La noche del sábado 4 de mayo de 2019 ocurrió una de esas tantas tragedias que se pierden en el día a día. De esas tragedias que se vuelven la impunidad normalizada. Alguien muere, nadie es culpable, las familias se guardan en el dolor y los responsables siguen su vida como si nada. Unos cuantos van a dar a la cárcel, casi nadie es sentenciado.
Esa noche murió Santi, un niño cholulteca de apenas nueve años, quien acompañaba a su abuelito a ganarse unos pesos como “viene viene” del hotel María Sofía de San Pedro Cholula.
La tragedia quedó grabada en video: el pequeño Santi tiene su jerga en la mano, y de la nada, se desvanece ante la mirada desesperada de su abuelo que lo toma entre sus brazos sin entender nada.
La escena en video es terrible, desgarradora, se le mire por donde se le mire: en la salida trasera del Hotel María Sofía, Santi hace de “viene viene” ante la mirada de su abuelo. Mueve su manita de nueve años en sentido de aváncele. De pronto se desploma. El abuelo se acerca a tratar de levantarlo, pero por más esfuerzo que hace, el nieto se va muriendo entre sus brazos. ¡Carajo!
El pequeño Santi se murió por una bala perdida que alguien disparó en la oscuridad de la noche. Un anónimo que segó la vida de un pequeñito que sólo quería ganarse unos pesos.
Por tratarse de un niño de origen humilde, seguramente de escasos recursos, sin una familia poderosa o capaz de influir en los medios, el homicidio de Santi se iba a perder en la impunidad del México impune.
Pero a veces el periodismo puede hacer lo suficiente para cambiar el curso de los acontecimientos. Porque si se hubiera muerto un niño blanco, de un colegio privado como el Andes, de una familia poderosa o con dinero, y lo hubiera matado una bala perdida, se hubiera convertido en un escandalazo y hasta marchas hubiera habido.
Escribí en ese momento: “Salvo la apertura de la carpeta de investigación ordinaria y las primeras diligencias de la Fiscalía General del Estado (FGE), la muerte de Santi, captada en video, no conmueve a nadie. Parece cosa de todos los días, un muerto más en el río de cadáveres que navegamos.
“La indiferencia ante la muerte de un menor, de un niño inocente que sólo quería acompañar a su abuelo, es nuestra muerte como sociedad.
“En serio, luego de la rabia, entran las ganas de llorar. Pienso en los padres que dejaron ir a Santi con su abuelo, y horas más tarde recibieron un cadáver. Pienso en el abuelo que vio cómo su nieto se moría entre sus brazos. Pienso que ni los padres ni el abuelo lo van a superar nunca, y el dolor y la culpa los harán trizas.
“Pienso que la Fiscalía no va a dar con los culpables y será otra muerte impune, como otro robo impune, como otro feminicidio impune”.
Pero la cobertura de CAMBIO sobre el caso hizo que la Fiscalía se pusiera las pilas. El fiscal Higuera Bernal me dio su palabra en entrevista de que no habría impunidad, que encontraría al culpable. Lo hizo delante de las cámaras de Juego de Troles. Cruzamos apuestas.
El fiscal Higuera Bernal cumplió con su palabra: casi dos meses después de ese sábado trágico, la FGE detuvo a Ricardo Abraham N de 61 años, habitante de Santa María Xixitla, a quien sus vecinos describen como un vecino bravucón que siempre andaba con la pistola en la mano echando tiros al aire.
La casa de Ricardo Abraham, de 61 años, se encuentra a dos calles del hotel María Sofía, a calle y media del lugar donde se desvaneció mortalmente el niño Santi. El supuesto ganadero, como era su costumbre, se puso a echar bala esa noche para asustar a sus vecinos.
Una de esas balas mató al niño Santi, y Ricardo Abraham fue encontrado culpable del homicidio del niño cholulteca. Falta conocer la individualización de la pena, así como la reparación del daño a la familia del niño, pero ya hay sentencia.
Me imagino que a la familia la tristeza no se le quita después de un año, mucho menos a su abuelo Ernesto, pero en este Día de Muertos, en la ofrenda que coloquen a Santi también podrán ponerle la sentencia del juez que castiga a su asesino Ricardo Abraham Méndez García. El que disparó la bala perdida que lo impactó en el corazón.
Por una vez, hubo justicia. Nada le devolverá la vida, pero no hubo impunidad.
Yo sé que las columnas políticas son para los políticos.
Pero hace tiempo que esta columna escribe más de la gente y sus dramas cotidianos, que de la podredumbre de los políticos de los que no esperamos nada.
Santi, descansa en paz.
Misión cumplida.