Los programas de apoyos sociales, en un contexto de controversias y cuestionamientos, han logrado introducirse como un factor determinante para el desarrollo económico y social de la región. Sin embargo, ¿hasta qué punto estas políticas realmente están transformando nuestra vida?
Para entender la trascendencia de estos apoyos, es importante recordar que las políticas económicas de México han transitado por modelos que buscan equilibrios entre dos posturas antagónicas. James Bradford DeLong, en su obra “Camino a la utopía”, nos presenta la tensión entre las ideas de Friedrich Hayek y Karl Polanyi. Por un lado, Hayek defendía un modelo de libertad económica que minimiza la intervención estatal, mientras que Polanyi proponía un enfoque donde la justicia y equidad social fueran la base de cualquier sistema económico. Esta pugna filosófica ha marcado la ruta de muchos países, y en particular, la de México y Puebla.
Durante las décadas de los 80 y 90, México, siguiendo el modelo neoliberal, optó por desregular la economía, reducir la intervención estatal y disminuir los programas de apoyo social. La premisa era que la libre competencia y el mercado abierto serían los grandes motores del desarrollo. En este contexto nos quedamos a merced de un sistema que privilegió la ganancia sobre la equidad. Esto trajo consigo una profunda desigualdad y una serie de desafíos sociales que aún perduran.
No obstante, en los últimos años, hemos experimentado una transformación en el enfoque hacia los apoyos sociales. Esta transformación ha sido posible gracias a un cambio de paradigma que reconoce la importancia de la intervención estatal para garantizar que las oportunidades lleguen a quienes más las necesitan. Así, medidas como el aumento del salario mínimo, la regulación del outsourcing y la implementación de programas de transferencias directas han permitido que muchas familias vean un rayo de esperanza.
Sin embargo, no se puede ignorar que, detrás de estos cambios, hay sectores que aún ven con recelo el papel del Estado en la redistribución de la riqueza. La derecha liberal en México ha mantenido una postura ambigua frente a los programas sociales. Si bien muchos de sus líderes han reconocido públicamente la necesidad de mantenerlos, sus acciones y declaraciones revelan un apoyo condicionado, más motivado por las oportunidades electorales que por una verdadera convicción de justicia social. Esta incongruencia hace que el debate sobre el futuro de los apoyos sociales sea todavía más relevante y urgente.
El verdadero desafío ahora es consolidar y mejorar estas políticas, y no depender únicamente de los apoyos económicos como un paliativo temporal. Las transferencias de efectivo son un respiro, pero para que sean realmente transformadoras, deben ir acompañadas de una estrategia integral que fomente la autosuficiencia y el desarrollo sostenible. Esto implica invertir en educación, especialmente en programas que capaciten a la población para los empleos del futuro, así como en infraestructura que conecte a las comunidades más aisladas con los centros productivos del estado.
La historia nos ha enseñado que los modelos económicos y sociales no son infalibles, pero también nos ha demostrado que es posible cambiar el rumbo cuando las políticas públicas se centran en las personas y no en las estadísticas. Los apoyos sociales en Puebla han demostrado su capacidad para marcar una diferencia, pero su éxito a largo plazo dependerá de la voluntad de los actores políticos y sociales de trabajar juntos en la construcción de un sistema que priorice la dignidad y el bienestar de todos.
Pero la verdadera pregunta es: ¿estamos dispuestos a ir más allá? ¿A construir un futuro donde estos programas sean el cimiento de una sociedad más equitativa, y no solo una medida temporal? La respuesta a estas preguntas determinará nuestro futuro.