TABASCO PIDE UNA SOLUCIÓN A LA MEDIDA DE SU TRAGEDIA
No hay palabras (ni son estrictamente necesarias creo yo) para expresar la conmoción, la pena y el sentimiento de solidaridad que han sacudido la conciencia nacional ante la tragedia de nuestros compatriotas tabasqueños. Basta con ver las imágenes que (más por negocio que por espíritu de servicio) nos están presentando a diario los medios electrónicos, para hacerse una idea de la inmensidad y profundidad anonadantes del desastre. Son cientos de miles de personas, de familias, todas ellas pertenecientes a los estratos sociales de más bajos ingresos, de más escasos recursos como puede comprobarse con sólo mirar atentamente las escenas en la televisión, las que lo han perdido todo, es decir, sus escasas pertenencias y sus humildes viviendas, que hoy deambulan sin rumbo fijo, sin saber a dónde ir ni a quién acudir en busca de ayuda, o que arriesgan la vida por caminos y carreteras en busca de un mendrugo para paliar su necesidad.
Tampoco hay que ser experto en materia de desastres sociales, ni en manejo adecuado de grandes multitudes en momentos de crisis, para darse cuenta de que las operaciones de salvamento y la distribución de la “ayuda” por parte de los organismos del estado no sólo han sido, hasta el momento de escribir estas líneas, totalmente desarticuladas, caóticas, improvisadas, sino absolutamente insuficientes a la vista de la magnitud de las carencias a que se enfrenta la gente. Como consecuencia de ello, sobre la desgracia de haber perdido todo y tener que vivir a la intemperie o en albergues insuficientes y sobresaturados, sin los servicios elementales de excusados y baños, sin ropa limpia, sin artículos de aseo, etc., etc., los tabasqueños humildes tienen que soportar, todavía, la molestia de larguísimas colas que, en algunos casos, duran hasta la madrugada, para poder recibir una magra “despensa” que apenas alcanza para sobrevivir dos o tres días a lo sumo. Muchos incluso (lo sé de primera mano), tienen que quedarse a dormir en los lugares de reparto para asegurarse de que les toque “algo” con que mitigar su necesidad. Un verdadero calvario, un desastre organizativo que se suma al terrible desastre natural que todos conocemos.
Pero esto no es todo. No quiero entrar, por el momento, al tema de las culpas evidentes de gobiernos y gobernantes que, conociendo la vulnerabilidad de Tabasco en materia de inundaciones y habiendo contado con proyectos y recursos para crear toda una infraestructura de contención, conducción y eficiente empleo del agua en ese importantísimo y rico estado de la República, nada hicieron para prevenir el desastre ni entregaron cuentas de los dineros públicos que manejaron. Me interesa más subrayar la improvisación, insuficiencia y lentitud de las medidas que, sobre todo el gobierno de la República, está instrumentando (o debería hacerlo) para enfrentar la contingencia y los problemas futuros que de ella se derivarán con toda certeza. Al respecto debo decir que me pareció patética la aparición del Jefe de la nación, en cadena nacional, para excitar la generosidad y la solidaridad de la población civil, donando lo que sea para socorrer a los tabasqueños. Me parece que no es la nobleza y el desprendimiento de los mexicanos lo que está a prueba en Tabasco. Múltiples desastres anteriores, como los sismos de 1985, han probado sobradamente no sólo que ambas virtudes cívicas y humanas existen sobradamente en el seno del pueblo mexicano, sino, además, que no requiere que nadie lo convoque a demostrarlas en casos de crisis; lo hace por iniciativa propia y, a veces, mejor sin la intervención de funcionarios del gobierno, que sólo estorban y frenan su iniciativa. No hacía falta pues, el llamado presidencial.
Igual de inadecuadas me parecen otras dos “iniciativas” dadas a conocer por los medios. La primera consiste en que, alguien con representatividad suficiente, pidió a los empresarios que “adopten”, es decir, que se hagan cargo de los gastos, de un albergue de los habilitados para la gente en desgracia. Esto, en mi modesta opinión, es un acto vergonzoso e innecesario de mendicidad oficial que evidencia, o bien una indigencia económica extrema, lo cual no parece posible, o bien una falta total de voluntad para gastar dinero en gente que se visualiza como de poca importancia política. La otra “iniciativa” pide a cada ciudadano donar “un tabique” para la reconstrucción de Tabasco. ¿De veras es eso lo que se requiere para rehacer la vida del estado? ¿En serio se piensa que llenando a Tabasco de tabiques la situación quedará superada? Ante cosas así, resulta muy difícil sustraerse a la sospecha de que todo se quiere reducir a un manejo mediático de la crisis mediante ocurrencias “geniales”, y de ninguna manera enfrentar en serio la contingencia.
En Tabasco, repito, no está a prueba la generosidad del pueblo mexicano. Lo que está a prueba es la capacidad y la voluntad del gobierno de la República para encarar y resolver la crisis con eficacia y prontitud. El Presidente Calderón acaba de anunciar una partida de siete mil millones de pesos para ese propósito y opino que ello apunta en el sentido correcto, pero que es del todo insuficiente. Me parece alentadora, en este contexto, la actitud de los diputados, quienes hablan de un acuerdo para destinar tanto dinero del erario nacional como sea necesario para el auxilio inmediato de la gente y para la reconstrucción de Tabasco. Eso es, en efecto, lo que la magnitud de la tragedia demanda, lo que debe hacerse y lo que el pueblo espera de sus gobernantes. Alguien debería decirle al Presidente que la tragedia de Tabasco puede ser la oportunidad que estaba esperando para demostrar a México, y a sus detractores, que es el hombre que el país necesita. Y no sólo para salvar a Tabasco, sino para sacar adelante a la nación entera de los problemas, las carencias y las crisis que la acechan. Y nadie debiera olvidar que a la oportunidad la pintan calva.
* Secretario General del Movimiento Antorchista Nacional.