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Miércoles, 07 Septiembre 2016 03:16

Nadie quiere que Peña caiga, pero se puede caer




Written by  Arturo Rueda

La entrevista que Peña Nieto concedió al director general de Milenio en el avión presidencial, por donde se vea es lastimosa. Uno de los periodistas más domesticados, regañando al presidente, casi gritándole, enfrentándolo en un tú por tú inesperado, revela la debilidad extrema del mexiquense.


Que yo recuerde, desde Ernesto Zedillo, no corría en las mesas de los mexicanos el chisme, anhelo, demanda, petición, exigencia, patraña de la renuncia del presidente de la República.

 

Nadie se atrevió a pedirla con Fox, pese a su abierta incompetencia.

 

Nadie se atrevió a pedirlo con Calderón, pese a los rumores de su alcoholismo y el genocidio de la guerra contra el narcotráfico.

 

Pero los búfalos están desatados con pedir que México siga el ejemplo de Brasil y Peña Nieto renuncie o sea renunciado del cargo.

 

Qué horas tan difíciles vive el Presidente y que insoportable soledad vive el Gran Solitario del Palacio.

 

Prácticamente todos sus aliados lo han abandonado y aun los más conspicuos se solazan en patearlo.

 

El error de septiembre, la invitación a Donald Trump ha catalizado la rabia e indignación de los mexicanos como no se esperaba y como nadie lo vio venir. Nadie lo calculó y la bomba le estalló en las manos.

 

Televisa, con pretexto de la renovación de imagen y contenidos, ha hecho de la crítica presidencial su plataforma de relanzamiento.

 

Asimismo, los lamesuelas por excelencia, defensores del régimen como Pablo Hiriart y Carlos Marín se han rebelado en contra del amo de su correa.

 

La entrevista que Peña Nieto concedió al director general de Milenio en el avión presidencial, por donde se vea, es lastimosa. Uno de los periodistas más domesticados, regañando al presidente, casi gritándole, enfrentándolo en un tú por tú inesperado, revela la debilidad extrema del mexiquense.

 

Peña Nieto, por si fuera poco, ha sido abandonado por su gabinete.

 

Claudia Ruiz Massieu, expresando la molestia de su tío Carlos Salinas, renunció a Relaciones Exteriores y regresó a regañadientes.

 

Osorio Chong filtró el pleito al interior del equipo presidencial, el papel del secretario de Hacienda, y su heroicidad al poner su renuncia como salvoconducto para impedir el viaje del candidato republicano.

 

Luis Videgaray, consejero áulico, eminencia gris del gobierno, llevó al cadalso a Peña Nieto en un cálculo erróneo, o conveniente a sus intereses.

 

Gerardo Ruiz Esparza dio la nota de la semana con las dos empresas poblanas que engañaron a la SCT como chinos para obtener mil 222 millones en contratos.

 

Enrique Galindo tuvo que ser retirado de la Policía federal por los excesos en Nochixtlán.

 

Del resto, ni fu ni fa: convenientemente escondidos para que la tormenta no los arrastre.

 

El país se incendia, el fuego llega a los aparejos de Los Pinos, pero ni quemándose, toma Peña Nieto la decisión de cambiar el rumbo.

 

La decisión de darle un mensaje a los mexicanos de que está dispuesto a conquistar percepciones  y no aferrarse al costo de la impopularidad.

 

Escribió ayer Aguilar Camín que Peña Nieto no está en riesgo de caer porque sus opositores en el Congreso no les interesa tumbarlo: prefieren mantenerlo débil para ganarle, aplastarlo en 2018.

 

Periodistas moderados se han convertido en activos promotores de la marcha del 15 de septiembre para exigir su renuncia. El golpismo es abierto en varios medios de comunicación.

 

Por desaprobación, Peña Nieto es un factor de ingobernabilidad, y un riesgo electoral para el PRI en 2018 que no tiene a qué aferrarse para intentar repetir en Los Pinos: hay repruebo sistemático en la gestión presidencial y oprobio en las entidades federativas.

 

Además, el mexiquense tendrá la tentación de negociar la capitulación del tricolor para evitar riesgos personales, pero no hay asidero a la vista.

 

Sus principales colaboradores, especialmente los más corruptos como Gerardo Ruiz Esparza, deberían entender que el riesgo del presidente es también su riesgo.

 

Nadie quiere que Peña se caiga, pero se puede caer.

 

Y cómo vamos a dar de reír en el mundo. 

 

 

 

 

 

 

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