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Esparza llega a la rectoría en transición de terciopelo

Lunes, 25 Marzo 2013 00:00
Tras casi 9 años en la rectoría de la BUAP, cerró su discurso de despedida afirmando que esto “no es un adiós, sino un hasta pronto”, en el salón Barroco, en el tercer patio del edificio Carolino, los agüeristas de toda la vida y uno que otro coladolos esperaban para un doble brindis. La bienvenida de Esparza y la despedida de Agüera
  • Héctor Hugo Cruz Salazar



Habrá quienes piensen que Enrique Agüera dio un salto al vacío cuando decidió renunciar a la rectoría de la Benemérita Universidad de Puebla dando el cerrojazo a un rectorado que ejerció ocho años, nueve meses y 22 días. Otros, sin embargo, hablarán de una jugada maestra de dos bandas: lograr una transición de terciopelo en la máxima casa de estudio al instalar a su incondicional Alfonso Esparza Ortíz en su lugar, y al otro día, conseguir las palabras mayores del dirigente nacional del tricolor para convertirse en el abanderado a la alcaldía. Acto de valor insólito o maquinación preparada desde el poder. Que el lector juzgue por los hechos.



En su última comparecencia ante el Consejo Universitario, Agüera Ibáñez habló con nostalgia, pero relajado y feliz. Como quien lo sabe todo y no es presa del ansia que provoca la incertidumbre. De la prepa Calderón como alfa, a la misma unidad académica como omega. En pleno golpe de calor del salón Barroco, un puño cerró su discurso de despedida afirmando que esto “no es un adiós, sino un hasta pronto”.



Un minuto de aplausos le dedicaron sus huestes al hasta entonces rector. Los nuevos consejeros que se estrenaron cuatro días antes como integrantes del órgano de gobierno de la BUAP. La despedida fue breve, hay que decirlo. Aunque se enlistaron nueve intervenciones para hablar de las bondades y logros de la gestión agüerista, sólo tres pudieron echarle flores a su mandamás, pues cuando se sometió a votación sí se escuchaban las demás posturas, pero el consejo pidió por unanimidad se votará la renuncia definitiva de Agüera.



La unanimidad volvió a hacerse presente. Todos avalaron la petición de Agüera sin chistar. El rector se despidió. Otro minuto de aplausos. El rector agradecía y se despedía de todos.



Con la misma relajación cedió el protagonismo a su amigo Alfonso Esparza y arrancó la transición de terciopelo, de la misma forma que más de ocho años atrás lo hiciera Enrique Doger para encumbrarlo a él.



Mientras se desarrolló el protocolo de designación del rector interno, Agüera esperó por 25 minutos en un salón anexo. Estaba relajado. Pidió un té de manzanilla para hacer llevadero el momento. Hizo algunas llamadas y se mostró bromista con sus funcionarios.



Luego salió a alzarle la mano a Alfonso Esparza. El nuevo rector le agradeció a su jefe el ascenso. Y juntos levantaron la mano y se despidieron de los consejeros.



Esparza se quedó recibiendo los parabienes de los agüeristas. El exrector se fue a su antigua oficina. En el pasillo encontró nuevos aplausos y manos que se estiraban para desearle lo mejor. Agüera estrechó todas y escuchó atento a cada uno. De ahí llegó al salón de exrectores para encabezar la ceremonia de la colocación de su foto. Cuatro o cinco funcionarios, más el autor de la obra, estaban con él. La ceremonia fue brevísima. No había tiempo para más. Desde su Nextel, Juan Manuel García —alguien que fungió como especie de secretario personal del rector— regañaba a otra persona por no llegar al acto: “¿Dónde están todos? Ya vengan de inmediato, el doctor ya está aquí”. Pero su intento fue en vano. Enrique decidió terminar el protocolo de inmediato. Y hasta rechazó la entrada de los medios de comunicación, que esos sí estaban al pie del cañón para ver sus últimas actividades en el Carolino.



 



****



 



Culminada la transición de terciopelo, ya que la Benemérita tenía un rector interino, Enrique Agüera se vio obligado a compartir los reflectores. Acompañado por Alfonso Esparza, el ya exrector caminó el mismo pasillo por el que salió del Carolino, pero las manos, aplausos y parabienes no eran sólo para él. Esparza también era buscado por sus huestes. El nuevo rector jalaba ya los reflectores, los abrazos y las felicitaciones.



