerdo explícito, nada de lo que se dijera en esas conversaciones se haría público.



 



La idea de una entrevista formal quedó entonces descartada. Luego de varias reuniones, de largas conversaciones, visitas a los archivos y a la biblioteca personal de su padre, era imposible no insistir en una entrevista sin preguntas preestablecidas y sin limitaciones temáticas, donde se pudiera hablar del ex presidente, la familia y el movimiento estudiantil de 1968, y los años de la llamada Guerra Sucia.



 



“Guerrilla sucia”, le nombra él.



 



Lo primero que llama la atención es que con Benito Echeverría se diluye la imagen tradicional de la mayoría de los herederos del poder. No responde, al menos en los encuentros que hemos tenido, al modelo de hijo de un ex presidente que va derramando opulencia económica y abuso de poder; no maneja auto último modelo ni lo acompaña una corte de guardias.



 



Nada quedó fuera de las conversaciones: historias y recuerdos, los viajes con su padre, anécdotas con mandatarios, periodistas, intelectuales. Política, economía y turismo, su pasión.



 



Pero seguía sin entrar en el guión una entrevista para ser publicada. Nunca han hablado, ni él ni nadie de la familia. Ni siquiera cuando el hijo de Gustavo Díaz Ordaz confirmaba que su padre se había arrepentido de haber elegido como sucesor a Luis Echeverría, ni cuando la Fiscalía Especial para investigar los delitos del pasado citó a cuentas al ex presidente como presunto responsable por delitos de lesa humanidad. Ni cuando le llamaron asesino.



 



Nunca quisieron hablar en los 45 años que han pasado desde aquel 2 de octubre de 1968, cuando Luis Echeverría era secretario de Gobernación. Nunca es nunca.



 



Hasta ahora, en que luego de meses, cede.



 



“Tú pregunta, yo sabré lo que no deba decir”.



 



Él tenía ganas de contar; nosotros, de saber.



 



Las preguntas se hicieron a lo largo de tres sesiones, la última en su casa en la calle de Magnolias, en San Jerónimo, donde vive actualmente con su padre. Soltó lo que quería decir. “Espero que don Luis y mi familia no se molesten por lo que he dicho”.



 



Sólo así se puede entender que a la última sesión llegue con una veladora comprada esa misma mañana en San Ángel, de esas velas “preparadas” para la protección y las malas vibras.



 



—¿Y eso?



 



—Por si acaso, por si acaso —responde sonriente.



 



* * *



La cita para la entrevista es el jueves 19 se septiembre, al mediodía, en el complejo comercial 222 de Paseo de la Reforma. Todo perfecto salvo que la ciudad vive su temporada de marchas y lluvias.



Aguaceros sociales y lluvias imprevistas alimentan el caos de una ciudad ya de por sí desbordada.



 



Vía WhatsApp, formal como siempre, Benito Echeverría Zuno anuncia que llegará un poco más tarde de lo acordado.



 



Apenas pasa de los 50 años. Es el séptimos de ocho hijos. De su padre heredó el cuidado en las formas y en la expresión.



 



Llega a la cita en taxi y es la primera vez que viste traje hecho a su medida. Tonos suaves, sin llegar a ser opacos. Buen equilibrio entre las casi imperceptibles líneas del saco con la camisa a rayas Oscar de la Renta. El planchado es impecable.



 



¿Por qué la formalidad?



 



La vestimenta se explica pronto. Viene de una cita de trabajo, pues busca incursionar en lo que es su pasión: la promoción turística de México. Fue delegado de Sectur en Europa, funcionario y representante de turismo en Miami hasta hace unos meses.



 



Extraño es, también, que traiga bajo el brazo un periódico. Raro porque él prefiere leer desde muy temprano las noticias en su computadora o en el celular.



 



—¿Y ese periódico?



 



Con calma, pero no tanto como para no evidenciar cierta molestia, lo suelta sobre la mesa.



 



—El Excélsior… lo regalan por ahí. Uno termina desarrollando antenas para detectar de inmediato cosas falsas que se escriben contra mi padre.



 



Abre el diario en la página donde se publica la columna de Jorge Fernández. El tema, el aniversario del intento de secuestro y asesinato de Eugenio Garza Sada por parte de la Liga Comunista 23 de septiembre. La tesis central del texto: que Luis Echeverría Álvarez, entonces presidente de la República, se había enterado del intento del secuestro y habría dejado que ocurriera.



 



Benito cuida que el enojo no escape. Contiene la molestia que le provoca la columna, pero no el deseo por la barra de chocolate que saca de una de las bolsas del saco.



 



—¿Gustas?



 



Unas mordidas y el chocolate ha desaparecido.



 



—¿Qué significa ser hijo de uno de los presidentes, nos guste o no, más importantes de la historia reciente de México?



 



—No fui un hijo ni un estudiante perfecto, pero es una gran responsabilidad guardar, en la medida lo posible, el nombre de don Luis y de la familia. De no ser por eso, tal vez yo sería mucho más liberal, a lo mejor siempre hubiera traído el pelo largo (lo tuve un poco largo), a lo mejor vestiría de manera más informal, no lo sé.



