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Antorcha


Aquiles Córdova Morán*


“CORPORATIVISMO”, ATAQUE A LA ORGANIZACIÓN POPULAR

 

En mi colaboración de la semana pasada me referí a un ataque muy agresivo e inmotivado en contra de Antorcha Campesina, en un libro de reciente aparición titulado “La mafia nos robó la presidencia”. Señalaba yo que el calificativo de “corporativos” que ahí se nos endilga no se halla definido ni tipificado como delito en ninguna ley ni reglamento conocido, razón por la cual su uso y aplicación es una absoluta arbitrariedad. Vuelvo al tema porque, ciertamente, el autor del libro mencionado no es el primero ni el único en utilizar este calificativo para deslegitimar a una organización popular y para rechazar sus demandas. Lejos de ello, junto con el epíteto de “clientelismo” del que me ocuparé en otra ocasión, se ha vuelto el caballito de batalla, la muletilla a flor de labio de funcionarios de todo pelaje y de todos los colores partidarios, para mandar a paseo a quienes demandan atención a sus necesidades. No se puede negar que el  “argumento” goza de gran éxito y popularidad entre los políticos del momento.


Ahora bien, ¿a qué se debe este súbito y universal éxito del vocablo? Para tratar de responder la pregunta rasquemos un poco en el verdadero significado del término en cuestión. ¿Qué es corporativismo? ¿Qué debe entenderse por “corporativo”? La palabra alude, evidentemente, al concepto de “cuerpo”, se deriva de este sustantivo que, a su vez, sugiere la idea de unidad, de un todo único cuyas partes se armonizan y complementan entre sí para dar origen a una nueva entidad, con características y capacidades distintas y superiores a las de cada una de sus partes por separado. Todo “cuerpo” es un organismo constituido por varios “órganos” (de ahí su nombre), distintos entre sí y con propiedades y funciones también distintas, pero coordinados perfectamente unos con otros y subordinados los unos a los otros; y es esta coordinación y jerarquización interior lo que permite que de la “diversidad” de los órganos brote la “unidad” superior del organismo entero. Así que ser “corporativo” es pertenecer a un “cuerpo”, o comportarse como un “cuerpo”, con la finalidad de conseguir propósitos que no serían posibles de otra manera. Prueba de que esto es así es que, mientras nuestros políticos se dan aires de “democráticos” y de defensores insobornables de la “libertad individual” satanizando el “corporativismo”, los grandes capitalistas del mundo entero hablan con orgullo de sus “corporativos”, y explican, a quien quiera  oírlos, que es gracias a este carácter que pueden emprender hazañas de alcance mundial que nunca lograrían si mantuvieran separados e independientes sus respectivos capitales.


¿Y cuál es la virtud del corporativo empresarial? Que logra unir en una sola masa gigantesca las masas más pequeñas de los capitales individuales, lo que permite a esta nueva potencia emprender acciones mucho más vastas y recibir una orientación única, aplicarse en un solo punto, logrando vencer cualquier obstáculo que se oponga a sus propósitos. El corporativo empresarial  garantiza el éxito allí donde sería dudoso o imposible para cada capitalista aislado. Pues bien, las organizaciones de masas se fundan en el mismo principio. ¿Qué busca una organización social? Unir, sumar, fundir en una sola, todas las fuerzas y capacidades dispersas en cada uno de los individuos de una colectividad, con el fin de crear un organismo que garantice el éxito allí donde sería impotente cada quien por separado. Es cierto que, para lograr esta fusión de fuerzas y esta unidad de acción, los individuos aislados tienen que aceptar, concientemente y voluntariamente (véase bien: conciente y libremente, no “a fuerza” como dicen sus detractores), perder grados de libertad en un sentido para ganarlos en otro; tiene que aceptar una disciplina colectiva, una responsabilidad colectiva, someterse a las decisiones de la mayoría aunque no coincida con ellas por el momento. A cambio, consigue amistad, solidaridad, apoyo concreto de sus compañeros en momentos difíciles; mejoras en sus condiciones materiales y espirituales de vida mediante la acción colectiva; defensa decidida y desinteresada frente a quienes pretendan atropellarlo, humillarlo o negarle sus derechos. Se ha dicho y es verdad que, aunque sacrifica ciertos grados de libertad formal,  superficial, el hombre organizado, en aquello que verdaderamente importa, es cien veces más libre que el solitario recalcitrante y autosuficiente.


Vistas así las cosas, es obvio que toda organización seria, que realmente quiera servir a sus agremiados, tiene que ser “corporativa”, es decir, tiene que estar sólida y firmemente construida para dar la lucha y para resistir los ataques de sus enemigos. Pero esto, lejos de ser un defecto, es una virtud: ¿por qué habría de ser delito en los pobres lo que en los ricos es un mérito y un derecho indeclinable? Por tanto, si toda organización seria es “corporativa” (en el sentido aquí precisado), está claro que ir contra el “corporativismo”, con los pretextos que sean, es ir, simple y llanamente, contra la organización popular en general, contra el derecho de la gente a unir sus fuerzas para defenderse con mayor eficacia de las injusticias que acechan por todos lados, y estar a favor de quienes demandan un poder omnímodo y absoluto, sin nadie que les exija o les reclame. Esta es la razón del éxito y del prestigio del “anticorporativismo” entre los políticos de perfil antipopular y autoritario.

Y se entiende bien que la derecha esté de plácemes con el hallazgo; lo que no parece tan lógico es que también lo estén quienes se autocalifican de progresistas y amigos de los desheredados. ¿Cómo explicarse esta contradicción flagrante? Todo lo que puedo decir es que, desde el siglo XVIII cuando menos, el derecho a la organización popular ha sido el discriminante insobornable entre los revolucionarios de a deveras y quienes sólo se ponen el traje por razones de circunstancia.


* Secretario General del Movimiento Antorchista Nacional.


 

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