Miercoles, 24 de Abril del 2024
Jueves, 26 Noviembre 2020 02:03

La deslegitimación del Estado

La deslegitimación del Estado Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

Mi último acto en la muy cosmopolita cuatro veces heroica Veracruz es el más profano: coger un taxi --¡eh, taxi!-- para trasladarme a la estación de autobuses. El primero en responder a mi llamado es un tipo cuarentón, parlanchín, que estrena conmigo el nuevo aire acondicionado del coche. El chit-chat de rigor: ¡qué buen clima! ¡Qué bonita ciudad, qué limpia! Hago un guiño al presidente municipal (Yunes).


 

--No sé quién sea --finge mi interlocutor. Y añade, señalando el poliperforado en su parabrisas trasero: --Yo soy de López Obrador, desde siempre.

 

Ese "desde siempre" nos sitúa, averiguo, en estas mismas fechas, hace algunos años: el 20 de noviembre de 2006, en el zócalo del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador se autoproclamó presidente legítimo de México…

 

“Legitimidad” es una palabra poderosa, poderosísima. En términos simples, se refiere a la capacidad de los gobernantes de obtener obediencia de parte de sus gobernados sin necesidad de coaccionarlos, es decir, resulta del consenso social para aceptar su autoridad. La legitimidad puede ser de origen (constitutiva, electoral-legal) o de ejercicio (funcional). La primera es cuando el gobernante emana de un proceso electoral incontrovertiblemente apegado a la legalidad; la segunda es más ambigua: no basta con que el gobernante se ciña objetivamente a un marco legal, es decir, con que no se extralimite en sus atribuciones y funciones, también involucra elementos subjetivos difíciles de medir.

 

Específicamente, la legitimidad de ejercicio de los gobernantes tiene que ver con su capacidad de resolver satisfactoriamente las demandas sociales, demandas, por cierto, cada vez más complejas. El ejercicio cotidiano del poder les legitima o les deslegitima; de tal suerte, uno que haya ganado una elección en extrañas circunstancias podría legitimarse con sus acciones (Salinas) u otro que lo haya hecho con todas las de la ley podría deslegitimarse del mismo modo (¿López Obrador?).

 

Durante tres siglos, los gobiernos fueron los encargados de resolver tales demandas; contra ellos se estrellaban los reclamos más violentos: Nous n'avons pas de pain! Desde que comenzaron a introducirse en los países en la órbita de Estados Unidos las reformas estructurales neoliberales, sin embargo, aquellos fueron subordinándose a los organismos financieros internacionales teniendo que suscribir las recetas. económicas que les imponían desde el Consenso de Washington a fin de reducir al Estado a su mínima expresión. Al instante de aceptar las condiciones del extranjero, los gobiernos nacionales renuncian a las responsabilidades que les corresponden por mandato popular, se vuelven meros gerentes incapaces de tomar decisiones propias: “’orita lo checamos, joven; wait a moment”.

 

Estos gobiernos enfrentan un grave problema de funcionamiento derivado del desentendimiento de sus responsabilidades. Últimamente, por ejemplo, amenazados de muerte por un microscópico pinche bicho, tal problemática se ha manifestado en su forma más cruel: la receta neoliberal, seguida a pie juntillas durante años, sugería [sic] al sector salud aumentar la rentabilidad hospitalaria a costa del número de camas, subrogar los servicios sanitarios o mercantilizar los insumos médicos a fin de eficientar los recursos del ramo. Como resultado de esas políticas, en la hora crítica en la que los gobiernos debían cumplir su función primordial de garantizar la seguridad de sus ciudadanos, el precio de un ventilador mecánico se multiplicó diez veces por la maldita demanda. Escupimos nuestra frustración en el rostro de los gerentes, mientras el patrón se lavaba la cara donando tres tristes melones.

 

Desmantelar las estructuras neoliberales cimentadas durante tres décadas de gobiernos traidores es, pues, indispensable para que los gobiernos ejerzan libremente el poder. Mientras tanto, legitimarse será una pesada cuesta arriba.

 

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