En el tercer patio del edificio Carolino los agüeristas de toda la vida y uno que otro colado los esperaban para un doble brindis. La bienvenida de Esparza y la despedida de Agüera. Así, en ese orden. Incluso el maestro de ceremonias —que acompañó todo el tiempo a Agüera— hizo la presentación del nuevo rector ante el público y dejó en un “acompañado por” a su exjefe, algo que sonó bastante raro.



En la mesa principal los dueños y directores de los medios de comunicación ya estaban esperándolos. Abrazos por aquí, adhesiones por allá, incluidas las de Armando Prida “suegro de oro”, que prometió todo el apoyo de su periódico para la nueva encomienda. Agüera le agradeció doblemente.



Nunca hubo ambiente fúnebre. Mejor dicho, un mandato doble, porque el que se fue y el que llegó ejercieron la misma autoridad sobre el grupo de funcionarios que seguirá en sus cargos. El único actor novedoso en el reparto fue el nuevo secretario general de la BUAP, Ignacio Morales, quien debutó correctamente en la conducción del Consejo Universitario.



Damián Hernández, puente entre exrector y rector, condujo eficientemente, sin roces, la transición de terciopelo. Ordenó la fila de los funcionarios y sus equipos que buscaban la foto de despedida con Agüera, pero también los que buscaban su gráfica con Esparza.



Luego vino la pasarela de despedida. O más bien la de la bienvenida. Pues llegó un momento que todos los universitarios primero se fueron con Alfonso Esparza para “ponerse a las órdenes” y después fueron a despedirse del exrector.



 



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El viernes fue la última gira del doctor. Y escogió las preparatorias para despedirse. En la preparatoria Emiliano Zapata agradeció las muestras de apoyo y por momentos se le quebró la voz. Cientos de alumnos con globos azules y blancos se concentraron en el patio central para lanzarle porras y aplaudirle. Los discursos de las autoridades fueron de agradecimiento y reconocimiento por haber puesto el nombre de la BUAP en alto.



Su penúltima escala fue la preparatoria Benito Juárez, ubicada en San Manuel. Se siguió el mismo protocolo. Cientos de estudiantes se reunieron en el patio principal. El discurso fue casi el mismo. Habló de los logros obtenidos en sus más de ocho años de rectorado. Y también hubo aplausos y porras. Preparatorianos que querían la foto del recuerdo con su rector.



La última escala, su última gira fue en la preparatoria Calderón: “por aquí entre por primera vez a la universidad, por eso elegí este lugar también, para ser el último que recorrería como rector”, dijo Agüera con una voz que se le quebró y que fue festinada por los alumnos, maestros y directivos del lugar. Las fotos, los abrazos, las porras no escasearon. Un goya a todo pulmón salió de Agüera, el último de su era.



 



****



 



Aunque se presumía que el partido Lobos BUAP contra La Franja sería la despedida “oficial” para Enrique Agüera, los anuncios de los sectores del PRI a su favor terminaron por echarlo a perder. Agüera prefirió guardar las formas y comportarse como un invitado más. Sobra decir que no hubo ovaciones y mucho menos una reunión masiva de universitarios.



Quienes se dieron cita en el estadio Universitario, en su mayoría fueron aficionados y fans del Puebla. El coloso de San Manuel no se llenó ni a la mitad. El maestro Esparza llegó a los 10 minutos de iniciado el encuentro. Los López Chargoy —Carlos Hugo y Jesús— ya se comenzaban a morder las uñas porque no llegaba el invitado especial.



Tenían listos unos cien balones para que el exrector lo regalara a los universitarios. Para que se los lanzara desde el palco principal después de ser vitoreado por su despedida. Pero inexplicablemente al medio tiempo fueron enviados a la bodega.



Enrique llegó pasados los 30 minutos del juego. El marcador Lobos 2, Puebla 0, tenía al respetable metido por completo en el partido de futbol. Pocos se dieron cuenta de que el exrector estaba en el palco. Unos 20 espectadores que lo ubicaron en el lugar le aplaudieron y le dijeron adiós. Agüera hizo lo propio. El tercer gol de Lobos fue el único que festejo. Luego el Puebla acortó distancia y estuvo encima del cuadro local.



Agüera ya no se quedó al final. Optó por irse sin reflectores, sin ovaciones y sin muestras de apoyo. Guardó las formas hasta el final.

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Last modified on Lunes, 25 Marzo 2013 02:12