 



Benito no conduce un auto último modelo, ni lo sigue una nube de guardias del Estado Mayor Presidencial.



 



—Esa imagen de hijo privilegiado del Estado no es la mía. Soy promotor turístico de corazón, interesado en la cultura y la historia; soy cinéfilo apasionado y me gusta caminar y bucear. Me gusta vivir como cualquier persona normal de mi edad, donde normal se usa para decir común, ordinario en el buen sentido de la palabra.



 



—En qué momento tienes conciencia de que eres hijo del secretario de Gobernación y después del presidente de la República. En qué momento dices: “Soy el hijo del Presidente”.



 



—Para mí llegó tarde. Quizá si hubiera preguntado qué era eso de secretario de Gobernación en el año 66, 67, 68. Yo no sabía ni me interesaba. Quien llenaba mi vida de niño eran mi madre y mis



hermanos.



 



¿Cuándo tomé conciencia de quién era mi padre?



 



Unos días antes de la candidatura, mi hermano Rodolfo, que era un hombre muy inteligente, de repente me toma del brazo en el pasillo de la casa y me dice: “Mira, en unos días van a escoger al candidato del PRI a la Presidencia”. No entendí qué era eso: “¿De qué estás hablando?”. Pensé que era otra broma, de esas que los hermanos nos hacíamos y que podían durar meses. “¿Es una broma, verdad?”.



 



Me responde: “Papá trabaja en el gobierno y en pocos días van a escoger al que será el nuevo Presidente, se le llama candidato y ese es el que gana, y va a ser el nuevo Presidente”.



 



Y agregó: “Tienes que portarte muy bien, tienes que ser muy discreto”. Me repitió lo que seguro ya le había dicho mi padre. Mi hermano era un adolescente precoz, estaba hablando en nombre de mi padre a un niño que apenas tenía ocho años, que iba en segundo o tercero de una primaria de alemanes que nos jalaban las orejas y nos daban de reglazos. Fue en ese contexto que tomé conciencia de quién era mi padre.



 



Benito relata la ruta profesional y política de su padre (más de 20 años en la administración pública antes de llegar a la Presidencia) y habla de muchas cosas, del nuevo sistema político, de la alternancia democrática, hasta que vuelve el tema de la columna.



 



—¿Qué imágenes guardas de tu padre, ya como secretario, ya como Presidente?



Interrumpe.



 



—Sinceramente, a veces lo pienso, y lo he platicado con un poquito de tristeza, lo conocí muy poco. Los menores, los hijos menores casi no lo conocíamos porque se la pasó trabajando. Así fue y así es toda su vida. Fue de esos jóvenes flacos, correosos que caminan, actúan y escriben, leen y estudian, hacen ejercicio; viajan en tren, en autobús. Así fue siempre. Su primera y única adicción fue el trabajo... y el chocolate.



 



Así fue como logró sus ascensos, inclusive su candidatura. Desde que fue secretario de Gobernación, y como Presidente, todo fue vocación, entrega al servicio público.



 



—Si era difícil verlo cuando era secretario de Gobernación, como presidente de la Republica habrá sido imposible.



 



—Yo tenía una muy leve imagen de él como papá, inclusive como político, porque casi no lo veía, pero cuando estaba presente era una presencia arrolladora en mi vida.



 



Nunca nos regañó, nunca nos dio una nalgada, tal vez de joven con sus primeros hijos lo hizo, no lo sé. Todo era con el ejemplo; cuando se trataba de corregir una actitud, con una mirada era suficiente. Que te volteara a ver, con eso sabías que estabas diciendo o haciendo algo equivocado.



 



—¿Así, sin más?



 



—O algo erróneo o que te estabas pasando de la raya. Te enfriaba y con eso te portabas bien derechito. Era suficiente.



 



—¿Algún momento en específico que recuerdes?



 



—Uff, cuando yo llegaba muerto de la risa, contando chistes o jugando como cualquier niño, digamos de 10 años, a la comida del domingo, que era cuando lo podíamos ver más tiempo, y si estaba yo haciendo mucho ruido o levantando la voz o pasaba y tiraba una servilleta, simplemente me volteaba a ver. Ya sabía que debía corregirme, portarme bien, algo así como: “Ya sabe usted, ya se lo dijo su mamá”. Nos hablaba de tú muy cariñosamente. Siempre muy cariñoso, como ahora con sus nietos y sus bisnietos. Tengo una imagen poco variada del padre en la infancia.



 



Ya después en su sexenio tuve oportunidad de verlo de cerca en el poder, de estar en sus informes. Yo no podía estar quieto en un informe presidencial.



 



—Eran muy largos…



 



—A diferencia de los diputados, yo sí me salía, me compraba un taco en la esquina, mientras el señor se echaba informes de horas y horas sin parar, sin ir al baño y casi sin tomar agua, con buena dicción, con buen manejo y un vocabulario impecable, a diferencia de otro que fue como un burro que tocó la flauta.



