Sábado, 20 de Abril del 2024
Martes, 05 Mayo 2020 02:06

De joven a delincuente Parte III

De joven a delincuente Parte III Escrito Por :   Alexis Da Costa

“No es mi culpa, yo no soy un asesino —se repetía una y otra vez”


 

El camión estaba a media capacidad, los pasajeros eran alumnos universitarios en su mayoría y un par de sexagenarios que bien podían ser maestros de universidad. Se les reconocía por el maletín atiborrado de papeles, la computadora portátil de la era pasada y el semblante en su rostro

 

Roberto se sentó en la última fila de asientos, miró detenidamente a cada pasajero identificando a aquellos despreocupados jóvenes con audífonos y celular en mano, ellos eran las más fáciles y rápidas víctimas. También había un par de jóvenes que escribían de prisa en sus libretas, no era difícil deducir que hacían la tarea para su primera clase del día.

 

En la tercera fila del lado izquierdo estaba “el paranoico”, justamente al que Roberto buscaba con la mirada, aquel individuo que siempre está alerta producto del miedo a ser víctima de un robo. Beto había aprendido de su padre que ellos son los que causaban los problemas, había que dejarlos al último y si era necesario darle un buen golpe, con eso bastaría para dejarlos quietos en su asiento.

 

Desde que era pequeño y hacía malabares en los cruceros obligado por su madre, Roberto acostumbraba ponerle etiquetas al tipo de personas que se veía, costumbre que llevo a sus andanzas criminales en los autobuses. Esta clasificación de víctimas le ayudaba a prevenir riesgos e idear estrategias para hacer del asalto un acto rápido, limpio y sin tragedias innecesarias.

 

Es por eso que tomaba su tiempo para examinar al “paranoico", esperando que se relajara, que destensara los hombros y dejara de voltear insistentemente hacia la parte trasera del autobús.

 

Al paso de ocho minutos, Roberto se sintió listo para iniciar la primera tarea del día, ya había evaluado riesgos, ideado una ruta de escape y contemplado posibles variables en su plan, nunca faltaba el “valiente" que intentaba hacerse el héroe, la “desmayada" que tenía un ataque de pánico o “el cobarde” que intentaba bajar corriendo del autobús en movimiento. Beto era muy bueno creando escenarios perfectos para desempeñar una tarea, este día no era la excepción.

 

Se levantó rápidamente mientras se ponía una máscara de “V” el protagonista de un filme hollywoodense llamado “V for Vendetta”, una máscara que se hizo famosa en la cultura popular gracias a un grupo de hackers autonombrado “Annonymus".

 

—Ahora sí, hijos de la chingada, no se muevan y vayan sacando sus cosas, cuidadito del que se quiera hacer el héroe porque me lo chingo de una vez—, gritó Roberto mientras caminaba hacia el medio del autobús.

 

El “paranoico” emitió un sonido seco, como si quisiera gritar pero le faltara el aire, y empezó a mover las manos apuntando hacia Roberto.

 

—A ti qué te pasa cabrón, no te quieras hacer pendejo, cálmate y saca tus cosas—, gritó Roberto mientras le apuntaba con una pistola calibre .22

 

El joven seguía haciendo movimientos raros y emitiendo sonidos que cada vez se asemejaban más a palabras, pero eran inaudibles, Roberto empezó a caminar con su mochila.

 

—Metan aquí todo y nada de quedarse algo guardado, todos traen celular y cartera—, gritaba Roberto sin dejar de observar de reojo al “Paranoico”.

 

Siguió caminando entre los asientos hasta llegar al de un joven que pareciera aún no se había enterado del asalto pues tenía la mirada perdida en su móvil y unos audífonos de diadema

enormes.

 

—Te meto un balazo y ni siquiera te enteras, levanta la cara que la vida está pasando—, dijo Roberto mientras arrancaba los audífonos bruscamente de la cabeza del joven que volteó repentinamente y alzo las manos.

 

Roberto siguió caminando hasta llegar al “paranoico”, quien había dejado de mover las manos y miraba absorto a sus ojos. Beto sentía que esa mirada traspasaba la máscara y se metía en el. Se sintió desnudo, nervioso y por primera vez con miedo.

 

—Qué tanto ves cabrón, hecha tus cosas en la mochila ¡órale!—, dijo Roberto con la voz entrecortada, producto de los nervios que sentía por la mirada del joven.

 

El paranoico metió su celular en la mochila y se dispuso a sacar su cartera de la bolsa trasera de su pantalón por lo que tuvo que levantarse ligeramente sin quitarle la vista al enmascarado que perpetrada el crimen.

 

—¡Órale! No tengo tu tiempo—, gritó enojado Roberto, mientras el joven levantaba la mano que sostenía la billetera.

