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Peña Nieto: la estéril apuesta por el olvido




Escrito por  Javier Arellano Ramírez
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Es la segunda vez que hace un llamado de ese tipo, en el mismo tenor.

Sus estrategas le han sugerido despresurizar el tema, pero simplemente no es posible.

 

En esta segunda oportunidad Enrique Peña Nieto recurrió al manto protector, la sombra benigna que le brinda el Doctor José Narro Robles, Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México.

 

Hace unas semanas el ejecutivo federal convocó a “superar” el episodio de Ayotzinapa, apenas hace unas horas insistió: “no podemos quedar atrapados”; en tanto que el rector secundó: “no podemos quedarnos en el pasado”.

 

La desaparición de los 43 estudiantes en Ayotzinapa tuvo un efecto devastador, demoledor en la imagen presidencial, no solo dentro del país, sino en el orbe entero.

 

La mayor crisis social en el México de las instituciones.

 

Empero Peña Nieto externa su deseo de que la sociedad mexicana “olvide” a los desaparecidos y les otorgue un certificado de defunción moral.

 

Para el habitante de Los Pinos lo ideal sería que la nación acepte (como si fuera un dogma infalible), la explicación del Procurador General de la República Jesús Murillo Karam y por tanto se resigne a dar por muertos a los normalistas.

 

Lo cierto es que después de cuatro meses las posibilidades de que los estudiantes se encuentren con vida son inexistentes. Eso lo sabe perfectamente el colectivo social.

 

“Vivos se los llevaron, vivos los queremos” es la expresión del hartazgo de un país frente al mayor derramamiento de sangre en décadas.

 

Los padres de esos muchachos saben y reconocen en secreto que nunca volverán a verlos, pero su lucha va más allá de los 43 nombres.

 

El país se levanta en un muro de indignación, rabia, impotencia frente a la violencia que azota a todos por igual; al empresario o al normalista, al comerciante de Tuxtla Gutiérrez o la ama de casa de Monterrey, al académico de Cuernavaca o al hotelero de Veracruz.

 

Estamos en la mayor crisis de ingobernabilidad que se haya visto desde la Revolución.

 

El asunto va más allá de los 43 nombres, estamos ante una catástrofe humanitaria que aún no se puede dimensionar; más de 100 mil muertos, más de 20 mil desaparecidos. Y la violencia no se contiene, no se controla, al contrario, las cifras revelan que el país está sufriendo un aumento en el número de ciudadanos desaparecidos y un crecimiento en el índice de secuestros.

 

Y las armas, la materia prima de que se alimentan las guerras no detienen su flujo.

 

Hace cuatro meses ocurrió el “levantón” y la desaparición de los jóvenes de Ayotzinapa, pero en cualquier momento puede ocurrir otro episodio similar o aún peor.

 

En el pasado reciente han ocurrido otras masacres que han sido acalladas, olvidadas, marginadas, no solo por el Estado, sino por la misma sociedad mexicana.

 

Las condiciones que llevaron a la crisis de Ayotzinapa siguen vigentes y latentes: la completa, total y absoluta colusión de políticos de todos los niveles con el crimen organizado (incluyendo gobernadores); la impunidad con que esos mandatarios, presidentes municipales, regidores, jefes policiacos siguen intimidando, matando en todos los puntos del país; una sociedad inerte, desamparada frente a un monstruo que todo lo devora y lo consume.

 

En este contexto Peña Nieto llama a “olvidar”. Por supuesto se trata de una estéril y vana apuesta.

 

La nación no olvidará a los 43 normalistas, porque las condiciones que llevaron a su desaparición no son aisladas, ni excepcionales, en realidad son la regla generalizada en regiones enteras del país.

 

El discurso presidencial una y otra vez chocará con la sociedad que sabe que lo ocurrido en Ayotzinapa puede volver a suceder en cualquier parte de la geografía nacional. Por la simple razón de que las condiciones permanecen vigentes.

 

Las palabras de Peña Nieto solo reflejan que el mandatario y su burbuja viven en un país diferente al resto de millones de mexicanos.

 

El país no olvidará Ayotzinapa y tampoco esta catástrofe humanitaria en que fue sumergido el pueblo.

 

La nación nunca cesará en su condena a Felipe Calderón y a Enrique Peña Nieto, los políticos que simularon una lucha contra el crimen organizado, pero que permitieron que las estructuras oficiales fueran permeadas hasta el tuétano.

 

La historia no perdonará a quienes por la colusión financiera con el narco llevaron al país a un baño de sangre.

 

 

 

 

 

 

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