 



—¿Te refieres a quién?



 



—Mi padre era un hombre preparado en la historia, en las ciencias sociales. No se valen improvisados, como el que tuvimos recientemente. Con todo respeto a la gente que hoy es oposición, prepárense, lean más, estudien y usen a sus mejores hombres, no a improvisados.



 



El chocolate y el café han hecho efecto en la velocidad con la que habla. Las alusiones permanentes a las deficiencias y errores del ex presidente Vicente Fox van a ser una constante a partir de ahora. Nunca dirá su nombre, pero no hace falta.



 



Y por el contrario, prodigará palabras de reconocimiento al trabajo de Enrique Peña Nieto, a la diferencia respecto a las administraciones panistas.



 



—¿Es cierto que se reunía a comer, casi siempre,



con la familia?



 



—El presidente Echeverría era un trabajador incansable. Sí tenía la intención de mantener reunida a la familia, pero en ese sexenio y antes, la intención no se realizaba.



 



—¿Alguna vez lo escucharon hacer algún comentario sobre su trabajo, sobre los problemas del país?



 



—No me puedo imaginar a los presidentes Benito Juárez, Porfirio Díaz, Lázaro Cárdenas, ni siquiera en una película de ciencia ficción, llevando los asuntos tan delicados de la Presidencia hacia la familia y los hijos. A diferencia de Gustavo Díaz Ordaz, que platicaba todos los problemas serios y los grandes conflictos a su señora esposa. Y luego otro, más reciente, que hasta le preguntaba a su señora qué hacer como Presidente. Eso no debe ser, es hasta ilegal. Ese tipo de asesoría es anticonstitucional.



 



—Como secretario de Gobernación y luego como presidente de la República, a Luis Echeverría le tocan dos momentos relevantes de la historia: los movimientos sociales de los sesenta y la época de la Guerra Fría. Ambos impactarán en México a través del movimiento estudiantil del 68 y los años de la Guerra Sucia. ¿En algún momento llegó hablar de manera más directa contigo sobre esos temas?



 



—Si hubiera pasado por la Secretaría de Gobernación y luego se dedicara a contar los secretos de Estado, no hubiera sido un buen secretario de Gobernación. Los secretos de Estado son eso: secretos. Hay cosas que deben ser públicas y privadas también, pero, como en muchos espacios, algunos asuntos deben ser secretos por el bien de la sociedad. Él siempre fue muy discreto.



 



—¿Le preguntaste que pasó en el 68?



 



—No. Siempre respondía con la versión oficial y la histórica, la que todos conocemos. Pero nunca se lo pregunté. ¿Para qué? Yo estudié en la UNAM. Me tocó tener los padres extraordinarios y patriotas que tengo, pero yo soy yo. Yo soy una generación post 68, post hippies. Uno es tan joven como las ideas que tenga, como la mujer que tiene a su lado y las ideas que lleva adentro o lo que dice.



 



No quiero verme como un baby boomer, sino como un contemporáneo.



 



No, nunca supe de secretos. Además de que ya no existen tales. Todos están ventilados en los archivos. Se han abierto tantas cosas; cartas y documentos que se debieron haber destruido, ahí están en el Archivo General de la Nación. Qué bueno que ya han salido a la luz pública.



 



—A la distancia, ¿cómo ve el 68 el hijo del entonces secretario de Gobernación?



 



—Para mí fue una semana de vacaciones, sin clases y de no salir a ningún lado. Fue una semana en la que mis hermanos mayores, nacidos en los cuarenta, iban, como muchos universitarios, con sus amigos a la calle a ver qué pasaba. Claro, tenían instrucciones de no meterse en problemas y no andar manifestándose contra el equipo de papá, pero observaban entusiasmados, como todos los jóvenes.



 



No olvidemos tampoco que el movimiento —y también está en los archivos, no lo invento yo— fue infiltrado por algunos manipulados. Tú mencionaste las palabras Guerra Fría y el concepto Guerra Sucia… Mira, guerra sucia la que está ahora, que lleva años y va para largo. De una u otra manera están matándose entre mexicanos. El ejército tiene que salir a reprimir a mexicanos que andan en el narco, en la mafia, en el secuestro. Eso es una guerra sucia.



 



Como lector y ciudadano, aunque no fui un estudiante tan brillante como lo fueron mis tíos, mis padres y mis hermanos, como alguien que estuvo en la UNAM y en una universidad de ciencias sociales de París, propongo que ese nombre de guerra sucia, que es de columnistas antigobierno, lo revisemos.



 



No hubo, dicho propiamente, una guerra sucia como la de Vietnam o como la que vive hoy México. Lo que sí creo que había era una serie de guerrillas sucias. Fue la época de la guerrilla sucia.



 



¿Por qué? Quemaban bancos, bazuqueaban y secuestraban gente de acuerdo con sus creencias e ideas y eran manipulados a veces por intereses extranjeros; muchos de ellos fueron entrenados en Corea del Norte y en países del bloque socialista.



