Alexis da Costa Alexis Da Costa
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¡Quiero ser candidato!

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¡Quiero ser candidato!
Alexis Da Costa

A veces me pregunto en qué momento pasamos de buscar perfiles para la política… a sentir que ahora los perfiles nos sobran.

Recuerdo que antes se hablaba mucho de las “escuelas de cuadros”. Eran espacios donde los partidos formaban a la gente que, con el tiempo, podría servir desde algún cargo público. Hoy, en cambio, pareciera que ya no hacen falta escuelas: hay aspirantes por todos lados. Uno abre Facebook, va a una reunión vecinal o simplemente camina por el mercado, y siempre aparece alguien que “anda viendo si se anima”.

Y no lo digo con burla ni con molestia. De hecho, algo de esto me parece bueno: la idea de que más ciudadanos quieran participar en lo público habla de una sociedad que despertó, que entendió que lo que pasa en el gobierno nos afecta a todos. Que las decisiones no son lejanas ni abstractas, sino que se sienten en la calle, en el agua que llega, en la seguridad, en los servicios.

Pero al mismo tiempo, cuando veo a tantas personas levantando la mano, me nace una pregunta:

¿Qué hay detrás de ese deseo de participar?

Alguna vez, con insomnio, leí a Octavio Paz decir que “la política es una voluntad de forma”. En ese momento me parecía una frase lejana, casi rebuscada. Hoy la entiendo distinto: participar no es solo querer estar, sino tener clara la forma en que uno quiere transformar lo que lo rodea.

Porque querer participar es bueno. Es necesario. Lo que cambia el rumbo de un municipio o de un estado es la gente que decide involucrarse. Sin embargo, también es cierto que cada quien llega con sus propias razones. Algunos llegan porque de verdad quieren ayudar, porque han visto problemas de cerca y sienten que pueden aportar algo. Otros llegan porque están cansados de que las cosas no cambien y piensan que, si nadie más lo hace, quizá es su turno.

Y también hay quien llega porque ve en la política una oportunidad personal. No para hacer daño ni para aprovecharse, sino porque así se ha entendido culturalmente: como un camino posible, como una opción más. Y eso también habla de nuestra realidad: de lo difícil que es crecer en otros ámbitos y de lo seductor que puede resultar un espacio donde, al menos en apariencia, todo es posible.

No creo que eso esté mal por sí solo. Somos humanos, todos tenemos historias, aspiraciones, cargas. Pero cuando hay tantos perfiles, vale la pena detenernos un momento para pensar en la calidad, en la preparación, en la vocación. No para juzgar, sino porque los cargos públicos no son cualquier encargo: afectan la vida de miles.

No se trata solo de cuántos quieren participar, sino de quiénes están realmente dispuestos a trabajar con otros, a reconocer límites, a escuchar, a construir.

Y aquí es donde siento que nos toca reflexionar juntos sobre cómo elegimos a quienes nos representan. Porque a veces, en medio de tantos nombres y tantas intenciones, lo más importante se pierde: la capacidad de escuchar, de trabajar para otros, de tomar decisiones responsables aunque no sean populares.

No es fácil medir eso. Pero sí existen señales: la trayectoria de una persona, la forma en que ha enfrentado problemas, cómo trata a los demás, qué tan presente ha estado en su comunidad incluso cuando no hay elecciones.

Quizá lo que más necesitamos, más que menos perfiles, es más conversación. Más diálogo honesto sobre qué tipo de personas queremos en los espacios públicos. Gente que sepa trabajar, que sepa escuchar, que tenga un proyecto, pero también que tenga los pies en la tierra.

Si hoy vemos un exceso de aspirantes, tal vez no es un problema… tal vez es un reflejo de que la ciudadanía está cambiando. Y eso, en sí mismo, puede ser una oportunidad. Una invitación a elegir con más calma, con más conciencia, con más cariño por la comunidad.

Y si usted, mientras lee esto, siente que en el fondo también le gustaría participar en algo público… es válido. No hay nada de malo en pensarlo. Solo vale la pena recordar que lo importante no es levantar la mano, sino hacerse dos preguntas sencillas pero profundas:

¿Para qué quiero hacerlo?

¿Para quién quiero hacerlo?

Las respuestas a esas preguntas, más que la cantidad de aspirantes, son las que realmente hacen la diferencia en la vida de todos. Y lo confieso con honestidad: yo también estoy en ese proceso de responderlas.

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