Miercoles, 24 de Abril del 2024
Martes, 20 Octubre 2020 02:48

La ruptura del pacto de impunidad

La ruptura del pacto de impunidad Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

La detención en Estados Unidos del general Salvador Cienfuegos, poderoso ex secretario de la Defensa Nacional, es un hecho inédito en la historia de México. Hasta la semana pasada, ningún ex secretario de la Defensa había pasado la noche tras las rejas. La búsqueda ociosa de antecedentes nos remonta al México antediluviano, al caso del general Serrano, ex secretario de Guerra y Marina de Obregón, quien por oponerse abiertamente a las aspiraciones reeleccionistas del presidente manco fue arrestado y asesinado en el mismo tramo de la carretera México-Cuernavaca donde, dicho sea de paso, décadas después elementos de la Policía Federal emboscarían a un team de la CIA.


 

Desde que Alemán asumió la comandancia suprema de las Fuerzas Armadas cumpliendo los deseos de Cárdenas y Ávila Camacho de entregar el poder a los civiles, entre civiles y militares imperó un pacto de impunidad recíproca fundamentado en la no intervención de unos en el ámbito de los otros, es decir, que los civiles no intervenían en los asuntos militares ni los militares, en los civiles. Como resultado de un acuerdo que perduró a pesar de las inclemencias político-sociales, a pesar del 68, del 2000 o de la (mal llamada) guerra contra el narcotráfico, una parte ignoraba los cantos de sirenas que suelen marear a sus pares latinoamericanos y la otra renunciaba a asomar la nariz donde no la llamaban, por ejemplo, en Tlatlaya, Iguala o Palmarito.

 

Gracias a este pacto los milicos pudieron disfrutar de cierto autogobierno, ajenos al vals que bailaban los paisanos. Prueba de ello es que nunca un secretario de Defensa o de Marina, o un jefe del Estado Mayor Presidencial, mientras existió, ha sido destituido de su cargo. Debido a la transexenalidad que caracteriza a las Fuerzas Armadas, se antoja complicado que los crímenes del general Cienfuegos, acusado de brindar protección a un tal alias H2, efímero cabecilla del cartel de los Beltrán Leyva, pudieran simplemente ser arrojados al cajón de los del pasado; complicadísimo, porque los altos mandos de hoy son los comandantes, los jefes, los oficiales de las administraciones anteriores. Stricto sensu, todos los mandos castrenses del actual gobierno son cienfuegistas.

 

Dicho lo anterior, es comprensible que las autoridades estadounidenses informaran a las mexicanas sobre la so called Operación Padrino hasta el último momento. López Obrador sabía, pero no sabía “desde hacía quince días”. Confundidas, las focas aplaudidoras del régimen han improvisado una coreografía incoherente, casi colgándole al presidente la medalla de la captura del nuevo enemigo público favorito la cuatroté. No es pa’tanto, pero, a reserva de conocer bien, bien los detalles de la operación, hay que reconocer que la detención de un ex secretario de Defensa hubiera sido impensable en otros tiempos. Tal no hubiera sido posible si no se hubiera roto el pacto histórico, si desde muy arriba no se hubiera retirado la protección política al ex mandamás del Ejército.

 

En este sentido, conviene no perder de vista la disputa por el poder en al interior de la Sedena, el pulso de pronóstico reservado entre los generales que ostentaron el poder las últimas tres décadas, entre quienes hacen eco las peroratas de otros muy rastreros, y los recién llegados, leales al secretario impuesto por el presidente. En los pasillos del edificio de la doble te todos sudan frío, algunos lustran sus águilas.

 

La detención de alias El Padrino, en fin, cimbra la columna vertebral del Estado mexicano; el arresto más importante en la historia de la DEA confirma que en nuestro país nadie es intocable, y reconfigura los pactos y las reglas no escritas que nos han regido desde siempre.

 

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