 



Muchos se iban de estudiantes a Europa con una beca del gobierno mexicano y los convencían para estudiar un poquito de ruso en Moscú, y de ahí los llevaban a entrenar a Corea del Norte, terminando su preparación en Cuba. Y llegaban acá bien preparados, como verdaderos guerrilleros, a pelear en contra del Estado nacional revolucionario. Sí era un Estado controlador y otras veces represivo, pero ellos secuestraban y mataban inocentes. Creían que podían hacer una revolución…



 



—¿Esa era su creencia?



 



—Era la de todos, o había algunos manipulados por extremas derechas o izquierdas u otros grupos de poder. Vamos al grano. Hoy 19 de septiembre veo un artículo. Dice que estamos a 40 años del asesinato del empresario Eugenio Garza. A ver, yo quiero exponer una versión que tiene mucho más sustento que las que se mencionan.



 



Un grupo, posiblemente la Liga Comunista 23 de septiembre, andaba en Monterrey, Chihuahua y Saltillo, haciendo su guerrilla a su manera y ese grupo ilegal, fuertemente armado, trató de secuestrar a don Eugenio. Pero le salió mal.



 



Tengo entendido que don Eugenio andaba armado, posiblemente con una .38. Don Eugenio y su chofer, valientemente, se defendieron. Siempre lo dijo él: “A mí, secuestrado no me lleva nadie”.



 



Y se armó la balacera. Varios fuertemente armados contra dos individuos. Fueron acribillados y murió don Eugenio. El responsable era un guerrillero bravucón, vivísimo, súper inquieto, llamado (Jesús) Ibarra Piedra.



 



Ya sé que voy contra muchos tabúes y clichés: cómo es posible que alguien que ha sido de la UNAM, liberal y socialdemócrata, hable así, pero es una verdad. Había muchas guerrillas y muy agresivas, urbanas y de otras. Por lo que quieras: por la Guerra Fría, porque México era un país injusto, porque había un solo partido de un gobierno monolítico, de acuerdo.



 



Hasta el jefe del Estado (Luis Echeverría), aunque era del equipo del que fue Presidente en el 68, tuvo que entender que había que cambiar las cosas. Eso lograron los jóvenes. Los que tenían buenas intenciones, los que iban armados de ideas, así fueran ideas comunistas, liberales, clasemedieras… había de todo y tenían razón.



 



—¿Valió la pena el movimiento del 68?



 



—Bueno, ahí tienen los resultados. Los que siguen instalados en el 68 son verdaderamente anacrónicos. Se quedaron en ese siglo. El movimiento del 68 le abrió la mente a todo tipo de líderes, a las madres, a los hijos. A todos nos cambió la forma de ver el mundo. Lograron que todos nos cuestionáramos cómo debía ser la educación, la justicia, cómo debía ser el futuro de este país.



 



Más adelante, muchos de ellos llegaron a puestos del poder político y económico. Todas las ideas por las que luchaban los estudiantes honestos del 68, que eran la mayoría, se cumplieron. En parte por la apertura controlada y supervisada que inició el Ejecutivo en el 71. Todo lo que pedían, aunque tardó, se cumplió.



 



Incluso uno que anduvo ahí, cuyo origen era de clase trabajadora, de pelo largo, del IPN y siempre en escuelas públicas, que fue interpelado por policías y militares en el 68, en 1994 fue presidente de la República.



 



—¿Y tenía que ocurrir el 2 de octubre?



 



—Lo que ocurrió fue que el presidente Díaz Ordaz tuvo miedo de que los estudiantes llegaran a tomar algo más que el Zócalo. En esos días, cualquier otro presidente quizá hubiera tenido las mismas reservas. Ahora cualquiera toma las calles y el Zócalo todos los días.



 



—Si ni siquiera se podía tomar el Zócalo, mucho menos el poder, entonces ¿por qué el 2 de octubre?



 



—Porque tenía, y lo digo con todo respeto a la personalidad de Gustavo Díaz Ordaz, todas las reservas, por no decir miedo, a que le tomaran el Zócalo y el Palacio Nacional. Porque él creía en la lucha entre la libertad y el comunismo. Creía que había comunistas infiltrados y de todos los países. Pero la mayoría de los estudiantes eran pacíficos, desarmados. Esa marcha hoy parecería una marcha de niños de primaria.



 



—¿El 2 de octubre es resultado del miedo de un Presidente?



 



—Esa es mi opinión personal, resultado de mi análisis y estudio. A mí nadie me lo dijo. Y a eso se sumó la inexperiencia de cómo manejar eso. Y el error. Cuando francotiradores, manejados por agentes extranjeros y algún partido ilegal entonces, dispararon e hirieron al coronel a cargo del batallón y los soldados reaccionaron en defensa. Para eso están entrenados. Para repeler una agresión, no para repartir flores.



 



—Hay evidencias de que fueron militares los que atacaron a los soldados, personal del Estado Mayor Presidencial…



 



—No, no, no, ahí están las fotos. Va más allá. Ojalá fuera tan fácil. Y si hubo errores, yo no soy cura ni obispo, ni ando repartiendo culpas por la vida. Pero sí creo en esa parte de la religión de que hay que perdonar todo. Aunque tarde, hay que saber perdonar.