 

El grito hizo temblar al joven quien cono reflejó de nervios, miedo y ansiedad lanzó la cartera hacia el techo del camión, provocando un ruido metálico que hizo brincar a Roberto del susto.

 

Un sonido hueco acompañó al ruido metálico, el sonido de una bala saliendo de la cámara de la pistola calibre .22 en la mano de Roberto. Accionada accidentalmente como reflejo al susto detonado por la cartera golpeando el techo del autobús.

 

Un grito horrorizado precedió al impacto de bala, era una mujer en las filas anteriores al asaltante de la mascara. El chofer del autobús frenó en seco provocando un rechinido que ocultó por unos segundos el sonido provocado por el Paranoico ahogándose con su propia sangre.

 

Roberto lo miró horrorizado por un par de segundos, abrazo su mochila y se bajó corriendo del autobús.

 

Corrió y corrió por minutos a través de calles, avenidas y callejones, sintió cómo le faltaba el aire, pero siguió corriendo. Sus pantorrillas le quemaban, pero no podía prestar atención al dolor físico, en su mente solo podía ver la imagen del joven tocando la herida de bala en su cuello que sacaba sangre que chorros.

 

Lo maté, estoy seguro que lo maté—, se repetía Roberto una y otra vez. Cada palabra le quitaba el aliento, se convertían en kilos de presión en su pecho, en alfileres que picaban la palma de sus manos, en lágrimas que salían de sus ojos y se secaban con el aire provocado por su carrera sin destino.

 

Después de un par de kilómetros paro en un terreno abandonado, se encorvó apoyando sus manos en su rodillas mientras miraba al suelo y las lágrimas no dejaban de salir de sus ojos.

 

—Nunca olvidas al primer muertito, ese te acompaña toda la vida, después de él ya no es tan difícil, pero ya nada nunca es igual—, fueron las palabras que “El Topo", un amigo del barrio le había dicho hace algunos meses. Hoy tenían más sentido que nunca.

 

Roberto se quedó sentado en el pasto por varios minutos, abrazaba sus rodillas y su mirada estaba perdida en el horizonte. En su mente visualizaba el rostro del joven del microbús. Tenía los ojos desorbitados y desesperación en su semblante, la sangre salía a chorros por su cuello y la garganta ahogándose provocaba un sonido asqueroso y espeluznante.

 

Se levantó y caminó lentamente hacia su hogar con la cabeza mirando al piso y el cuerpo desguanzado, arrastraba los pies y hablaba en voz baja para si mismo.

 

—Fue un accidente, no es mi culpa, yo no soy un asesino. No debía aventar su cartera, si no hubiera hecho eso yo no habría disparado. No es mi culpa, no es mi culpa—, se repetía una y otra vez, esperando que sus palabras de alguna manera le dieran calma, lo eximieran de la culpa, le regresaran la cordura y lo hicieran sentir humano de nuevo, no tuvo éxito.

 

Entró a su casa, estaba anocheciendo, había perdido todo el día deambulando por las calles sin rumbo, caminó por horas hasta que sus pies dejaron de sentir. Había acordado consigo mismo no decirle a nadie sobre lo que había ocurrido, ni siquiera a su madre a quien siempre le contaba todo.

 

—Betito, ¿cómo te fue? Vienes todo atontado—, dijo su madre mientras sacaba una sartén de viejo mueble oxidado.

 

—Bien ma, ya sabes estuvo cansado el día. No tengo hambre, ya comí hace rato, ya me voy a dormir mejor.

 

—¿Seguro Beto? Estas bien flaco, qué vas a andar comiendo por ahí, a mí no me haces mensa, de seguro algo te metiste ahí con tus amigos esos y por eso no tienes hambre—, dijo su madre mientras movía la cabeza.

 

—No ma, todo bien, nomás fue un día muy cansado, ya me voy a acostar—, dijo Roberto mientras caminaba hacia su cuarto.

 

Esa noche fue la más larga y difícil de su vida, rodaba por toda la cama, sudaba y despertaba con la respiración agitada después de unos minutos de conciliar el sueño. Cerraba los ojos y veía la misma imagen, el paranoico agonizando, ahogándose, echando sangre a chorros. Roberto no sentía que llorara, pero las lágrimas no dejaban de salir de sus ojos.

 

Llegó la mañana sin dormir bien, no quería levantarse pero su padre fue a despertarlo para decirle que hoy cambiara de ruta o mejor no se subiera a los camiones porque los “puercos" andaban desatados vigilando las rutas.

 

—Ayer a un pendejo se le ocurrió matar a un pasajero y nomás alborotó al gallinero, ahora los chamacos quieren salir a marchar a las calles quesque para exigir más seguridad. Cabrones huevones, ellos tienen dinero, pueden estudiar y todavía se la pasan haciéndose pendejos con sus marchas—, dijo su padre antes de cruzar la puerta de la entrada.

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