Les contaré una anécdota; la última vez que fui a una misa, justo antes de la pandemia, el padre comenzó a hablar sobre las responsabilidades que las mujeres "tenemos" en casa, y cómo la santa institución del matrimonio nos daba "un lugar en el mundo"... Les juro que estuve a dos de pedir la palabra. De no haber sido porque era la misa del aniversario luctuoso del papá de un amigo, habría levantado la mano para corregir a ese señor que hablaba como si la verdad absoluta fuera suya, pero tomé la decisión de retirarme antes de que mi responsabilidad como activista por la igualdad de género rebasara todo límite de cordialidad. Sí, de vez en cuando también soy política. Sin embargo, estoy segura que de haber estado en la misa del padre Víctor el domingo pasado, esa mesura habría desaparecido por completo.

Quien juzga a una mujer por abortar no ve más allá de su propio contexto, y un sacerdote que tiene el poder de la palabra, la capacidad de llegar a tantas personas, y los medios para que sus palabras se escuchen con facilidad, no debería poder criminalizar a ninguna mujer basándose únicamente en sus creencias. Ya pasamos por eso, y miles de mujeres murieron asesinadas en la hoguera bajo mandato de la iglesia.

Me niego a pensar que en pleno siglo XXI, las instituciones religiosas siguen los principios de la inquisición, y van por la vida señalando 'crímenes' sólo porque los consideran una verdad de fe.

Independientemente de las opiniones personales de cada quien, hablar sobre un tema tan delicado como el aborto siendo representante de una institución debe llevar, entre otras cosas, un conato de mesura, porque nunca sabes si entre el público al que te estás dirigiendo hay una historia trágica a la que le estás metiendo más ruido.

A algunos integrantes de la iglesia les hace falta empatía, les hace falta prudencia y definitivamente les hace falta perspectiva de género. Por eso soy fan de los jesuitas.

Es cuánto.