 



—¿Hubo participación de extranjeros en el movimiento del 68?



 



—Ahí están los datos. El movimiento estuvo infiltrado. Y el gobierno de Díaz Ordaz tenía gente de todo tipo. En esa administración había gente formada en algunos centros de entrenamiento de Estados Unidos o de Panamá, Florida o Washington: policías, militares y, sobre todo, abogados, economistas, administradores…



 



—Hace unos 15 años, Gustavo Díaz Ordaz Borja, hijo del ex presidente, comentó en entrevista que el 68, según le contó su padre, había sido preparado y planeado, que le tendieron una trampa. De ahí que se arrepintiera después de haber seleccionado a tu padre como su sucesor.



 



—Sí, don Gustavo se arrepintió en el 71, 72, 73, antes de caer más enfermo y más viejo. Sí, se arrepintió de haber apoyado la candidatura de Echeverría, pero no se arrepintió nunca de haberlo tenido como secretario de Gobernación, como colaborador excelente, servidor público. Durante 11 años no se arrepintió de él.



 



Ahora, mira, con todo respeto a don Gustavo y a su familia (tuve el gusto de conocer a su mamá, admiro la música de Alfredo), yo también podría decir que sé de buena fuente cualquier cosa, pero no se vale. Son opiniones de café, de sobremesa. Lo que se tiene que hacer es investigar, ahí están los documentos. Lo que hizo la fiscalía y han hecho historiadores serios.



 



—Y arraigaron a tu padre.



 



—Afectaron a algunos que hicieron bien su trabajo.



 



—No se puede negar lo que hizo, por ejemplo, la Dirección Federal de Seguridad



 



—Yo no sé de eso.



 



* * *



 



La mención sobre la entrevista con Gustavo Díaz Ordaz Borja publicada en la revista Milenio Semanal en 1998, a propósito de los 30 años de la masacre de estudiantes, le genera a Benito algo más que un recuerdo incómodo. Pocas cosas lo van a irritar tanto durante las tres sesiones de la entrevista. Una de ellas es, precisamente, la referencia a la familia Díaz Ordaz.



 



No deja pasar la oportunidad para retomar el tema tan pronto reinicia la entrevista.



 



—Volvamos a lo de Gustavo (hijo) y don Gustavo (padre) que en paz descanse… esperemos. Díaz Ordaz vio en Echeverría a un colaborador obediente, ordenado, honesto, recto, que cumplió con la ley y las reglas del sistema durante 11 años. Creo que a don Gustavo le hubiera gustado que el siguiente gobierno, quien fuera (Emilio Martínez Manatou, Alfonso Martínez Domínguez, Alfonso Corona del Rosal, quien fuera), diera continuidad a su mano dura. También que fuera intransigente, porque él creía que el nacionalismo se defendía así, por la fuerza.



 



Desde el momento en que se asumía como el Estado legítimo, todo lo demás era ilegítimo, anticonstitucional. Había que combatirlo y, si era necesario, reprimirlo. Era un hombre de mucha fuerza, de mucha autoridad, un tanto autoritario, y no dudo que le hubiera gustado que siguieran con una política parecida.



 



Pero desde la campaña el candidato Echeverría —continúa Benito—, con su espíritu humanista, universitario, conocido de intelectuales, pintores, cineastas, y con la autonomía que le daba la candidatura, empezó a definir su propia personalidad y opinó lo que quiso de acuerdo con sus ideas. Eso no le gustó a don Gustavo.



 



—¿Principalmente lo del minuto de silencio en la Universidad Nicolaíta en Michoacán?



 



—Pues algunos pidieron un minuto de silencio por los estudiantes muertos el 2 de octubre, y él pidió lo mismo pero por los soldados caídos. Y se guardó el minuto de silencio por ambos.



 



Y luego, ya en la Presidencia, Echeverría va a dar espacio en el poder a los jóvenes, sin darle oportunidad a los viejos diazordacistas, lo más rancio del PRI-sistema de los cincuenta y sesenta. Hizo que reaccionaran los empresarios, con aires de apertura y críticas, para que hicieran algo por el país. Eso no le gustó a don Gustavo.



 



En términos personales, creo, como un Echeverría más, que si hoy me dijeras que otros ex presidentes y grandes políticos se hubieran arrepentido de que mi padre haya sido el Presidente, sí me preocuparía. Pero si es don Gustavo quien se arrepentía, eso me tiene sin ningún cuidado.



 



—Pero sí supieron de esa versión, ¿no?



 



—La versión que yo conozco nos las narró un amigo que conoció muy bien a don Luis. Y dicen que don Gustavo, con su poco humor y su cara de enojado (aunque, como todo hombre inteligente, tenía humor), en las mañanas se daba cachetaditas frente al espejo y decía: “¡Por pendejo, por pendejo, por pendejo!”. Allá él. ¿Te imagnas que Echeverría se anduviera arrepintiendo públicamente de las decisiones que tomó?



 



—Más allá de la anécdota, lo cierto es que Luis Echeverría fue, junto con Díaz Ordaz, uno de los hombres más informados de lo que pasó en el 68.



 



—Y también el jefe del Estado Mayor, y el jefe del ejército y los embajadores de las dos potencias. Sí, había cinco o seis personas más informadas.



 



—Luis Echeverría es un hombre hermético que se llevará, como estadista, los secretos de lo que pasó en el 68.



 



—¡Pero cuáles secretos! Ahí está todo. Eso de creer que existen secretos como si fuera la corte de Napoleón… Ya está todo, fotos, videos, películas, libros, archivos… testimonios. Todo está al alcance de la prensa.



 



—Lo que ya no se supo públicamente del 68, ¿sólo él lo sabrá, nadie más?



 



—¿Qué puede saber él que no sepa la población? A estas alturas y después de tanto tiempo, nada. A lo mejor ni él supo tampoco a ciencia cierta de dónde salieron los francotiradores, de qué embajada o de qué partido u organización guerrilla salieron.



 



—Pero esa idea coincide con la de Díaz Ordaz, la del complot comunista…



 



—Para provocar al gobierno, para que reprimiera más. Para hacer quedar mal y quemar al secretario de Gobernación, para que renunciara. Recordemos que el destape estaba a un año. La Presidencia se hallaba en juego. Para que el Presidente fuera más mano dura. No sabremos a ciencia cierta las intenciones de los que iniciaron la balacera aquel terrible día, lo que sí sabemos es que no le convenía al Presidente ni al secretario de Gobernación.



 



¿Qué secretos puede llevarse una persona que hace 40 años no trabaja ahí? Si don Luis supo alguna cosa, algún detalle, seguro lo comentó con su jefe, que era el presidente de la República. Si hay algún secreto, ahí se quedará, porque si alguien es discreto, hermético y sabe guardar secretos de Estado y no tiene esas debilidades de lengua suelta, que se anda contradiciendo dependiendo de cómo ande la humedad en el rancho, ese es don Luis Echeverría.



 



—¿Qué concluir del 68?



 



—No sé, pero lo que sí les digo es: ¡Señores, ganaron! ... Yo soy de la gente de los sesenta. Se les agradece.



 



—¿Ganaron?



 



—Todos, incluido Luis Echeverría y todos los que hicieron cosas por la apertura democrática de este país entre los sesenta y setenta. A final de cuentas, con la llegada al poder de Ernesto Zedillo, llega la generación del 68, los estudiantes que no eran ni militares ni trabajaban en Gobernación o el PRI. Ganaron. Llegaron al poder y a los negocios. México se democratizó, se aumentó por tres el presupuesto en las universidades.



 



La generación de los Beatles llegó al poder con Bill Clinton en Estados Unidos, y con Zedillo en México. Quien siga en la idea del 68, se quedó en el siglo pasado. Ya supérenlo, acéptenlo. Nosotros superamos el trauma. La responsabilidad que se tenga que asumir, la calumnia, la difamación, la exageración, el desprestigio, todo se supera. Aliviánense.



 



—¿Qué tan difícil fue para Luis Echeverría y la familia que años después una fiscalía del Estado lo llamara a cuentas por la matanza del 68 y lo relacionado con la Guerra Sucia de los años setenta?



 



—La guerrilla sucia de los setenta. Eso no era una guerra frontal. Hasta los soldados tenían que usar tácticas de guerrilla y no estaban en las plazas y las avenidas. Para mí es la guerrilla sucia. Guerra sucia, la de ahora.



 



—Esta guerrilla, que llamas sucia, no tenía posibilidad de llegar al poder, como tampoco iba a ocurrir con los estudiantes del 68. ¿Era necesario lanzarle al ejército y todos los aparatos del Estado?



 



—Los estudiantes del 68 llegaron al poder.



 



—No, me refiero a ese momento, en el 68.



 



—Todo lo que querían, aunque tarde, lo lograron. Todas sus ideas las terminó asimilando el poder.



 



—¿La guerrilla tenía posibilidades de llegar al poder?



 



—Claro que no. Si hubieran sido un millón, quizá.



 



—¿Para qué, entonces, mandar al ejército contra ellos?



 



—No sé, pero si estaban haciendo guerrilla en Guerrero y en las ciudades, asaltando bancos y matando empresarios en Monterrey, pues la policía no se daba abasto. Tenía que apoyarse en el ejército, como ocurre ahora.



 



—Y echaron mano de la Dirección Federal de Seguridad y de los grupos especiales.



 



—A ver. Siempre hay violencia en todos los países. La violencia debe ser monopolio del Estado, siempre y cuando éste sea legítimo, democrático y, en mi opinión, liberal. No olvidemos qué años eran. El contexto internacional. No olvidemos.



 



—¿Qué tan difícil fue lo del arraigo?



 



—Para la familia en general, fue motivo de gran preocupación. Yo vivía fuera del país en ese momento, lo vi con más distancia, leí todo lo que pude y llegué a la conclusión de que fue algo muy positivo para Luis Echeverría Álvarez.



 



Mis hermanas no se dieron cuenta, pero eran las más felices aunque estaban muy preocupadas. Las dos hijas, las consentidas que cuidan a don Luis. ¿Por qué? Porque inclusive ya con 81 años, se la pasaba viajando, comiendo en la calle y recibiendo a decenas de personajes diariamente.



 



Si ya no tenía un trabajo específico, se inventaba cosas, proyectos. Se la pasaba gastando y mal cuidando su salud. Y luego para estar sano, según él, debía hacer mucho ejercicio, entonces se levantaba a las seis de la mañana a jugar tenis.



 



Ya se nos estaba muriendo mi papá. Estaba malísimo. Nos fuimos a China en 2001 y se quedó con ganas de ir a Shangai. Pero luego él regresó en 2002 y anduvo comiendo cualquier cosa en la calle, el equivalente a tacos callejeros, y se enfermó del SARS, síndrome que efectivamente en esa época vino de China. Estuvo casi un mes hospitalizado.



 



Es cuando viene el arraigo. Y ya no puede salir, desvelarse, viajar, y toma un horario ordenado para sus actividades. Nunca lo habíamos tenido sentado, tranquilo. Sólo con el arraigo se quedó quieto.



 



Sinceramente, y se lo mandé a decir a los panistas a través de un amigo, Luis Pazos: “Si ves a tu alumno Calderón o a tu cuate Fox, dale las gracias, sobre todo a la fiscalía”.



 



—¿No fue duro? ¿Sentirse juzgado quizá no judicialmente, pero sí históricamente?



 



—Ese grupo de la fiscalía investigó durante cuatro años. Abrieron todo, detuvieron a policías, etcétera. Pasaron cinco o seis años y resultó que los jueces dijeron que no había nada que perseguir. Hoy, además de ser el (ex) Presidente más longevo, es el único jefe de Estado mexicano, aparte de Maximiliano, que ha sido juzgado, investigado, arraigado y quedó libre de responsabilidad ante la ley los jueces. Su abogado, Juan Velázquez, dice que ha sido el caso más grave de la historia de México.



Lo acusaron del delito más grave que hay en el mundo: delito de lesa humanidad.



 



—¿Qué sentiste, como hijo del ex Presidente, cuando en algunas portadas de los diarios de esos días estaba la imagen de tu padre y la palabra “asesino”?



 



—Fue una falta de seriedad periodística. No me dolió porque nosotros sabemos que no es así. No nos queda el saco en ningún momento. Vean lo que fue de joven, sus estudios, su tesis, su trayectoria intelectual y humanista.



 



—Esos son aciertos, ¿pero no crees que se equivocó también en algunas decisiones?



 



—Seguramente, todos nos equivocamos todos los días.



 



—Como Presidente.



 



—No existe el gobierno perfecto. El error no está en los gobernantes, sino en nosotros, que seguimos esperando que nuestros líderes sean impolutos y que cada Presidente sea una nueva pirámide que se construye sobre la otra. Ahí está el actual gobierno, gobernando, tomando lo mejor de los gobiernos pasados. Imagina que ahorita se pusiera a revisar los delitos, los abusos, el tráfico de influencias, el enriquecimiento ilícito de los Sahagún…



 



—¿No tendría que hacerlo?



 



—Eso corresponde a los abogados y las procuradurías. Que se perdonen ellos si pueden; y de su manera de vivir, que los perdone Dios. Las tonterías del jefe del gobierno federal de esos años.



 



—¿Le dolió a tu padre que llegara el PAN al poder?



 



—De ninguna manera, era un proceso natural. Lo que sí duele es que cualquiera pueda llegar a ser jefe del Estado. Que llegue quien sea, pero a la altura de México. No saltimbanquis, indecisos que cambian de partido…



 



—¿Cómo te gustaría que se recordara a tu padre en la historia?



 



—Son dos personas. Como papá, amable, educado, correcto, muy justo. Así lo vamos a recordar nosotros.



 



—¿Y la historia?



 



—Lo verá como uno más de los presidentes del siglo XX, nada más. Yo quisiera que lo registre como debe ser. La historia no es una invención y, con todo respeto, tampoco se construye con periodismo.



 



El periodismo cumple otra función social sumamente importante. Es un instrumento que puede ayudar a la historia.



 



—Para muchos seguirá siendo un personaje malo de



la historia.



 



—Sí, le hicieron muy mala fama en 1977 y 1978, gente que tenía la necesidad de echarle toda la culpa al pasado, y luego los gobiernos del PAN.



 



—Decías que los del movimiento del 68 finalmente ganaron. ¿Y los guerrilleros?



 



—Perdieron. Fueron reprimidos. Mejor se dedicaron a otra cosa. La vía armada nunca les funcionó. Perdieron. Por la vía política han logrado mucho más.



 



* * *





Has mencionado en varias ocasiones al perdón. ¿Es hora de perdonar?



 



—Lo que creo y afirmo es que para ir adelante como sociedad, como nación, tenemos que despojarnos de muchos lastres del siglo pasado. Acabar con tabúes. Hay que perdonar los errores.



 



—¿Y del 68 y los años setenta?



 



—No me corresponde a mí decir que perdonemos ya a don Gustavo. Ojalá que sí. O a dos o tres militares que cometieron errores gravísimos. Los guerrilleros ya fueron indultados en 1977 y uno que era muy violento es hoy importante en la política. No olvidar el pasado, pero superarlo. Que a esos años los juzguen los historiadores con objetividad. Hay que quitarnos esos plomos que nos atan al pasado. Bueno, hasta podemos perdonar a quien devaluó la Presidencia hace 10 años.



 



—¿Ya perdonaste a Vicente Fox?



 



—No es tan importante, es irrelevante como persona, como saltimbanqui. Pronto andará apoyando al PRD. Da risa y provoca pena.



 



—¿El Estado mexicano no tendría que pedir perdón por los desparecidos de los años setenta, por ejemplo?



 



—Estaría de acuerdo si hay responsabilidad del Estado y del gobierno. Yo desconozco detalles, yo era un niño muy mal informado. No puedo decir muchas cosas, pero como estudiante, incluso menor a los participantes de la guerrilla sucia de esa época. Y quiero insistir: para mí, la de los setenta es la guerrilla sucia.



 



—Los excesos también se dieron de parte del ejército.



 



—Bueno, ahí están los resultados de la fiscalía. Algunos administradores y algunos oficiales, muy pocos, cometieron errores.



 



—Por cierto, has mencionado a Rosario Ibarra de Piedra y a su hijo. Doña Rosario ha mantenido una posición muy dura contra el gobierno de tu padre, sobre todo porque en ese sexenio su hijo desapareció. ¿Qué le dirías a Rosario Ibarra?



 



—No tengo el gusto de conocerla, pero sé que es una luchadora social, una mujer que ha sufrido mucho porque sus hijos resultaron violentos y fuera de la ley. De alguna forma se ha convertido en una “madre de Mayo” mexicana, una mártir. Todo mi respeto para toda mujer y toda madre mexicana. Ella puede ser una santa, pero sus hijos eran unos delincuentes. Le diría: toda mi solidaridad y todo mi cariño, porque así nos enseñó mi madre. Todo mi respeto como persona y como madre que ha sufrido; ojalá y que tenga nietos felices y libres de culpa y perdón.



 



Ninguna familia es perfecta. Y quienes quisieron dar la vida en la guerrilla escogieron su destino, como quienes los reprimieron, los policías que abusaron, también escogieron vivir con eso el resto de sus días.



 



Esas son mis palabras. No estoy hablando en nombre de mi familia ni de don Luis. Le diría a doña Rosario que debió aceptar la invitación cordial y amable que le hizo don Luis de entrar a esta casa en dos o tres ocasiones que ha venido a manifestarse a la puerta.



 



Debió haber aceptado entrar y hablar de frente. Estábamos varios miembros de la familia para cuidarla como mujer y para cuidarlo a él también. Con todo respeto a la persona, corresponde a la misma corriente anacrónica de algunos que se hacen llamar



la izquierda mexicana.



 



—¿Cuáles es el mejor recuerdo que tienes de tu padre?



 



—El mejor, cuando me acompañó en mi boda y en el bautizo de mi hija. Cuando disfrutamos una buena ensalada y una buena carne en 1978, fuera del país. O cuando me llevó a China a mis 18 años de edad.



 



¿Del Presidente? Cuando lo vi hablar en las Naciones Unidas a nombre de México y de América Latina. Admiro más al mexicano, y quiero más al padre y lo respeto profundamente.



 



* * *



 



Son las 13:30 horas del domingo 22 de septiembre. Esta entrevista concluye en el comedor de la casa de San Jerónimo. Es una de esas mañanas frías y húmedas, que en el sur de la ciudad suelen ser más intensas. A unos pasos, la habitación del ex presidente Echeverría. A ratos se cuelan entre la conversación algunas voces, murmullos que se pierden en los corredores de la casa.



 



Al ex presidente lo acompaña su hija María Esther y una amiga del propio Echeverría que ha sido su compañía en los últimos años.



 



Benito Echeverría aparece por los pasillos, que bien podrían ser los de un museo: pinturas de Coronel, de Oswaldo Guayasamín, Tamayo, Siqueiros; esculturas, decenas de árboles de la vida, retratos al óleo de María Esther Zuno y Luis Echeverría, juntos, por separado; artesanías de Chiapas, Oaxaca, de todo el país.



 



Benito aparece con una veladora en la mano. La acomoda sobre una mesa de cristal y luego de dos intentos (los cerillos están húmedos) la veladora parpadea.



 



La veladora tiene grabadas frases para alejar los peligros, los malos espíritus. “Contra daños”, se lee en ella.



 



—¿Y eso? ¿Crees en esos asuntos?



 



—Creo que después de todo lo que he dicho, la voy a necesitar.



 



La veladora sigue parpadeando.



Dossier Político

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